(RV/InfoCatólica) “La fe es un don que hay que descubrir, cultivar y testimoniar –ha explicado el Papa- Con esta celebración del Bautismo, el Señor concede a cada uno de nosotros vivir la belleza y la alegría de ser cristianos, para que podamos introducir a los niños bautizados en la plenitud de la adhesión a Cristo”.
Con la fiesta del Bautismo de Jesús, ha explicado en Papa en su homilía, “continúa el ciclo de manifestaciones del Señor, que ha iniciado en Navidad con el nacimiento en Belén del Verbo encarnado, contemplado por María, José, y los pastores en la humildad del pesebre. Ha tenido también una etapa importante en la Epifanía, cuando el Mesías, a través de los Magos, se ha manifestado a todas las gentes. Hoy Jesús se revela, en las orillas del Jordán, a Juan, y al pueblo de Israel”.
Es la primera ocasión en la que Él, como hombre maduro, entra en la escena pública, tras haber dejado Nazaret. Lo encontramos junto al Bautista, al cual acude un gran número de gente, en una escena insólita. “El suyo es un bautismo de penitencia. Un signo que invita a la conversión, a cambiar vida, porque se acerca Aquel que ‘bautizará en Espíritu santo y fuego’. De hecho, no se puede aspirar a un mundo nuevo quedando inmersos en el egoísmo y en las costumbres arraigadas al pecado”.
También Jesús abandona la casa y las normales ocupaciones para llegar al Jordán. Llega en medio de la multitud, que está escuchando al Bautista y se pone en fila como todos los otros, a la espera de ser bautizado. Juan a penas lo ve intuye que en aquel Hombre hay algo único, que es el misterioso Otro que esperaba y hacia el cual está orientada toda su vida. Comprende que está delante de Alguien más grande que él.
“En el Jordán, Jesús, sin embargo se manifiesta con una extraordinaria humildad, que recuerda la pobreza y la simplicidad del Niño acostado en el pesebre, y anticipa los sentimientos con los cuales, al final de sus días terrenos, llegará a lavar los pies de sus discípulos y sufrirá la humillación terrible de la cruz”.
“El Hijo de Dios, Aquel que está sin pecado, -ha afirmado el Pontífice- se pone entre los pecadores. Muestra la cercanía de Dios al camino de conversión del hombre”. Jesús toma sobre sus hombros el peso de la culpa de la entera humanidad, “inicia su misión poniéndose en nuestro lugar, en la perspectiva de la cruz”.
Salido del agua, recogido en oración tras el bautismo, llega el momento esperado por los profetas: “De hecho, el cielo se abrió y descendió sobre Él el Espíritu Santo; se oyeron palabras nunca escuchadas antes: Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto”.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo descienden entre los hombres y nos revelan su amor que salva. Si son los ángeles los que anuncian a los pastores el nacimiento del Salvador, y es la estrella la que advierte a los Magos venidos de Oriente, ahora es la voz misma del Padre la que indica a los hombres la presencia en el mundo su Hijo y el que invita a mirar a la resurrección, a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
“El Evangelio, de hecho, es para nosotros gracia que da alegría y sentido a la vida. Éste, prosigue el Apostol Pablo, nos enseña a renegar la impiedad y los deseos mundanos y a vivir en este mundo con sobriedad, con justicia, y con piedad; es decir, nos conduce a una vida más feliz, más hermosa, más solidaria, a una vida según el mandato de Dios. Podemos decir que también para estos niños hoy se abren lo cielos. Ellos reciben el don de la gracia del Bautismo y el Espíritu Santo habitará en ellos como en un templo, transformando en profundidad sus corazones”.
El rito del Bautismo ha afirmado asimismo Benedicto XVI, llama con insistencia al tema de la fe. El Celebrante lo recuerda a los padres que piden el bautismo para sus propios hijos. Ellos se asumen la tarea de “educarles en la fe”, para que la vida divina que reciben en don, sea preservada del pecado y crezca día a día. La fe representa el tema central del Sacramento.
“Queridos amigos, hoy para estos niños es un gran día. Con el bautismo, ellos, convertidos en partícipes de la muerte y resurrección de Cristo, inician con Él la aventura gozosa y exaltadora del discípulo. La liturgia la representa como una experiencia de luz. De hecho, entregando a cada uno el cirio encendido en el cirio pascual, la Iglesia afirma: ‘Recibís la luz de Cristo’”.
En esta luz los niños bautizados deberán caminar toda su vida, ayudados por las palabras y el ejemplo de sus padres, padrinos y madrinas: “Todos ellos deberán empeñarse para alimentar con las palabras y el testimonio de sus vidas, las llamas de la fe de estos niños, para que pueda resplandecer en este mundo nuestro, que a menudo va a ciegas entre las tinieblas de la duda, la luz del Evangelio que es vida y esperanza".