El Papa Benedicto XVI irrumpió hoy en la escena política latinoamericana con fuerza y claridad. Como lo anticipamos la víspera en este espacio la mañana de hoy pronunció un fuerte discurso, un mensaje que está destinado a dejar huella e incluso podría inclinar la balanza de la segunda vuelta en los comicios presidenciales de Brasil.
Si hasta ahora los operadores de Dilma Rousseff, del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), estaban desesperados por el “agujero electoral” que le propinaron entre la Iglesia y los activistas pro-vida (tanto católicos como evangélicos) sobre el polémico tema del aborto, con las palabras pronunciadas este día por el obispo de Roma saltarán todos sus nervios.
Porque el pontífice fue muy claro: los pastores tienen la obligación de emitir juicios morales (incluso en temas políticos), no deben temer a la impopularidad cuando defienden públicamente la vida humana y pueden, con razón, orientar el voto de sus fieles a favor del bien común.
No sólo el texto es claro y directo, El Vaticano quiso difundirlo lo más posible y -cosa rara en estos tiempos- lo entregó a la prensa con tiempo de anticipación. Casi con la certeza que su contenido tendrá un profundo impacto. Algunos dicen que Rousseff y su opositor, José Serra, están en “empate técnico”. ¿Serán los dichos del Papa a definir la elección?. Abajo los pasajes más significativos del mensaje:
PARA VOSOTROS, GRACIA Y PAZ DE PARTE DE DIOS
Por Benedicto XVI / 28 de octubre de 2010
El deber inmediato de trabajar por un orden social justo es propio de los fieles laicos que, como ciudadanos libres y responsables, se empeñan en contribuir para la recta configuración de la vida social, en el respeto de su legítima autonomía y del orden moral natural.
Vuestro deber como obispos junto con vuestro clero es mediato, en cuanto os compete contribuir para la purificación de la razón y despertar las fuerzas morales necesarias para la construcción de una sociedad justa y fraterna. Cuando, sin embargo, los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas lo exigieran, los pastores tienen el grave deber de emitir un juicio moral, aún en materias política.
Sería totalmente falsa e ilusoria cualquier defensa de los derechos humanos políticos, económicos y sociales que no comprendiese la enérgica defensa del derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Además de esto, en el cuadro del empeño por los más débiles y los más indefensos, ¿quién es más inerme que un niño no nacido o un enfermo en estado vegetativo o terminal?
Cuando los proyectos políticos contemplan, abierta o verdaderamente, la despenalización del aborto o de la eutanasia, el ideal democrático -que sólo es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana- es traicionado en sus bases.
Por tanto, queridos hermanos en el episcopado, al defender la vida no debemos temer la oposición y la impopularidad, rehusando cualquier compromiso y ambigüedad que nos conformen con la mentalidad de este mundo.
Además, para ayudar mejor a los laicos a vivir su empeño cristiano y socio-político de un modo unitario y coherente, es necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia. Esto significa también que en determinadas ocasiones, los pastores deben incluso recordar a todos los ciudadanos el derecho, que es también un deber, de usar libremente el propio voto para la promoción del bien común.
En este punto política y fe se tocan. La fe tiene, sin duda, su naturaleza específica de encuentro con el Dios vivo que abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. De hecho, sin la corrección ofrecida por la religión hasta la razón puede ser víctima de ambigüedades, como sucede cuando ella es manipulada por la ideología, o es aplicada de manera parcial, sin tener en consideración la dignidad de la persona humana.
Sólo respetando, promoviendo y enseñando incansablemente la naturaleza trascendente de la persona humana es que una sociedad puede ser construida. Así Dios debe encontrar lugar también en la esfera pública, sobre todo en las dimensiones cultural, social, económica y particularmente política. Por eso, amados hermanos, quiero unir mi voz a la vuestra en un vivo apelo en favor de la educación religiosa y, más concretamente, de la enseñanza confesional y plural de la religión en la escuela pública del Estado.