(Cope/InfoCatólica) Hombre capaz de perdonar y de reconocer la grandeza del prójimo, Juan Pablo II escribió una carta abierta (a los cuatro meses de su agresión, para su posible lectura en la Audiencia general; misiva inacabada) a quien atentó contra su vida, Ali Agca -fechada el 11 de septiembre de 1981, veinte años antes del atentado de las Torres Gemelas-, y también al padre Pío de Pietrelcina (ya canonizado).
“Por qué es santo. El verdadero Juan Pablo II contado por el postulador de la causa de beatificación” (Ed. Rizzoli): son 200 páginas escritas por monseñor Oder con el periodista italiano de “Famiglia Cristiana” Saverio Gaeta.
Apunta Gaeta en la publicación semanal: “`Intentan entenderme desde fuera. Pero sólo se me puede comprender desde dentro´. Cuán cierta era esta confidencia de Juan Pablo II resulta hoy definitivamente claro, después de que la documentación del proceso para su beatificación haya evidenciado aspectos desconocidos, capaces de ofrecer nueva luz” sobre la totalidad de la vida del Papa Wojtyla.
La revista propone en exclusiva uno de estos documentos inéditos, procedente del libro “Perché è santo”, donde monseñor Oder condensa las miles de páginas de testimonios y escritos recogidos en las tres investigaciones diocesanas –de Roma, Cracovia y Nueva York- que han conducido a la declaración de las virtudes heroicas de Juan Pablo II.
La anticipación de “Famiglia Cristiana”, con firma de monseñor Oder, relata que, avanzando en su edad, el Papa Wojtyla empezó a reflexionar sobre la oportunidad de presentar su dimisión en caso de manifiesta imposibilidad para cumplir su propio ministerio. Próximo a su 75 cumpleaños (el 18 de mayo de 1995), emprendió una consulta informal con los responsables de la Secretaría de Estado y sus amigos y colaboradores más estrechos, tratando con ellos la posibilidad de aplicarse la norma de Derecho canónico que prevé para los obispos la renuncia de su cargo al alcanzar tal edad.
Según monseñor Oder, el Papa Juan Pablo II sometió la cuestión al estudio desde el punto de vista histórico y teológico, consultando en particular al entonces cardenal Joseph Ratzinger –prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe-, pero al final se confió a la voluntad de Dios. En síntesis, confirmó cuanto ya había dicho en 1994 al cirujano Gianfranco Fineschi, quien le había intervenido recientemente de su fractura de fémur: “Profesor, tanto usted como yo tenemos una sola elección. Usted me debe atender. Y yo debo sanar. Porque no hay lugar en la Iglesia para un Papa emérito”.
“Así escribió el pontífice un texto en 1994 –confirma monseñor Oder-, destinado probablemente a que se leyera en voz alta (¿al colegio cardenalicio?), dado que sobre algunas palabras está indicado a mano el acento tónico para facilitar la pronunciación”:
“Ante Dios he reflexionado largamente sobre qué debe hacer el Papa por sí mismo en el momento en que cumpla los 75 años. Al respecto, os confío que, desde que hace dos años se perfiló la posibilidad de que el tumor del que debía ser operado fuera maligno, pensé que el Padre que está en los cielos querría proveer él mismo a resolver anticipadamente el problema”.
Pero no fue así
“Tras haber orado y reflexionado por largo tiempo sobre mis responsabilidades ante Dios, considero un deber seguir las disposiciones a ejemplo de Pablo VI, quien, ante la perspectiva del mismo problema, juzgó que no podía renunciar al mandato apostólico más que en presencia de una enfermedad incurable o de un impedimento tal que obstaculizara el ejercicio de las funciones de Sucesor de Pedro”.
“También yo, por lo tanto, tras las huella de mi predecesor, ya he puesto por escrito mi voluntad de renunciar al sagrado y canónico oficio de Romano Pontífice en el caso de enfermedad que se presuma incurable y que impida ejercer (suficientemente) las funciones del ministerio petrino”. ”Fuera de esta hipótesis, advierto como obligación grave de conciencia el deber de seguir desarrollando la tarea a la que Cristo Señor me ha llamado, hasta que él, en los misteriosos designios de su Providencia, quiera”.
“Superados los ochenta años, cumplido el Gran Jubileo del 2000, Juan Pablo II se abandonó en las manos de Dios –añade monseñor Oder"-. Como confió en el testamento, “espero que Él me ayude a reconocer hasta cuándo debo continuar este servicio, al que me llamó el 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando Él mismo quiera. “En la vida y en la muerte, pertenecemos al Señor... somos del Señor” (Cf. Romanos 14, 8). Espero también que, mientras se me done el cumplimento del servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio”.