(InfoCatólica) El texto presentado por la Comisión Teológica Internacional fue aprobado por unanimidad durante su sesión plenaria del 2024 y autorizado para su publicación por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, con el beneplácito del papa Francisco. Bajo el título «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador - 1700 años del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025)», el documento se propone como una meditación teológica y eclesial en torno al símbolo niceno-constantinopolitano, cuya formulación sigue siendo, según el texto, la expresión más completa y compartida de la fe cristiana. El próximo 20 de mayo se conmemorarán los 1700 años de la apertura del primer concilio ecuménico de la Iglesia, celebrado en la ciudad de Nicea bajo la convocatoria del emperador Constantino.
Un símbolo de fe que atraviesa los siglos
El documento se organiza en torno a cuatro grandes capítulos, precedidos por una introducción en la que se presenta el Concilio de Nicea como un acontecimiento fundacional de la doctrina cristiana. En palabras del texto, la conmemoración de esta fecha histórica invita a todos los cristianos a unirse en la alabanza a la Santísima Trinidad y en particular a Jesucristo, el Hijo de Dios, «de la misma naturaleza del Padre». Esta expresión, homoúsios, que fue clave en la formulación del dogma niceno, es objeto de una reflexión teológica detallada a lo largo del documento. Su uso, ajeno al lenguaje bíblico pero necesario frente a las desviaciones doctrinales de la época, permitió afirmar con claridad la plena divinidad del Hijo.
La primera parte del texto propone una lectura doxológica del símbolo de fe, destacando su profundidad trinitaria y cristológica. Se subraya que el símbolo no solo transmite una verdad doctrinal, sino que es también una expresión de alabanza, nacida de la liturgia y dirigida a ser proclamada en la liturgia. En esta clave, la fe en el Dios uno y trino se presenta como fuente de salvación y como invitación a contemplar el misterio de Dios que se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
En el corazón del símbolo se encuentra la confesión de Jesucristo como Hijo de Dios, que se encarna «por nosotros los hombres y por nuestra salvación». El documento desarrolla ampliamente la afirmación de que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, consustancial al Padre según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad. Se recuerda que la encarnación, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor no son ideas abstractas, sino acontecimientos reales e históricos en los que Dios mismo actúa para salvar al ser humano.
El texto insiste en que esta salvación es plena y definitiva. No solo libera del pecado, sino que conduce a la participación en la vida divina. La resurrección de Cristo es presentada como garantía de la resurrección futura, y su glorificación como principio de una nueva creación. Asimismo, se subraya que la salvación cristiana es profundamente trinitaria: el Padre envía al Hijo, el Hijo actúa en obediencia al Padre y en comunión con el Espíritu, y el Espíritu es quien actualiza en los creyentes los frutos de la redención.
La grandeza de la vocación humana
A partir de la revelación de Cristo, el documento extrae importantes consecuencias antropológicas. Afirma que la fe cristiana no solo ilumina quién es Dios, sino también quién es el ser humano. En este sentido, el hombre aparece como llamado a la filiación divina, creado a imagen de Dios y destinado a compartir la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu. La fe en la resurrección de la carne, incluida en el símbolo, manifiesta la dignidad del cuerpo humano y la vocación integral del hombre, que incluye su dimensión corporal, social e histórica.
Se señala que toda auténtica antropología cristiana debe ser pneumatológica: el Espíritu Santo es quien transforma al hombre y lo capacita para vivir como hijo de Dios. Así, el documento rechaza toda forma de reduccionismo antropológico, ya sea materialista o espiritualista, y propone una visión del ser humano como misterio abierto a la trascendencia, cuya verdad solo puede ser plenamente comprendida a la luz de Cristo.
La Iglesia y el bautismo
El texto no pasa por alto la dimensión eclesial y sacramental del símbolo. Confesar la fe en la Iglesia «una, santa, católica y apostólica» y en un solo bautismo para el perdón de los pecados es, según se indica, reconocer la presencia activa del Espíritu Santo en la historia. La Iglesia, aunque formada por hombres pecadores, es sacramento universal de salvación, y el bautismo es participación real en la muerte y resurrección de Cristo.
Esta perspectiva lleva a afirmar que la redención cristiana no es solo individual, sino comunitaria. Se realiza en el seno de la Iglesia y se transmite mediante signos visibles. La comunión entre los creyentes, el testimonio común y la vida sacramental son vistos como expresión de la acción salvífica de Dios, que actúa a través de la historia y en medio de la humanidad.
Un fundamento común para la unidad de los cristianos
Uno de los puntos más destacados del documento es su enfoque ecuménico. Se afirma con fuerza que el símbolo de Nicea es patrimonio común de los cristianos, y que en torno a él puede y debe construirse un camino hacia la unidad visible. La Comisión destaca que, más allá de las diferencias existentes entre las confesiones, todos los cristianos creen en un solo Dios, en Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre, en el Espíritu Santo, en la Iglesia, en el bautismo, en la resurrección y en la vida eterna.
En este contexto, el año 2025 es visto como una oportunidad excepcional para avanzar en el diálogo ecuménico. Ese año, la celebración de la Pascua coincidirá en la misma fecha para las Iglesias de Oriente y de Occidente. La Comisión propone aprovechar esta coincidencia para dar pasos concretos hacia la fijación de una fecha común para la Pascua, lo que sería, según el texto, un signo elocuente de unidad y una respuesta al deseo de Cristo «para que todos sean uno».
Una profesión de fe para el mundo de hoy
En su conclusión, el documento subraya que conmemorar el Concilio de Nicea no es un ejercicio académico o arqueológico, sino una ocasión para renovar la fe y el testimonio cristiano. Frente a un mundo marcado por la incertidumbre, el secularismo y la fragmentación, se afirma que la fe en Jesucristo, proclamada hace 1700 años por los Padres del Concilio, sigue siendo la respuesta más luminosa y verdadera a las preguntas del hombre contemporáneo.
El símbolo de fe, afirman los autores, no es una fórmula del pasado, sino una lámpara encendida que debe ser colocada en lo alto para alumbrar a todos. Su proclamación, especialmente en la liturgia pascual y en los bautismos, manifiesta la verdad del Evangelio y la esperanza de la Iglesia. En palabras del propio documento, «lo esencial para nosotros, lo más bello, lo más atractivo y lo más necesario, es la fe en Cristo Jesús».