(The Pillar/InfoCatólica) En las décadas de 1960 y 1970, el panorama era muy diferente. Los religiosos superaban ampliamente en número a los sacerdotes diocesanos, y sus comunidades estaban presentes en escuelas, hospitales, parroquias y obras sociales en todo el país. Sin embargo, las cifras han dado un vuelco en los últimos 50 años. En 2015, los sacerdotes diocesanos ya superaban en más de 8.000 a los religiosos, y en 2023 apenas 153 hombres ingresaron en alguna de las más de 200 comunidades religiosas masculinas de EE.UU.
Quince años sin una ordenación
El P. Tom McCarthy, OSA, describe cómo la provincia agustina del Medio Oeste pasó 15 años sin celebrar una sola ordenación. «Decidimos que había que pensar diferente, ser proactivos, invitar a los jóvenes a conocer nuestra vida», explica. A partir de entonces, comenzaron a organizar encuentros, cenas comunitarias y momentos de oración con jóvenes interesados. La estrategia ha dado frutos, pero no todas las órdenes han logrado replicar ese éxito.
Por su parte, los franciscanos de la Orden de Frailes Menores tomaron una decisión histórica en 2023: fusionar sus cinco provincias estadounidenses en una sola. El P. Greg Plata, OFM, explica las razones:
«Cada provincia estaba experimentando una reducción. Un estudio demográfico nos mostró que no era sostenible mantener estructuras separadas. Unirnos ha permitido optimizar recursos y reforzar nuestra presencia».
Las causas de la crisis
Los responsables de vocaciones coinciden en señalar varios factores que han contribuido al descenso: una sociedad cada vez más secularizada, el impacto de los escándalos de abusos y la fragilidad de las estructuras familiares.
El P. Joseph Hill, SJ, observa un problema añadido en la generación actual:
«La vida religiosa exige una entrega radical, algo que la generación ansiosa teme asumir. Hay miedo al compromiso y a la incertidumbre sobre el futuro».
A esta realidad se suma la escasa visibilidad de las comunidades religiosas. «Para muchos jóvenes, la única referencia sacerdotal son los párrocos o seminaristas diocesanos. Nunca han tenido contacto directo con religiosos», lamenta McCarthy.
Signos de esperanza en algunas congregaciones
A pesar del panorama general, algunas comunidades viven una etapa de crecimiento. La provincia dominica de San Martín de Porres, en el sur de EE.UU., ha recibido 23 nuevos miembros en los últimos cinco años, mientras que solo seis frailes han fallecido en ese tiempo. El P. Carl Paustian, OP, atribuye este dinamismo a su presencia en universidades:
«Los jóvenes ven nuestra vida, nuestra oración y nuestra predicación de cerca. Eso les atrae».
Los Franciscanos de la Renovación, fundados en 1987 como una rama reformada de los capuchinos, también muestran cifras alentadoras, con entre 8 y 12 nuevos aspirantes anualmente. «Los jóvenes buscan comunidades con un fuego nuevo, una entrega radical a Cristo y a los pobres», afirma el P. Angelus Montgomery, CFR.
Redes sociales y presencia digital
Muchas órdenes han potenciado su presencia en internet para llegar a las nuevas generaciones. La orden agustina contrató expertos para optimizar su impacto en redes sociales, mientras que los franciscanos se benefician de la popularidad de frailes como el P. Casey Cole, con más de 160.000 seguidores en Instagram.
«Hoy los jóvenes saben dónde encontrar información y la red está abierta las 24 horas», señala McCarthy. Plata coincide:
«Muchos aspirantes nos descubren gracias a vídeos o publicaciones en redes. Eso les permite conocer nuestra vida desde dentro».
El efecto León XIV
La elección del Papa León XIV, primer Pontífice procedente de la orden agustina, ha supuesto un impulso inesperado para sus hermanos en EE.UU. «En los dos últimos meses hemos recibido más de 300 solicitudes de jóvenes que quieren hablar con nosotros», revela McCarthy.
Este efecto mediático ha renovado el interés por la vida religiosa y la espiritualidad agustina. «El Santo Padre está mostrando al mundo quiénes somos los agustinos, y eso nos está abriendo puertas», añade.
«Una crisis del corazón»
Más allá de las cifras, los responsables de vocaciones perciben una dimensión más profunda en el desafío actual. «Más que una crisis de vocaciones, vivimos una crisis del corazón», reflexiona Montgomery:
«Muchos jóvenes cargan heridas, miedos y soledad. Nuestra misión como promotores vocacionales es acompañarles, ayudarles a sanar y dar espacio a Cristo para que revele su plan en sus vidas».
La revitalización de la vida religiosa en EE.UU. exigirá tiempo, creatividad y oración constante. Como recuerda el P. Paustian, «es más fácil entrar en una comunidad cuando uno percibe que tiene futuro y vitalidad. Los jóvenes buscan comunidades vivas, comprometidas y fieles a su carisma».