(National Catholic Register/Infocatólica) Indonesia es un país mayoritariamente musulmán. De hecho, tiene la mayor población musulmana del mundo, de más de 200 millones, superior a la de países musulmanes más conocidos como Arabia, Pakistán, Egipto o Argelia. La pequeña isla indonesia de Flores, sin embargo, es muy diferente del resto del país, en particular porque la población y la cultura son católicas.
El catolicismo llegó a la isla de Flores en el siglo XVI, gracias a los misioneros que acompañaban a comerciantes portugueses de especias. La isla se encuentra a unos 800 kilómetros al este de Bali y tiene dos millones de habitantes, de los cuales más del 80% son católicos. En la costa norte, alrededor de Maumere, es dónde más seminarios se agrupan. Congregaciones religiosas como la Sociedad del Verbo Divino, los Padres Somascos, los Rogacionistas, los Vocacionistas y los Carmelitas mantienen allí seminarios, que han producido abundantísimos frutos.
Una institución destacada en Flores es el Seminario Mayor de San Pablo, situado en la cima de la colina de Ledalero y fundado en 1937 por misioneros de la Palabra Divina. Comenzó impartiendo formación a novicios de la Sociedad del Verbo Divino, pero pronto decidió acoger también a jóvenes locales llamados al sacerdocio, así como a estudiantes de otras órdenes religiosas. Hasta la fecha, el seminario ha formado cerca de 1.500 sacerdotes misioneros de la Sociedad del Verbo Divino, de los cuales alrededor de 500 prestan sus servicios en más de 70 países en todo el mundo.
El arzobispo Paulus Budi Kleden de Ende, misionero del Verbo Divino y natural de Flores, subrayó la importancia de la isla no solo para la Iglesia indonesia, sino también para las diócesis y congregaciones religiosas de todo el mundo. “Muchos de los antiguos alumnos de estos seminarios trabajan fuera del país”, señaló, destacando la contribución de la isla al clero global. Conviene destacar la importancia de un próspero sistema de seminarios menores, que actualmente cuenta con 650 estudiantes matriculados en el nivel de secundaria y bachillerato. “Una vez que los alumnos terminan sus estudios, pueden optar por diócesis o diferentes congregaciones”, explicó Mons. Kleden. “No limitamos su elección.”
En Ledalero, los seminaristas estudian filosofía durante cuatro años, seguidos de dos años de teología, y completan uno o dos años de servicio pastoral antes de la ordenación. Quienes disciernen que el sacerdocio no es su vocación pueden abandonar el programa en cualquier momento y obtener una licenciatura en la cercana Ledalero Catholic School of Philosophy. Siguen llegando vocaciones cada año, pero la cantidad nunca ha sido la prioridad del seminario. Según cuenta el Padre Sefrianus Juhani, profesor del Seminario Mayor de San Pablo, lo que pretenden es formar hombres disciplinados y espiritualmente fuertes, sacerdotes honestos dispuestos a servir y no a buscar fama.
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan es el mundo digital. “Nuestros seminaristas viven en un entorno informativo acelerado”, explicó el sacerdote. “A menudo este entorno propaga desinformación, noticias falsas y una mentalidad miope. Su influencia dificulta que los jóvenes cultiven el silencio y la reflexión, que son esenciales para el crecimiento espiritual”. Para ayudar a los seminaristas en este sentido, el seminario impone límites estrictos en cuanto al uso de la electrónica, de manera que solo se puede usar el wifi durante ciertas horas para así practicar el autocontrol y ayudar en la concentración espiritual.
Otro desafío son las finanzas. Actualmente viven en el seminario más de 320 seminaristas, provenientes de familias muy variadas en cuanto a recursos, por lo que cada una de ellas aporta lo que puede. A pesar de la colaboración de las familias, la financiación no suele ser suficiente, por lo que la comunidad cosecha sus propios huertos y cría cerdos y gallinas para alimento, con el objetivo de ser lo más autónomos posible.
Durante la semana llevan un ritmo disciplinado de oración, estudio y trabajo. Los fines de semana se involucran en las actividades de los pueblos, visitando presos, enfermos o parroquias. Esta actividad es parte de la educación del seminario, con el objetivo de fomentar la confianza, la creatividad y las habilidades sociales esenciales para el trabajo pastoral futuro.
Cada año llegan nuevos jóvenes con historias diferentes, pero el mismo deseo de servir a Dios y afianzar su vocación, la cual se pone al servicio de la Iglesia en cualquier parte del mundo. Dios sigue llamando a jóvenes al sacerdocio, incluso en los rincones de la tierra donde menos cabría esperar que lo hiciera.








