(DetroitCatholic/InfoCatólica) Diecinueve días después de Pentecostés, el viernes posterior a la solemnidad del Corpus Christi se celebra cada año la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, seguida al día siguiente por la memoria del Inmaculado Corazón de María.
San Juan Pablo II fue el primer pontífice en describir esta relación con el término «alianza». Durante el rezo del Ángelus en 1985, dijo: «Cuando el costado de Cristo fue traspasado por la lanza del centurión, se cumplió en ella la profecía de Simeón: “Y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lucas 2,35). Las palabras del profeta anuncian la alianza definitiva de estos corazones: del Hijo y de la Madre; de la Madre y del Hijo».
Más tarde, el 26 de septiembre de 1986, en el marco del Simposio Internacional sobre la Alianza de los Corazones de Jesús y María, añadió: «Así, al consagrarnos al Corazón de María, descubrimos un camino seguro hacia el Sagrado Corazón de Jesús, símbolo del amor misericordioso de nuestro Salvador».
El padre John Kettelberger, sacerdote vicentino y director espiritual de la Asociación Central de la Medalla Milagrosa, explicó al Register: «Es maravilloso que ambas fiestas estén una junto a la otra, para mostrar la unión inquebrantable entre el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María».
Ambos corazones, añadió, están llenos de profundo simbolismo: el del viernes nos recuerda el amor de Dios manifestado en la cruz y en la Eucaristía; el del sábado, la unión de María con el sufrimiento de su Hijo, particularmente al pie de la cruz, animándonos también a unir nuestras penas a las de Cristo.
Kettelberger, también rector del Santuario Basílica de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, explicó que el Corazón de Jesús es «símbolo de todo el amor que Dios nos tiene, que nos creó, nos redimió y quiere llevarnos al cielo». La devoción al Corazón de María, añadió, refleja su intercesión constante y su amor maternal. «Ella ruega por nosotros ante su Hijo», recordó. «Cuando se apareció a santa Catalina Labouré, la Virgen la invitó a acudir al pie del altar, donde grandes gracias serían concedidas por medio de su Corazón, unido al de Jesús».
Entre esas gracias —señaló— están el consuelo en la enfermedad, en la ansiedad o en las dificultades familiares: bendiciones que Dios quiere derramar desde su Corazón, por medio del Corazón de María. «Miramos el Corazón de María sabiendo que, como nosotros, tuvo una vida con gozos y sufrimientos. Una espada atravesó su alma. Está con nosotros en los momentos difíciles, intercediendo y rezando por nosotros, mientras el Corazón de Jesús arde de amor divino».
Historia de una devoción compartida
El pasado 28 de mayo, el Papa León XIV mencionó esta devoción en un mensaje dirigido a la Conferencia Episcopal de Francia con motivo del centenario de la canonización de san Juan Eudes, san Juan María Vianney y santa Teresa del Niño Jesús. El Santo Padre escribió: «¿No fue san Juan Eudes el primero en celebrar el culto litúrgico a los Corazones de Jesús y de María?».
San Juan Eudes, en el siglo XVII, es considerado el «padre de esta devoción». Compuso la Misa y el Oficio en honor a ambos Corazones, con aprobación eclesiástica. En su obra El Admirable Corazón de María, escribió: «Esta veneración a María significa honrar el Corazón corporal, el Corazón espiritual y el Corazón divino de Jesús, que son también los Corazones, o más bien el único Corazón de María. Todo el universo debería, por tanto, celebrar la fiesta del Inmaculado Corazón de María».
En La vida y el Reino de Jesús, Eudes afirmaba: «Jamás debéis separar lo que Dios ha unido tan perfectamente. Tan íntima es la unión entre Jesús y María, que quien ve a Jesús ve a María; quien ama a Jesús, ama a María; quien tiene devoción a Jesús, tiene devoción a María. Jesús y María son los dos fundamentos de la religión cristiana, los dos manantiales vivos de todas nuestras bendiciones, los dos centros de toda nuestra devoción».
La siguiente etapa significativa en la devoción a los Dos Corazones ocurrió en 1830, cuando la Virgen se apareció a santa Catalina Labouré y reveló la Medalla Milagrosa, que incluye la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María.
El magisterio también impulsó esta devoción. En su encíclica Haurietis Aquas (1956), el venerable Pío XII escribió: «El adorable Corazón de Jesucristo comenzó a latir con un amor a la vez humano y divino después de que la Virgen María pronunciara generosamente su “Fiat”». Y añadió: «Para que fluyan en mayor abundancia los favores de esta devoción al Sagrado Corazón, conviene que el Corazón Inmaculado de la Madre de Dios le esté íntimamente unido».
Concluyó consagrando la Iglesia y el mundo al «Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María».
En 1969, san Pablo VI colocó ambas celebraciones una junto a la otra en el calendario litúrgico, como signo visible de su misión unida. San Juan Pablo II retomó este vínculo en su encíclica Redemptor Hominis (1979): «Podemos decir que el misterio de la Redención tomó forma bajo el corazón de la Virgen de Nazaret cuando pronunció su “fiat”». Es decir, la alianza de los Dos Corazones comienza en la Encarnación.
Una devoción para todos los hogares
Emily Malloy, editora de Theology of the Home, compartió con el Register que su familia vive esta devoción como base espiritual. «Es un verdadero cimiento para vivir las enseñanzas reveladas en estas devociones», dijo. «La conexión es evidente. El corazón es símbolo universal del amor. Y aquí vemos el amor infinito de Dios que nos llama a amarlo también a Él».
Malloy explicó que estas devociones impulsan la conversión: «Nos invitan a los sacramentos, a la Misa, a la oración y a una disposición más profunda para recibir a Cristo».
El padre Kettelberger sugirió prácticas concretas para mantener viva esta unión: participar en los primeros viernes de mes con confesión, misa y comunión; rezar la Letanía del Sagrado Corazón, y dedicar los primeros sábados del mes al Corazón de María, asistiendo a misa, comulgando y rezando el Rosario.
Malloy añadió: «A través de estas devociones vemos lo que Dios puede hacer en nosotros al ejemplo de la Virgen: su humildad, su amor por su Hijo, su pureza en el “fiat” continuo de estar siempre unida a Dios. Ella es nuestro modelo. Y Jesús, junto a ella, nos lo entrega todo».
Finalmente, señaló que consagrar el hogar al Sagrado Corazón y a María transforma la vida familiar: «Esta es una devoción muy importante para la familia. Este mes es propicio para orar juntos y entronizar al Sagrado Corazón como Rey del hogar». También alentó a que cada miembro de la familia se consagre a la Virgen, especialmente los niños en edad de recibir la Primera Comunión.
«Ponernos bajo el amparo de María, tomarla como ejemplo para amar al Señor, nos lleva a la santidad y al servicio de los demás. Es una devoción hermosa y sencilla que todos podemos practicar», concluyó.