Sus abogados han anunciado que el antiguo pistolero a sueldo terminará de cumplir la condena por el asesinato del periodista Abdi Ipekci el 18 de enero, fecha en la que abandonará la prisión de Sincan en Ankara. Y con ánimo previsor de cara al día en que vuelva a ser libre, Agca ha pedido asilo político en Portugal y en el Vaticano. Y ha manifestado su intención de viajar a Fátima, a Polonia y Roma, donde tiene la intención de visitar la tumba de Juan Pablo II como golpe publicitario de efecto. En esa misma línea de autopromoción, ha anunciado su conversión al cristianismo, y ha expresado su deseo de saludar a Benedicto XVI… Cualquier extravagancia que dé titulares…Y sin haber hecho ninguna declaración pública de arrepentimiento
El problema con Ali Agca —aparte de la patología de “personalidad antisocial” diagnosticada por las autoridades turcas, que en su día le eximió del servicio militar— es que su palabra no tiene ningún valor. En primer lugar, porque ha mentido continua y contumazmente. Y no sólo el día en que se declaró Jesucristo ante el tribunal que le juzgaba, obligando al juez a expulsarle de la sala. O cuando, desde su celda en la cárcel, acusó al Vaticano de complicidad en el atentado contra el Papa. El problema de su palabra es que, por más que quiera venderla cara, esta bien poco vale porque Agca no sabe quién estaba detrás de la trama para asesinar a Juan Pablo II. El sólo conoce los últimos eslabones.
Cuando, a principios de diciembre, se anunció la próxima excarcelación de Agca, Joaquín Navarro-Valls, antiguo portavoz de Juan Pablo II, comentó que “Ali Agca no sabe nada más de lo que ya sabemos”, y de lo que ha ido saliendo a la luz a lo largo de los sucesivos juicios celebrados en Italia. “Mi impresión es que sabe cosas hasta un cierto nivel, pero por encima de ese nivel no sabe nada”, señala.
El histriónico turco, en cambio, sí que puede cotizar alto como hombre-espectáculo. Es el personaje ideal para protagonizar un “reality show” y, desde luego, no le faltarán invitaciones a tertulias de televisión. Según sus agentes, ha recibido peticiones de entrevistas de más de cien diarios, e incluso ha escrito a Dan Brown —autor del “Código Da Vinci”— para escribir juntos un “best seller” de intrigas vaticanas.
Fuentes del Vaticano recuerdan que Agca nunca se arrepintió de haber disparado contra Juan Pablo II. Nunca le pidió perdón. Eso sí, aprovechó la magnanimidad del Papa para hacerse autopublicidad y conseguir el indulto de las autoridades italianas.
En su último libro, “Memoria e identidad”, Juan Pablo II recordaba que dos días después de la Navidad de 1983 fue a visitarle a la cárcel: “Hablamos durante largo rato —escribe—. Ali Agca, como saben, es un asesino profesional. Eso significa que el atentado no fue iniciativa suya, sino que fue planeado y encargado por alguna otra persona. Durante toda nuestra conversación quedó claro que Agca continuaba preguntándose por qué el atentado no le había salido bien”. Agca no sólo no pidió perdón, sino que manifestó su asombro porque no hubo un desenlace mortal.
--