(VIS) El Papa se refirió a la coincidencia entre la fecha del discurso al primer grupo de obispos (la Fiesta Nacional de la Independencia) y a la del último (la proclamación de la República en Brasil), y afirmó que aprovechaba ese dato para “subrayar una vez más la importancia de la acción evangelizadora de la Iglesia en la construcción de la identidad brasileña”.
En ese sentido, desde hace casi 60 años, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil “es un punto de referencia de la sociedad brasileña, proponiéndose cada vez más y sobre todo como un lugar donde vivir la caridad”, afirmó el Santo Padre. “La vuestra, como todas las conferencias episcopales, nació como una concreta aplicación del afecto colegial de los obispos en comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, para ser un instrumento de comunión afectiva y efectiva entre todos los miembros, y de colaboración eficaz con el Pastor de cada Iglesia particular, en la triple función de enseñar, santificar y gobernar a las ovejas de su rebaño”.
La Conferencia episcopal, prosiguió, “se presenta como una de las formas, que bajo la guía del Espíritu Santo permite el ejercicio conjunto y armonioso de algunas funciones pastorales por el bien de los fieles y de todos los ciudadanos de un determinado territorio. De hecho, una cooperación cada vez más estrecha y conforme con sus hermanos en el ministerio ayuda a los obispos a cumplir mejor su mandato, sin abdicar de su responsabilidad primaria de apacentar como pastor (...) su Iglesia particular”.
Por lo tanto, esa institución “promueve la unidad de esfuerzos e intenciones de los obispos, convirtiéndose en un instrumento para que puedan compartir sus fatigas, pero debe evitar constituirse como una realidad paralela o sustituirse al ministerio de cada uno de los Obispos, es decir, no debe cambiar su relación con su Iglesia particular y con el Colegio de los Obispos, ni hacerse intermediaria entre el obispo y la Sede de Pedro”.
“Cuando os reunís en vuestras asambleas, en el ejercicio fiel de la función doctrinal que os corresponde -subrayó Benedicto XVI-, debéis estudiar sobre todo los medios más eficaces para ofrecer oportunamente el magisterio universal a las personas que se os han confiado, (...) abordando también las cuestiones emergentes, para orientar después las conciencias a que encuentren una solución adecuada a los nuevos problemas planteados por las transformaciones sociales y culturales”.
En particular, algunos problemas de hoy “recomiendan una acción conjunta de los obispos: la promoción y protección de la fe y la moral, la traducción de los libros litúrgicos, la promoción y formación de las vocaciones de especial consagración, las ayudas a la catequesis, el compromiso ecuménico, las relaciones con las autoridades civiles, la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, la santidad de la familia y el matrimonio entre hombre y mujer, el derecho de los padres a educar a sus hijos, la libertad religiosa, los derechos humanos, la paz y la justicia social”.
Benedicto XVI concluyó su discurso señalando que “los asesores y las estructuras de la Conferencia Episcopal existen para servir a los obispos, no para substituirlos. En definitiva, hay que procurar que la Conferencia Episcopal, con sus organismos, funcione cada vez más como un órgano propulsor de la solicitud pastoral de los obispos, cuya principal preocupación debe ser la salvación de las almas, que es también la misión fundamental de la Iglesia”.