(Aci África/InfoCatólica) La iglesia de Mar Mijaíl, situada en la aldea de Al-Sura al-Kubra, en la provincia de Sueida, fue objeto ayer de actos vandálicos perpetrados por un grupo extremista. Según imágenes difundidas en redes sociales, los atacantes destruyeron símbolos cristianos, profanaron el altar y sus elementos litúrgicos, desgarraron su cubierta de tela y prendieron fuego al techo y las paredes, lo que causó el ennegrecimiento de los iconos superiores y del gran crucifijo situado frente al altar.
La zona sufre intensos enfrentamientos que han obligado a numerosas familias a huir, muchas de las cuales se han refugiado en iglesias en busca de seguridad.
En un desarrollo paralelo, las fuerzas de seguridad evitaron un atentado contra la iglesia maronita de Mar Elías en la localidad de Al-Jreibat, en la región oriental de Tartús. Tres personas fueron detenidas cuando intentaban detonar un coche bomba cargado con unos 20 kilogramos de explosivos. Según el «Observatorio Sirio de Derechos Humanos», en el interior del vehículo se hallaron panfletos con mensajes de odio sectario y símbolos de inspiración religiosa extremista.
El párroco de Mar Elías, monseñor Jihad Nasif, declaró en un comunicado que varios vecinos detectaron un coche sospechoso estacionado cerca de la iglesia, lo que motivó que alertaran a las autoridades, quienes actuaron con rapidez y desactivaron la amenaza.
Cabe recordar que, hace unos diez días, los habitantes de la ciudad de Safita, situada a unos 40 kilómetros de Al-Jreibat, encontraron panfletos pegados en las paredes de sus iglesias y comercios con llamamientos a asesinar cristianos y quemar sus templos, bajo la firma del autodenominado «Brigada Ansar al-Sunna». Sin embargo, el propio grupo desmintió en su canal de Telegram cualquier relación con dichas amenazas, dejando en el aire la identidad de los responsables.
País en caos
Bashar al-Assad, quien había gobernado Siria desde el año 2000 tras suceder a su padre Hafez al-Assad (en el poder desde 1971), fue derrocado en diciembre de 2024. Este evento marcó el fin de más de cinco décadas de dominio de la familia Assad sobre Siria. La caída del régimen se produjo tras una ofensiva militar coordinada por grupos opositores que lograron tomar Damasco, la capital, poniendo fin a un conflicto que se había prolongado desde 2011, cuando comenzaron las protestas de la Primavera Árabe contra su gobierno.
El tribalismo sigue siendo un elemento clave en la configuración del poder local. En la ciudad de Suwayda, al sur del país, se han desatado en los últimos días enfrentamientos entre las comunidades drusa y beduina a raíz del secuestro de un comerciante druso. Estos choques, que se extendieron del 11 al 13 de julio, han dejado decenas de muertos y han obligado al gobierno de transición a enviar tropas para intentar contener la violencia. Aunque se anunció un alto el fuego el 15 de julio, persisten tensiones y actos de resistencia liderados por figuras drusas influyentes.
La situación se ha complicado aún más con la intervención de la aviación israelí, que bombardeó posiciones de blindados sirios en la zona argumentando la necesidad de proteger a la población drusa. Este episodio refleja la fragilidad del gobierno central, encabezado por Ahmed al‑Sharaa, que no ha logrado integrar plenamente a los líderes tribales y milicias locales en el nuevo marco político. En muchas regiones, estas estructuras tribales ejercen un control de facto sobre el territorio y mantienen su propia capacidad militar.
El panorama actual muestra un país donde el poder está fragmentado y donde las lealtades tribales y sectarias condicionan tanto la seguridad como la gobernabilidad. Es decir algo similar a lo ocurrido en Libia tras el derrocamiento de Gadafi.
A diferencia de Libia, donde apenas hay cristianos, en Siria la población cristiana es importante y es probablemente la más desprotegida porque no tiene nadie que la defienda.