(InfoCatólica) El Papa León XIV se dirigió esta ayer a un grupo de eremitas que participaron en el Jubileo de la Vida Consagrada, destacando la importancia de su vocación contemplativa en el mundo contemporáneo. Durante su discurso, el Pontífice subrayó que la vida eremítica «no es una huida del mundo, sino una regeneración del corazón».
El Santo Padre comenzó su intervención citando el Evangelio de Juan sobre los verdaderos adoradores, recordando que «el Padre busca y llama, en todo tiempo, a hombres y mujeres para que le adoren a la luz de su Espíritu y en la verdad revelada por su Hijo único». En este contexto, explicó que los ermitaño están llamados a vivir de manera ejemplar la vocación a la adoración y la oración interior.
Una respuesta a la alienación moderna
León XIV destacó la relevancia particular de la vida eremítica en la actualidad, afirmando que «esta llamada a la interioridad y al silencio, para vivir en contacto con uno mismo, con el prójimo, con la creación y con Dios, es hoy más necesaria que nunca, en un mundo cada vez más alienado por la exterioridad mediática y tecnológica».
El Papa citó a Evagrio Póntico para explicar la paradoja de la vida eremítica: «Monje es aquel que, separado de todos, está unido a todos», subrayando que la soledad orante genera comunión y compasión por toda la humanidad.
Presencia valiosa en comunidades empobrecidas
El Pontífice puso especial énfasis en el valor de la presencia eremítica en las zonas rurales, donde «los presbíteros y los religiosos son cada vez más escasos y las parroquias se empobrecen en oportunidades». También destacó su importancia en contextos urbanos, describiéndolas como «oasis de comunión con Dios y con los hermanos».
Custodios del deseo de Dios
León XIV concluyó su discurso recordando a los ermitaño su papel como custodios del deseo de Dios que habita en cada persona, citando a san Agustín: «Tu deseo es tu oración; y si es un deseo continuo, es también una oración continua».
El Papa les pidió que permanezcan «en la brecha, con las manos levantadas y el corazón vigilante», navegando «con toda la Iglesia, nuestra madre, por el mar tempestuoso de la historia, hacia el Reino de amor y paz que el Padre prepara para todos».







