(Efe/InfoCatólica) Robert G. Edwards, nacido en Inglaterra en 1925, “padre” del primer bebé probeta, la británica Louise Brown (1978), comenzó sus investigaciones sobre la fecundación in vitro a mediados de la década de 1950, planteando la posibilidad de extraer un óvulo, fecundarlo con esperma en un laboratorio y volver a introducirlo posteriormente en el cuerpo de la mujer.
Mons. Ignacio Carrasco de Paula, que precisó que en sus declaraciones habla a título personal, expresó ha expresado su “perplejidad” por el galardón y agregó que él habría votado a otros candidatos como “Mc Cullock y Till, descubridores de las células estaminales, o bien a (Shinya) Yamanaka, el primero en crear células madre inducidas (IPS)”.
“De todos modos la elección de Edwards no me parece completamente fuera de lugar. Por un lado, entra en la lógica perseguida por el Comité que asigna el Nobel, por el otro el científico británico no es un personaje que pueda ser infravalorado”, ha agregado Mons. Carrasco.
El presidente de la Pontificia Academia para la Vidac omentó que Edwards “inauguró un nuevo e importante capítulo en el campo de la reproducción humana, cuyos resultados están a la vista de todos”. Sin embargo, señaló,
“Edwards inauguró una casa, pero abrió la puerta equivocada desde el momento en el que se centró en la fecundación in vitro y consintió de forma implícita el recurrir a donaciones y compraventas que implican a seres humanos. No modificó mínimamente ni el cuadro patológico ni el cuadro epidemiológico de la infertilidad”.
No es la primera vez que el científico se enfrenta a las críticas. Sus descubrimientos no contaron en un principio con el apoyo financiero de muchas instituciones públicas que, ya fuera por miedo o por convicciones morales, no quisieron respaldar el avance de sus investigaciones.