(InfoCatólica) Durante su homilía, el Santo Padre centró su reflexión en dos aspectos que definieron la vida de los apóstoles: la comunión eclesial y la vitalidad de la fe. En su mensaje, subrayó la importancia de mantener la unidad en la diversidad, recordando que Pedro y Pablo, a pesar de sus diferencias de origen y temperamento, caminaron juntos en el seguimiento de Cristo y dieron la vida por el Evangelio.
«Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes, han tenido ideas diferentes, a veces se enfrentaron y discutieron con franqueza evangélica. Sin embargo, eso no les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva comunión en el Espíritu», afirmó León XIV.
El Papa destacó que la Iglesia de hoy está llamada a vivir esa misma unidad en medio de la pluralidad de dones y carismas:
«Comprometámonos a hacer de nuestras diversidades un taller de unidad y comunión, de fraternidad y reconciliación, para que cada uno en la Iglesia, con la propia historia personal, aprenda a caminar junto con los demás».
El Pontífice reflexionó sobre la necesidad de mantener una fe viva y dinámica, capaz de responder a los desafíos del presente. Y tras recordar la pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15), aseguró que «cada día, en cada momento de la historia, siempre debemos prestar atención a esta pregunta».
El Santo Padre exhortó a «buscar caminos nuevos para la evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los hermanos y hermanas en la fe».
León XIV recordó las palabras del Papa Francisco, quien en numerosas ocasiones advirtió sobre el peligro de una fe «cansada y estática». León XIV hizo suyas estas advertencias y llamó a los fieles a renovar constantemente su relación con Cristo para evitar que el cristianismo se reduzca a una herencia cultural vacía de sentido.
Dirigiéndose a los arzobispos que recibieron el palio, símbolo de comunión con la Sede de Pedro, el Papa les dijo:
«Este signo, al mismo tiempo que recuerda la tarea pastoral que les ha sido confiada, expresa la comunión con el obispo de Roma, para que, en la unidad de la fe católica, cada uno de ustedes pueda alimentarla en las Iglesias locales confiadas a ustedes».
León XIV saludó con gratitud a la delegación del patriarcado ecuménico enviada por el patriarca Bartolomé, así como a los miembros del Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana, a quienes expresó su cercanía espiritual y su deseo de paz.
Concluyó la celebración invocando a los santos Pedro y Pablo como intercesores por la Iglesia y el mundo entero:
«Caminemos juntos en la fe y en la comunión, e invoquemos su intercesión sobre todos nosotros, sobre la ciudad de Roma, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero».
Santa misa y bendición de los palios para los nuevos arzobispos metropolitanos en la solemnidad de los santos apóstoles san Pedro y san Pablo
Capilla papal
Homilía del papa León XIV
Basílica de san Pedro
Domingo, 29 de junio de 2025
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos a dos hermanos en la fe, Pedro y Pablo, que reconocemos como pilares de la Iglesia y veneramos como patronos de la diócesis y de la ciudad de Roma.
La historia de estos dos apóstoles nos interpela de cerca también a nosotros, que somos la comunidad peregrina de los discípulos del Señor en nuestro tiempo. En particular, viendo sus testimonios, quisiera subrayar dos aspectos: la comunión eclesial y la vitalidad de la fe.
En primer lugar, la comunión eclesial. La liturgia de esta solemnidad, de hecho, nos hace ver cómo Pedro y Pablo fueron llamados a vivir un único destino, el del martirio, que los asoció definitivamente a Cristo. En la primera lectura encontramos a Pedro que, en la cárcel, espera que se ejecute la sentencia (cf. Hch 12,1-11); en la segunda encontramos al apóstol Pablo, también él con cadenas, afirmando, en una especie de testamento, que su sangre está por ser derramada y ofrecida a Dios (cf. 2 Tm 4,6-8.17-18). Tanto Pedro como Pablo, por tanto, dan su vida por la causa del Evangelio.
Sin embargo, esta comunión en la única confesión de la fe no es una conquista pacífica. Los dos apóstoles la alcanzan como una meta a la que llegan después de un largo camino, en el cual cada uno ha abrazado la fe y ha vivido el apostolado de manera diversa. Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar la buena noticia a los gentiles.
Entre ambos, como sabemos, no faltaron conflictos respecto a la relación con los paganos, al punto que Pablo afirma: «Cuando Cefas llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible» (Ga 2,11). Y de dicha cuestión, como sabemos, se ocupará el concilio de Jerusalén, en el que los dos apóstoles seguirán debatiendo.
Queridos hermanos, la historia de Pedro y Pablo nos enseña que la comunión a la que el Señor nos llama es una armonía de voces y rostros, no anula la libertad de cada uno. Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes, han tenido ideas diferentes, a veces se enfrentaron y discutieron con franqueza evangélica. Sin embargo, eso no les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva comunión en el Espíritu, una fecunda sintonía en la diversidad. Como afirma san Agustín: «En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad» (Sermón 295, 7).
Todo esto nos interroga sobre el camino de la comunión eclesial. Esta nace del impulso del Espíritu, une las diversidades y crea puentes de unidad en la variedad de los carismas, de los dones y de los ministerios. Es importante aprender a vivir la comunión de ese modo, como unidad en la diversidad, para que la variedad de los dones, articulada en la confesión de la única fe, contribuya al anuncio del Evangelio. Estamos llamados a seguir caminando por esta senda, mirando precisamente a Pedro y Pablo, porque todos necesitamos de esa fraternidad. Lo necesita la Iglesia, lo necesitan las relaciones entre los laicos y los presbíteros, entre los presbíteros y los obispos, entre los obispos y el papa, así como lo necesitan la vida pastoral, el diálogo ecuménico y la relación de amistad que la Iglesia desea mantener con el mundo. Comprometámonos a hacer de nuestras diversidades un taller de unidad y comunión, de fraternidad y reconciliación, para que cada uno en la Iglesia, con la propia historia personal, aprenda a caminar junto con los demás.
Los santos Pedro y Pablo nos interpelan también sobre la vitalidad de nuestra fe. En la experiencia del discipulado, de hecho, siempre existe el riesgo de caer en la rutina, en el ritualismo, en esquemas pastorales que se repiten sin renovarse y sin captar los desafíos del presente. En la historia de los dos apóstoles, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a los cambios, de dejarse interrogar por los acontecimientos, los encuentros y las situaciones concretas de las comunidades, de buscar caminos nuevos para la evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los hermanos y hermanas en la fe.
Y en el centro del Evangelio que hemos escuchado está precisamente la pregunta que Jesús hace a sus discípulos, y que también nos dirige hoy a nosotros, para que podamos discernir si el camino de nuestra fe conserva dinamismo y vitalidad, si aún está encendida la llama de la relación con el Señor: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15).
Cada día, en cada momento de la historia, siempre debemos prestar atención a esta pregunta. Si no queremos que nuestro ser cristiano se reduzca a una herencia del pasado, como tantas veces nos ha advertido el papa Francisco, es importante salir del peligro de una fe cansada y estática, para preguntarnos: ¿quién es hoy para nosotros Jesucristo? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida y en la acción de la Iglesia? ¿Cómo podemos testimoniar esta esperanza en la vida cotidiana y anunciarla a aquellos con quienes nos encontramos?
Hermanos y hermanas, el ejercicio del discernimiento, que nace de estos interrogantes, le permite a nuestra fe y a la Iglesia que se renueven continuamente y que experimenten nuevos caminos y nuevas prácticas para el anuncio del Evangelio. Esto, junto a la comunión, debe ser nuestro primer deseo. En particular, hoy quisiera dirigirme a la Iglesia que peregrina en Roma, porque ella está llamada más que todas a ser signo de unidad y de comunión, Iglesia ardiente de una fe viva, comunidad de discípulos que testimonian la alegría y el consuelo del Evangelio en todas las situaciones humanas.
En la alegría de esta comunión, que el camino de los santos Pedro y Pablo nos invita a cultivar, saludo a los hermanos arzobispos que hoy reciben el palio. Queridos hermanos, este signo, al mismo tiempo que recuerda la tarea pastoral que les ha sido confiada, expresa la comunión con el obispo de Roma, para que, en la unidad de la fe católica, cada uno de ustedes pueda alimentarla en las Iglesias locales confiadas a ustedes.
Deseo además saludar a los miembros del Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana: gracias por su presencia aquí y por su celo pastoral. Que el Señor le conceda la paz a su pueblo.
Y con viva gratitud saludo a la delegación del patriarcado ecuménico, que ha sido enviada por el querido hermano su santidad Bartolomé.
Queridos hermanos y hermanas, edificados por el testimonio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, caminemos juntos en la fe y en la comunión, e invoquemos su intercesión sobre todos nosotros, sobre la ciudad de Roma, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero.