(Efe/InfoCatólica) Ofreció el concierto la Academia Pontifica de las Ciencias y en él se interpretó la Misa de Réquiem en Re menor K 626 de Wolfgang Amedus Mozart a cargo de la Orquesta de Padua y del Véneto, además del Coro “Academia de la Voz” de Turín.
Posteriormente, el Papa se dirigió a los artistas y les habló de ese genio universal: “Cada vez que escucho su música no puedo menos que regresar con la memoria a la iglesia parroquial, cuando de niño, en los días de fiesta, sonaba una de sus 'misas', y en el corazón percibía que un rayo de belleza del Cielo me había alcanzado”.
“Esta sensación –continuó– la experimento cada vez que escucho esta gran meditación, dramática y serena, sobre la muerte”.
Elogios a Mozart
El Papa, gran amante de la música clásica, explicó que “en Mozart cada cosa está en perfecta armonía, cada nota, cada frase musical y no podría ser de otra manera; incluso los opuestos se han reconciliado y 'la serenidad mozartiana' lo envuelve todo, en cada momento”.
“Es un don éste de la gracia de Dios, pero también es el fruto de la viva fe de Mozart, que, sobre todo en la música sacra, logra transpirar la luminosa respuesta del amor divino, que da esperanza, incluso cuando la vida humana está lacerada por el sufrimiento y la muerte”, añadió.
Fe de Mozart
El Santo Padre recordó el último escrito a su padre moribundo el 4 de abril de 1787, en el que Mozart le dice: “Desde hace unos años me he familiarizado tanto con esta amiga sincera y querida del hombre (la muerte), que su imagen no sólo no es para mi nada terrorífica, sino que aparece además muy tranquilizante y de consolación“.
“Agradezco a Dios por haberme concedido la fortuna de tener la oportunidad de reconocer en ella la llave de la felicidad“, leyó el Papa en la misiva de Mozart. “No voy jamás a la cama sin pensar que mañana puede que no esté más. Ni tampoco ninguno de los que me conocen podrán decir que en su compañía yo esté triste o de mal humor. Es por esta suerte que agradezco cada día a mi Creador y deseo de todo corazón lo mismo a cada uno de mis semejantes“, finalizó la carta de Mozart.
Para el Papa, se trata de un escrito que manifiesta una fe profunda y simple, que emerge también en el gran rezo del Réquiem, “y nos conduce, al mismo tiempo, a amar intensamente las cosas de la vida terrenal como los dones de Dios y a elevarse sobre ellas, mirando serenamente la muerte como la 'llave' para cruzar la puerta hacia la felicidad eterna”.
El Réquiem de Mozart –concluyó– “es una elevada expresión de fe, que conoce bien lo trágico de la existencia humana y que no oculta sus aspectos dramáticos y por tanto es una expresión de fe propiamente cristiana, consciente de que toda la vida del hombre está iluminada del amor de Dios”