(RV/InfoCatólica) En concreto sobre la situación de los inmigrantes, a la luz de los altercados vividos en el sur de Italia estos últimos días, el Santo Padre ha exhortado a “analizar la base del problema”. “Es necesario –ha dicho- partir del significado de la persona”. “Un inmigrante es un ser humano, diferente por proveniencia, cultura y tradición, pero es una persona que hay que respetar, que tiene sus derechos y deberes, en particular, en el ámbito del trabajo donde es más fácil la tentación de la explotación, pero también, en el ámbito de las condiciones concretas de vida. La violencia no es el camino para resolver las dificultades. El problema es sobre todo humano. Invito a mirar al rostro de los demás y a descubrir que también ellos tienen una alma, una historia y una vida, son una persona, y que Dios los ama como a mi”.
Una consideración similar la ha realizado el Papa también en relación al hombre y a la diversidad religiosa: “La violencia contra los cristianos en algunos países ha suscitado el desprecio de muchos, sobre todo porque se ha manifestado en los días más sagrados de la tradición cristiana. Es necesario que las Instituciones, tanto políticas como religiosas, asuman sus responsabilidades. No puede existir violencia en nombre de Dios, ni se puede pensar honrarle ofendiendo la dignidad y la libertad de nuestros semejantes”.
En este sentido, durante su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, Benedicto XVI ha evidenciado que éste valor lo representa la fiesta de hoy del Bautismo del Señor, que al mismo tiempo resume el sentido global de la Festividad natalicia, ya que representa el ser hijos de Dios gracias a la llegada de su hijo. “Como cristianos, gracias al Espíritu Santo recibido en el Bautismo, tenemos el don y el compromiso de vivir como hijos de Dios y hermanos, para ser ‘levadura’ de una humanidad nueva, solidaria y rica de paz y esperanza”.
Seguidamente el Papa ha señalado que “la fraternidad no se puede establecer mediante ideologías o decretos de un poder constituido”, sino que nos reconocemos hermanos “a partir del humilde y profundo reconocimiento del ser hijos del único Padre celestial”. “Con este sacramento el hombre se transforma realmente en ‘hijo’, hijo de Dios. Desde este momento, la finalidad de su existencia consiste en alcanzar libre y conscientemente, lo que desde el inicio ha recibido como don”.