(NCR/InfoCatólica) Según informa el National Catholic Register, varios expertos norteamericanos consideran que los seminarios de los Estados Unidos están viviendo una edad de oro, a pesar de las dificultades, la falta general de vocaciones y las diferencias entre unos seminarios y otros.
George Weigel, conocido autor y conferenciante católico, perteneciente a la dirección de la revista religiosa First Things, ha afirmado que, en las numerosas charlas que ha dado en seminarios de su país, ha observado «un nivel de madurez de los seminaristas y de compromiso de los formadores que habría llamado la atención hace cuarenta años y quizá también hace veinticinco».
La mejora observada en los seminarios estadounidenses es desigual, porque «aún quedan seminarios que no se han reformado», pero la mayoría de los seminarios de los Estados Unidos, «están mejor de lo que han estado en décadas y, posiblemente, mejor que nunca».
En el mismo sentido y basándose en su experiencia de muchos años, el rector del seminario San Juan Pablo II de Washington, el P. Carter Griffin, explica que está convencido de que «los seminarios católicos de los Estados Unidos están muy bien, mejor de lo que han estado en muchas décadas». «Me atrevería a llamarlo una ‘edad de oro’ de la formación en los seminarios».
No obstante, las cifras de seminaristas siguen siendo muy bajas. Actualmente, según la conferencia episcopal norteamericana, hay 3.596 seminaristas diocesanos en el país. A finales de los años sesenta había más o menos el doble de seminaristas, a pesar de que el número de católicos era solo de 45 millones, frente a los 72 millones actuales. Weigel, sin embargo, ha señalado que «las cifras pueden ser una trampa y resultar engañosas, porque no es posible medir la madurez espiritual e intelectual y el compromiso pastoral de forma matemática».
En ese sentido, para evaluar la madurez de los seminaristas, sugirió una medida alternativa sorprendente, pero que consideraba alentadora: «el número de jóvenes a los que se invita a dejar el seminario, porque, a juicio de formadores sabios y experimentados, no tienen lo que hace falta para desempeñar el ministerio ordenado. Ya casi han pasado por completo los días en que la admisión en un seminario prácticamente garantizaba llegar a ordenarse».
Carmina Chapp, Decana de la Escuela de Estudios Teológicos del Seminario San Carlos Borromeo de Filadelfia, afirma que el cambio de tendencia se realizó a principios del nuevo milenio. «Hace veinte años, los seminarios estaban cambiando de dirección». Desde entonces, «los seminarios empezaron a mejorar con respecto a la calidad de su educación, su formación intelectual y su atención a la formación humana».
¿Cuál ha sido la causa de este cambio? La crisis de los abusos, que, según Weigel, hizo que «los obispos se concentraran prodigiosamente en el asunto» de la formación de los sacerdotes, porque dejó «inequívocamente claro» que la proliferación de los abusos provenía del desmoronamiento de la disciplina teológica y formativa en los seminarios a mediados y finales de los años sesenta».
En particular, aumentó la importancia dada a la formación para vivir adecuadamente el celibato sacerdotal y la formación humana de los candidatos al sacerdocio. En los planes de estudio de los seminaristas a principios de los años setenta apenas se consideraban esas cuestiones. Un primer hito para cambiar esa situación había sido ya la exhortación Pastores Dabo Vobis de Juan Pablo II, la «carta magna de la formación en el seminario», según el P. Griffin, que «marcó una enorme diferencia».
«La crisis de los abusos clericales sucedió», en opinión del mismo sacerdote, «porque muchos hombres que entraron en el seminario y fueron ordenados nunca deberían haberse ordenado. Actualmente los estándares de admisión, sin ser perfectos, son más estrictos; los instrumentos utilizados (como amplios exámenes psicológicos) son más exhaustivos, y las personas que toman las decisiones sobre la admisión y el progreso son más conscientes de los peligros de ordenar a las personas equivocadas».
El cambio, según el P. Griffin, no es solo de la formación humana, sino también del enfoque teológico. Los candidatos actuales «no están interesados en un cristianismo aguado», sino una «proclamación firme, confiada y clara del mensaje completo del Evangelio, tanto las partes agradables como aquellas que son más duras. Son fieles a la Iglesia, serios y deseosos de aprender. No es solo mi experiencia, sino la de prácticamente todos los formadores que conozco».