(InfoCatólica) «Es posible ser sacerdotes felices, porque Cristo nos ha llamado, Cristo nos ha hecho sus amigos», afirmó el Papa al inicio de su intervención ante los participantes del evento promovido por el Dicasterio para el Clero. Tras agradecer a los organizadores su labor discreta pero fecunda, el Santo Padre recordó que la clave del ministerio sacerdotal es la amistad con el Señor: «El sacerdote, de hecho, es un amigo del Señor, llamado a vivir con Él una relación personal y confiada».
Desde esta perspectiva, el Papa propuso tres aplicaciones fundamentales para la formación sacerdotal: la formación como camino de relación, la fraternidad presbiteral y la preparación de formadores capaces de transmitir esta experiencia. Subrayó que «la formación sacerdotal no puede reducirse a adquisición de nociones», sino que ha de «involucrar a la persona entera, corazón, inteligencia, libertad, y plasmarla a imagen del Buen Pastor».
León XIV insistió en que la vida presbiteral debe ser fraterna: «¿Cómo, de hecho, nosotros ministros podríamos ser constructores de comunidades vivas, si no reinase ante todo entre nosotros una efectiva y sincera fraternidad?». En este contexto, destacó también la importancia de cuidar a los formadores: «La eficacia de su obra depende ante todo del ejemplo de vida y de la comunión entre ellos».
El Papa abordó además la cuestión vocacional, animando a crear espacios donde los jóvenes puedan descubrir la llamada del Señor: «Tened el coraje de propuestas fuertes y liberadoras». E invitó a renovar el “sí” vocacional con alegría:
«Recordamos a los sacerdotes que han dado la vida, incluso hasta la sangre, y renovamos hoy nuestra disponibilidad a vivir sin reservas un apostolado de compasión y de alegría».
Al final del encuentro, un sacerdote pidió abrazar al Papa en nombre de todos. León XIV accedió con una sonrisa: «Uno por todos. Porque después también los otros querrán. ¿Estáis de acuerdo? Uno por todos, entonces». Ya en un tono cercano y espontáneo, exhortó:
«Nadie aquí está solo. Y aunque estés trabajando en la misión más lejana, ¡nunca estás solo!».
El Papa concluyó con una oración común, animando a vivir la vocación con fe y fraternidad:
«Tenemos una gran misión y todos juntos podemos realizarla. Contad siempre con la gracia de Dios, con mi cercanía también».
Este jueves un sacerdote español protagonizó un emotivo episodio con el Papa León XIV cuando se acercó para pedirle, como hace un hijo con su padre, que le diera un abrazo.pic.twitter.com/zRuejqh2S1
— EWTN ESPAÑOL (@EWTNespanol) June 26, 2025
Discurso del Santo Padre León XIV a los participantes en el encuentro internacional Sacerdotes felices «Os he llamado amigos» (Jn 15,15) organizado por el Dicasterio para el Clero
Auditorium Conciliazione, Roma
Jueves, 26 de junio de 2025
Comencemos con la señal de la cruz, porque estamos aquí porque Cristo, que murió y resucitó, nos ha dado la vida y nos ha llamado a servir. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con vosotros!
Queridísimos hermanos en el sacerdocio, queridos hermanos, dear brothers priests,
Queridos formadores, seminaristas, animadores vocacionales, amigos en el Señor:
Es para mí una gran alegría encontrarme hoy aquí con vosotros. En el corazón del Año Santo, queremos testimoniar juntos que es posible ser sacerdotes felices, porque Cristo nos ha llamado, Cristo nos ha hecho sus amigos (cf. Jn 15,15): una gracia que queremos acoger con gratitud y responsabilidad.
Deseo agradecer al cardenal Lazzaro y a todos los colaboradores del Dicasterio para el Clero por su servicio generoso y competente: un trabajo amplio y valioso, que se realiza a menudo en silencio y discreción y que produce frutos de comunión, formación y renovación.
Con este momento de intercambio fraterno, un intercambio internacional, podemos valorar el patrimonio de experiencias ya acumuladas, animando la creatividad, la corresponsabilidad y la comunión en la Iglesia, para que lo que se siembra con dedicación y generosidad en tantas comunidades pueda convertirse en luz y estímulo para todos.
Las palabras de Jesús «Os he llamado amigos» (Jn 15,15) no son solo una declaración afectuosa hacia los discípulos, sino una verdadera clave de comprensión del ministerio sacerdotal. El sacerdote es, en efecto, un amigo del Señor, llamado a vivir con Él una relación personal y confiada, alimentada por la Palabra, por la celebración de los Sacramentos y por la oración diaria. Esta amistad con Cristo es el fundamento espiritual del ministerio ordenado, el sentido de nuestro celibato y la energía del servicio eclesial al que dedicamos la vida. Nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el “sí” pronunciado al inicio de la vocación.
En particular, queridos hermanos, a partir de esta palabra-clave quisiera extraer tres implicaciones para la formación al ministerio sacerdotal.
Ante todo, la formación es un camino de relación. Llegar a ser amigos de Cristo significa formarse en la relación, no solo en las competencias. La formación sacerdotal, por tanto, no puede reducirse a una adquisición de conocimientos, sino que es un camino de familiaridad con el Señor que implica a toda la persona —corazón, inteligencia, libertad— y la moldea a imagen del Buen Pastor. Solo quien vive en amistad con Cristo y está impregnado de su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría. Esto exige escucha profunda, meditación y una vida interior rica y ordenada.
En segundo lugar, la fraternidad es un estilo esencial de vida presbiteral. Llegar a ser amigos de Cristo implica vivir como hermanos entre sacerdotes y entre obispos, no como competidores ni como individualistas. La formación debe entonces ayudar a construir vínculos sólidos en el presbiterio como expresión de una Iglesia sinodal, en la que se crece juntos compartiendo los esfuerzos y las alegrías del ministerio. ¿Cómo podríamos, en efecto, nosotros ministros ser constructores de comunidades vivas si no reinase ante todo entre nosotros una fraternidad efectiva y sincera?
Además, formar sacerdotes amigos de Cristo significa formar hombres capaces de amar, escuchar, orar y servir juntos. Por eso hay que poner especial cuidado en la preparación de los formadores, porque la eficacia de su labor depende ante todo del ejemplo de vida y de la comunión entre ellos. La misma institución de los seminarios nos recuerda que la formación de los futuros ministros ordenados no puede desarrollarse de forma aislada, sino que requiere la implicación de todos los amigos y amigas del Señor que viven como discípulos misioneros al servicio del Pueblo de Dios.
Al respecto, quisiera decir una palabra también sobre las vocaciones. A pesar de las señales de crisis que atraviesan la vida y la misión de los presbíteros, Dios sigue llamando y permanece fiel a sus promesas. Es necesario que existan espacios adecuados para escuchar su voz. Por eso son importantes ambientes y formas de pastoral juvenil impregnadas del Evangelio, donde puedan manifestarse y madurar las vocaciones al don total de sí. ¡Tened el coraje de propuestas fuertes y liberadoras! Al mirar a los jóvenes que en nuestro tiempo dicen su generoso “aquí estoy” al Señor, sentimos todos la necesidad de renovar nuestro “sí”, de redescubrir la belleza de ser discípulos misioneros en seguimiento de Cristo, el Buen Pastor.
Queridos hermanos, celebramos este encuentro en la víspera de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús: es de esta «zarza ardiente» de donde nace nuestra vocación; es de esta fuente de gracia de donde queremos dejarnos transformar.
La encíclica de Papa Francisco Dilexit nos, si es un don precioso para toda la Iglesia, lo es de modo especial para nosotros los sacerdotes. Nos interpela con fuerza: nos pide custodiar juntos la mística y el compromiso social, la contemplación y la acción, el silencio y el anuncio. Nuestro tiempo nos desafía: muchos parecen haberse alejado de la fe, y sin embargo, en lo profundo de muchas personas, especialmente de los jóvenes, hay sed de infinito y de salvación. Muchos experimentan como una ausencia de Dios, y sin embargo todo ser humano está hecho para Él, y el designio del Padre es hacer de Cristo el corazón del mundo.
Por eso queremos redescubrir juntos el impulso misionero. Una misión que proponga con valentía y con amor el Evangelio de Jesús. A través de nuestra acción pastoral, es el Señor mismo quien cuida de su rebaño, reúne a los dispersos, se inclina sobre los heridos, sostiene a los desanimados. Imitando el ejemplo del Maestro, crecemos en la fe y nos convertimos en testigos creíbles de la vocación que hemos recibido. Cuando uno cree, se nota: la felicidad del ministro refleja su encuentro con Cristo, apoyándole en la misión y el servicio.
Queridos hermanos en el sacerdocio, ¡gracias a vosotros que habéis venido desde lejos! Gracias a cada uno por la entrega diaria, especialmente en los lugares de formación, en las periferias existenciales y en los lugares difíciles, a veces peligrosos. Mientras recordamos a los sacerdotes que han entregado la vida, incluso hasta la sangre, renovamos hoy nuestra disponibilidad a vivir sin reservas un apostolado de compasión y de alegría.
¡Gracias por lo que sois! Porque recordáis a todos que es hermoso ser sacerdotes, y que toda llamada del Señor es ante todo una llamada a su alegría. No somos perfectos, pero somos amigos de Cristo, hermanos entre nosotros e hijos de su tierna Madre María, y eso nos basta.
Dirijámonos al Señor Jesús, a su Corazón misericordioso que arde de amor por cada persona. Pidámosle la gracia de ser discípulos misioneros y pastores según su voluntad: buscando a quien está perdido, sirviendo a quien es pobre, guiando con humildad a quien nos ha sido confiado. Sea su Corazón quien inspire nuestros planes, transforme nuestros corazones y nos renueve en la misión. Os bendigo con afecto y rezo por todos vosotros.
Para concluir, proponemos un momento de oración. Un momento muy breve, pero lo que he dicho antes con palabras, ¡cuánto importa! Quiero subrayar la importancia de la vida espiritual del sacerdote. Muchas veces, cuando necesitáis ayuda, buscad un buen «acompañante», un director espiritual, un buen confesor. ¡Nadie aquí está solo! Y aunque estéis trabajando en la misión más lejana, ¡nunca estáis solos! Tratad de vivir lo que el Papa Francisco tantas veces llamaba la «cercanía»: cercanía con el Señor, cercanía con vuestro obispo o superior religioso, y también cercanía entre vosotros, porque vosotros de verdad debéis ser amigos, hermanos; vivir esta bellísima experiencia de caminar juntos sabiendo que estamos llamados a ser discípulos del Señor. Tenemos una gran misión y todos juntos podemos realizarla. Contad siempre con la gracia de Dios, con mi cercanía también, y juntos podemos ser verdaderamente esta voz en el mundo. ¡Gracias!
Entonces, recemos juntos: Padre nuestro…
Y a María nuestra Madre, digamos: Dios te salve, María…
¡Mis mejores deseos para todos! ¡Dios os bendiga siempre!