(RV/InfoCatólica) El Papa recuerda que Dios aparece “como un Padre que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia”, un Padre que “sufre si nos perdemos y celebra nuestro regreso”.
"Por eso, la relación con Él se construye a través de una historia, del mismo modo que ocurre a cada hijo con sus propios padres: al inicio depende de ellos; después reivindica la propia autonomía; y al final –y éste es el desarrollo positivo- se alcanza una relación madura, basada en el reconocimiento y en el amor auténtico”.
Precisamente estas mismas etapas son las que marcan la relación del hombre con Dios. Primero, ha enumerado el Papa, se vive una etapa que es como la infancia, “una religión movida por la necesidad, por la dependencia”. Después, ha proseguido el Santo Padre, el hombre crece, se emancipa, y quiere ser libre, adulto, capaz de realizar sus propias elecciones de forma autónoma, “pensando incluso poder prescindir de Dios”. Esta fase, ha dicho Benedicto XVI, “es delicada, porque puede llevar al ateismo, pero también por este motivo, a menudo esconde la exigencia de descubrir el verdadero rostro de Dios”.
“Por suerte", ha sentenciado el Papa, "Dios sigue siendo fiel e incluso si nosotros nos alejamos y nos perdemos continua a seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para llamarnos hacia Él”.
En la parábola del hijo pródigo, los dos hijos se comportan de manera opuesta. El menor se va y cae siempre más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero él también tiene una relación inmadura con el padre. De hecho, cuando el hermano regresa, el mayor no está contento como el padre, sino que se enfada y no quiere entrar en casa. “Los dos hijos representan los dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambos modos se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que hay un amor gratuito que nos ama, más grande de nuestra miseria y también de nuestra justicia, conseguiremos una relación realmente filial y libre con Dios”.
“Queridos amigos –ha concluido el Papa- meditemos sobre esta parábola. Reflejándonos en los dos hijos, y sobre todo contemplando el corazón del Padre. Caigamos entre sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso. Que la Virgen María, Mater misericordiae, nos ayude”.