(Infocatólica) Partiendo del mensaje del evangelio de ayer, el Pontífice dijo que la vida eternar la heredamos del Padre como hijos suyos, pero para recibirla hay que acoger su voluntad, que es amarle y amar al prójimo:
«Al hacerlo, correspondemos al amor del Padre: la voluntad de Dios es, de hecho, esa ley de vida que Dios practica primero con nosotros, amándonos con todo su ser en su Hijo Jesús».
Cristo, dijo León XIV, «es la revelación del verdadero amor hacia Dios y hacia el ser humano: amor que se da y no posee, amor que perdona y no exige, amor que socorre y nunca abandona».
El Papa aseguró que «para vivir eternamente no es necesario engañar a la muerte, sino servir a la vida, es decir, cuidar de la existencia de los demás en el tiempo que compartimos».
Papa León XIV
Ángelus
Plaza de la Libertad (Castel Gandolfo)
Domingo, 13 de julio de 2025Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de hoy comienza con una hermosa pregunta dirigida a Jesús: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10,25). Estas palabras expresan un deseo constante en nuestra vida, el deseo de salvación, es decir, de una existencia libre del fracaso, del mal y de la muerte.
Lo que el corazón del hombre espera se describe como un bien que se “hereda”. No se trata de conquistarlo por la fuerza, ni de implorarlo como siervos, ni de obtenerlo por contrato. La vida eterna, que solo Dios puede dar, se transmite al hombre en herencia como de padre a hijo.
Por eso, a nuestra pregunta, Jesús responde que para recibir el don de Dios hay que acoger su voluntad. Como está escrito en la Ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón […] y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27; cf. Dt 6,5; Lv 19,18). Al hacerlo, correspondemos al amor del Padre: la voluntad de Dios es, de hecho, esa ley de vida que Dios practica primero con nosotros, amándonos con todo su ser en su Hijo Jesús.
Hermanos y hermanas, ¡miremos a Jesús! Él es la revelación del verdadero amor hacia Dios y hacia el ser humano: amor que se da y no posee, amor que perdona y no exige, amor que socorre y nunca abandona. En Cristo, Dios se ha hecho prójimo de cada hombre y cada mujer; por eso, cada uno de nosotros puede y debe convertirse en prójimo de quienes encuentra en el camino. Siguiendo el ejemplo de Jesús, Salvador del mundo, también nosotros estamos llamados a llevar consuelo y esperanza, especialmente a quienes están desanimados y decepcionados.
Por lo tanto, para vivir eternamente no es necesario engañar a la muerte, sino servir a la vida, es decir, cuidar de la existencia de los demás en el tiempo que compartimos. Esta es la ley suprema, que está por encima de cualquier norma social y le da sentido.
Pidamos a la Virgen María, Madre de misericordia, que nos ayude a acoger en nuestro corazón la voluntad de Dios, que siempre es voluntad de amor y de salvación, para que seamos cada día artífices de paz.