(El Mundo/Agencias/InfoCatólica) Escenas similares se repiten por toda la capital de Haití, 24 horas después del seísmo, que habría dejado, según temen las autoridades más de 100.000 muertos.
En las casas en ruinas, los cuerpos de las víctimas permanecen intactos, en la misma posición en las que les pilló el terremoto: una pareja aplastada mientras dormía la siesta, chicas cubiertas de polvo, mujeres desnudas cuyos ojos permanecen abiertos por el miedo. En los coches, los cuerpos carbonizados aún están allí.
"¡Ayuda! Mi marido está atrapado ahí abajo. Por el amor de Dios, ayúdame, yo sé que él está vivo ", grita desesperada una mujer en medio de la calle. En la calle Saint-Honoré, en el centro de la ciudad, un hombre cubierto por el polvo y atrapado entre los hierros de su vehículo intenta ser rescatado por sus vecinos. Sufre una grave hemorragia. Nadie cree que se pueda salvar. "Murió antes de que los equipos de rescate pudieran llegar", cuenta Wilson, un estudiante de sociología presente en la escena.
Los supervivientes se agrupan en las calles en espera de ayuda, mientras se dan consuelo e intentan asimilar la magnitud de la tragedia. En todas las vías y plazas principales se ven aglomeraciones humanas. Algunos se dedican a la ingente tarea de retirar escombros en busca de más supervivientes o cadáveres.
"¿Qué ha hecho nuestro país para merecer esto?", se lamenta Maravillas Rody Baptista, un octogenario sentado en una silla a la puerta de la que fue su casa. No piensa moverse hasta que se hayan recuperado los cuerpos de sus dos nietos enterrados bajo los escombros.
A pocos metros, la escena es todo lo contrario. Un grupo de mujeres cantando, batiendo palmas. Un aire alegre que contrasta con la tristeza de su alrededor. Están vivas. De pronto, una nueva réplica del terremoto les devuelve al terror.
En este paisaje de devastación, desolación y caos hay también quien busca sacar provecho, y ha habido pillaje en los establecimientos comerciales. Las fuerzas de seguridad y los voluntarios, además de rescatar a las víctimas del terremoto, están tratando de garantizar el orden público, con patrullas día y noche por la ciudad y sus alrededores.
El terremoto de 7 grados de magnitud Richter que sacudió Haití este martes ha convertido las calles de Puerto Príncipe en un hervidero de miles de personas que lo invaden todo, algunas por miedo a regresar a sus casas y otras porque ya no tienen techo.
Las comunicaciones normales están cortadas, los caminos bloqueados por escombros y árboles, la energía eléctrica interrumpida y el suministro de agua es escaso. Las únicas luces visibles en la ciudad provienen de señales de tránsito que funcionan con energía solar. El panorama no puede ser más terrorífico.