(InfoCatólica) La Organización Mundial de la Salud ha publicado por primera vez unas directrices sobre la infertilidad que suponen un cambio radical en la concepción de la parentalidad. El documento establece que toda persona, independientemente de su estado civil u orientación sexual, tendría derecho a convertirse en padre o madre, transformando el deseo de tener hijos en una pretensión jurídica exigible.
Un cambio conceptual hacia el «derecho al hijo»
El texto de la OMS afirma que «las personas solas y las parejas tienen derecho a decidir el número, el momento y el intervalo de los nacimientos». Este planteamiento representa un desplazamiento conceptual decisivo que transforma el deseo de tener un hijo en una pretensión jurídica y abre paso a una lógica en la que el niño deja de ser un don para convertirse en algo debido, como si la sociedad, mediante la tecnología y la ley, estuviera obligada a satisfacer ese deseo a cualquier precio.
Desde la antropología cristiana, el hijo se recibe, no se reclama, y la parentalidad no es un derecho sino una vocación. El documento de la OMS supone un vuelco completo de esta comprensión tradicional que sitúa la técnica por encima de la naturaleza humana.
El niño, gran ausente del discurso
En las numerosas páginas dedicadas a la reproducción, el gran ausente es paradójicamente el propio niño. El texto se centra exclusivamente en los adultos, en su sufrimiento, en sus aspiraciones y en sus «preferencias en materia de fertilidad», pero no dedica ni una sola línea al bien del menor. Este silencio no es accidental: cuando el niño se convierte en objeto de un derecho, deja de ser sujeto.
El menor queda así reducido al estatus de producto: fabricado en laboratorio, seleccionado, transferido, congelado y eventualmente eliminado si no responde a las expectativas. La lógica técnica se impone sobre la lógica humana, convirtiendo lo que tradicionalmente era un misterio de la vida en un proceso industrial.
La «equidad» como justificación universal
El término «equidad» se repite como un estribillo a lo largo del documento. En su nombre, la OMS solicita a los Estados que abran la fecundación artificial no solo a las parejas estériles, sino también a quienes no pueden concebir de forma natural: solteros, parejas homosexuales y personas trans.
Una nota a pie de página precisa que el personal médico debe tener en cuenta «una gran variedad de personas» y proporcionarles una asistencia igual. Para satisfacer sus preferencias, la única respuesta propuesta es tecnológica. Así, la infertilidad deja de ser considerada una enfermedad para convertirse en un estado de vida que la técnica debe compensar, y el acceso universal a la fecundación extracorpórea aparece como consecuencia lógica.
Ruptura con la filiación tradicional
El documento consagra una ruptura histórica en la que la filiación deja de ser algo dado para convertirse en algo fabricado. La fecundación artificial abandona su carácter de recurso excepcional para parejas infértiles y pasa a configurarse como un servicio abierto a todos, financiado, organizado y normalizado.
No importa que el niño nazca en un hogar sin padre o sin madre, cuestión que ni siquiera se plantea en el texto. El objetivo que se perfila es claro: proporcionar un hijo a quien lo desee, sustituyendo la técnica a la naturaleza y el deseo individual a la realidad biológica.
Legitimación de una tendencia global
Esta evolución no surge de la nada, sino que ratifica lo que ya existe en varios países occidentales, donde el derecho ha seguido a la cultura y el deseo individual ha prevalecido sobre el bien común. Las leyes se han ido adaptando progresivamente y, ahora, la OMS otorga a esta lógica una legitimidad de alcance mundial.
En esta nueva visión, el niño deja de ser un sujeto a proteger para convertirse en un producto a suministrar, y la fecundación in vitro se normaliza como vía ordinaria para satisfacer proyectos parentales de cualquier tipo.
