Mons. Argüello: «Acordémonos de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde somos convocados»

Congreso de Vocaciones «¿Para quién soy?»

Mons. Argüello: «Acordémonos de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde somos convocados»

La Iglesia en España ha celebrado este fin de semana su Congreso de Vocaciones «¿Para quién soy?». La Asamblea Plenaria de la CEE encomendó la organización de este evento al Servicio de Pastoral Vocacional. La Conferencia Episcopal Española cierra, con este Congreso, su ciclo del Plan Pastoral que inició en 2021.

(CEE/InfoCatólica) En la ponencia final del congreso se asegura que el mismo es una gran fiesta del Espíritu, un momento de encuentro para reflexionar sobre la vocación, entendida como don y llamada personal al servicio de los demás. «El pueblo santo de Dios es un pueblo vocacional y es un pueblo de soñadores. El Dios que llama y hace soñar es el Dios de la historia», subrayan en esta ponencia final. Este evento, que ha congregado a laicos, sacerdotes, consagrados y obispos, se ha preparado y vivido para avanzar juntos y proponer algunos retos para caminar como una Iglesia misionera y vocacional.

Asimismo, constatan lo que se ha vivido estos días: «una fiesta del Espíritu porque hemos experimentado que toda vocación cristiana, asumida y entregada, es un mensaje de alegría para la Iglesia y para el mundo, un mundo que en ocasiones muestra un rostro a-vocacional o incluso anti-vocacional».

Y recuerdan que en este Congreso la pregunta clave para una vida cristiana es: «Para quién soy?», de la cual emerge la respuesta «tu vida para los demás».

1. La vocación: un don que se recibe y se entrega

Toda vocación nace en Dios y es una llamada para el bien del mundo. No es una elección personal basada en intereses propios, sino un don gratuito que se acoge con agradecimiento. La vocación debe vivirse como una respuesta al amor de Dios, alejándose de una perspectiva de conquista personal para abrazar una actitud de entrega generosa. «Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. En esencia la misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza», manifiestan en esta ponencia final del Congreso.

Durante estos días de Congreso se han identificado tres actitudes fundamentales ante la vocación:

-Acoger el don: No es algo que se merece, sino que se recibe con humildad, como María en su respuesta al ángel: «Hágase en mí según tu palabra».

-Agradecer el don: La gratitud es clave, reconociendo la llamada como una gracia que transforma la vida, como muestra el evangelio del leproso agradecido.

-Entregar el don: La vocación no se guarda, sino que se comparte, convirtiéndose en una donación plena al prójimo.

2. La vocación brota de la amistad con Jesús

La relación con Cristo es el fundamento de toda vocación cristiana. La amistad con Él no solo nos define como creyentes, sino que también transforma nuestra vida y nos impulsa a vivir en comunión con los demás.

Recuerdan, en el texto final, estas palabras de Jesús, del Evangelio de San Juan: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Esta amistad se vive especialmente en la oración, descrita por Santa Teresa de Ávila como un «tratar de amistad con quien sabemos que nos ama». Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar esta amistad y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana.

3. La Iglesia como familia vocacional

La Iglesia es una gran familia vocacional, donde conviven diversas vocaciones: laical, sacerdotal y consagrada, cada una con su riqueza y especificidad.

Los laicos son llamados a santificar el mundo desde su vida cotidiana, viviendo el Evangelio en el ámbito familiar, laboral y social.

Los sacerdotes son servidores del pueblo de Dios, mediadores entre Dios y los hombres, llamados a anunciar el Evangelio y celebrar los sacramentos.

Los consagrados son un signo de la trascendencia de Dios, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y testimoniando la vida eterna.

La diversidad de estas vocaciones enriquece a la Iglesia y muestra su comunión y misión. Cada vocación contribuye a la misión común de anunciar el Reino de Dios. Todos, cada uno según su propia vocación, hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad.

4. De los sueños a los retos

Este Congreso de Vocaciones invita a pasar de los sueños a los retos concretos para promover una cultura vocacional y dar un nuevo impulso a la pastoral vocacional. Esto implica discernir los signos del Espíritu Santo en nuestra vida y comunidad, y asumir el compromiso de fomentar las vocaciones en todas sus formas.

Entre los principales retos identificados están:

-Pedir al dueño de la mies que suscite nuevas vocaciones.

-Reavivar la conciencia vocacional y misionera en la Iglesia.

-Vivir gozosamente la propia vocación, agradeciendo y celebrando la diversidad vocacional.

-Fomentar una pastoral integrada que tenga un «alma vocacional» en todas sus dimensiones: familiar, juvenil, educativa y cultural.

5. La urgencia vocacional y misionera

Por todo ello, en esta ponencia final subrayan la urgencia de promover las vocaciones y la conciencia misionera. En un contexto de crisis vocacional, el Papa Francisco nos invita a no rendirnos ni refugiarnos en el pasado, sino a lanzarnos con valentía al mar de la evangelización y la misión. La clave está en testimoniar con alegría la vocación recibida, contagiando a otros el fuego del amor de Dios.

Los participantes del Congreso se sienten llamados a ser embajadores del compromiso vocacional, llevando a sus familias, parroquias y comunidades el mensaje de la vocación como una llamada al servicio y a la misión. La vocación, lejos de ser un privilegio para unos pocos, es el núcleo de toda vida cristiana, un camino de amor, esperanza y comunión.

Finalmente, este Congreso de Vocaciones «¿Para quién soy?» realiza una llamada a vivir la vocación como un fuego que transforma el mundo. Jesús, quien nos bautiza en el Espíritu Santo y en el fuego, nos envía a iluminar y calentar el mundo con su presencia. Ser una Iglesia misionera es, en esencia, ser una Iglesia vocacional. La misión de cada bautizado es transmitir este fuego y hacer de su vida un signo del amor de Dios para todos.

Eucaristía de clausura y de envío al Pueblo de Dios

«Que la alabanza llene de alegría nuestro corazón, hermanos» con estas palabras comenzaba Mons. Luis Argüello la homilía. Una alabanza, que «nos permita levantar las manos, estrecharlas y ofrecerlas».

 «Jesucristo ha muerto por nosotros, según las Escrituras. Ha entrado en la hondura del sepulcro, según las Escrituras y ha resucitado, según las Escrituras. Y así se lo ha ido comunicando a unos y a otros, a Simón, a Cefas, a sus amigos, a Pablo, a quienes nosotros aquí somos presencia de los sucesores de los apóstoles».

El presidente de la CEE, se ha dirigido a los «hermanos laicos, Pueblo santo de Dios, que venís a la eucaristía a caer en la cuenta de que este pueblo tiene la forma de un cuerpo, el cuerpo de Cristo». A la vida consagrada, «que realizáis ensayos para que este pueblo peregrino pueda seguir una senda. Nos ofrecéis ensayos de alabanza, de fraternidad, de acoger a los que están tirados en las cunetas de la historia. Peregrinando vais delante, pero vais tantas veces en medio y detrás de nosotros». A los «queridos matrimonios, iglesia doméstica, que hacéis presente el amor singularísimo que Cristo tiene a su esposa, la iglesia, a nosotros, la Iglesia, esposa de Jesucristo».

Mons. Argüello ha invitado a acoger la invitación del Señor que nos dice, «Duc in altum», «rema mar adentro» para hacer su voluntad. Con tres referencias concretas:

Rema mar adentro para configurarte cada día más y mejor con Jesucristo, cuerpo entregado y sangre derramada.

«Duc in altum», entra en lo profundo de este misterio de comunión que es la iglesia. Navega en tu lugar concreto, en tu parroquia concreta, en tu comunidad, en tu asociación, en tu diócesis. Navega la comunión. Vete mar adentro en la hondura de la comunión, de este misterio de belleza, de comunión que es la Iglesia y rema adentro.

Vete a la espesura de la historia, atraviesa las dificultades, anuncia el reino de Dios en tu ambiente, en tu trabajo, que las diversas redes que cada uno de nosotros tenemos, según la vocación en la que hemos sido llamados, nos permita navegar más adentro en la espesura de la historia.

Por último, ha invitado a los asistentes a la eucaristía a ofrecer una antropología de comunión como referencia de la vida cristiana: «Viviremos una presencia en la que la comunión y el encuentro superará las polarizaciones. Viviremos una presencia en el que el curar las llagas de los pobres nos curará nuestras propias heridas como Iglesia, nuestros propios pecados de los que hemos de pedir perdón».

Y ha terminado la homilía con una petición y una invocación: «acordémonos de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde somos convocados. Duc in altum, a lo alto, a los ancho, a lo hondo, para responder a la pregunta, ¿para quién soy yo? Ya sabemos la respuesta Para el Señor en los hermanos. Bendito y alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha convocado en esta liturgia de alabanza».

 

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