Papa Francisco, la búsqueda del equilibrio
Crédito Dominique Devroye en Pixabay

Papa Francisco, la búsqueda del equilibrio

Un equilibrio entre la voluntad de cambiar la narrativa y volver a poner de moda la narrativa perdedora de la que él formó parte, y por otro lado, el hecho de que el gobierno del Papa no es laico, debe buscar crear conversión y difundir la fe. Es el famoso principio todos, todos, todos. Sin embargo, parece que sólo se aplica en algunos casos.

Dos acontecimientos recientes demuestran que el pontificado del papa Francisco ha perdido todo equilibrio. Ocurrieron en Hispanoamérica y también atestiguan la polarización y la «guerra» que tuvo lugar en la Iglesia latinoamericana en los años setenta.

Los dos acontecimientos son la supresión del Sodalicio de Vida Cristiana, una asociación laica cuyo fundador fue condenado por abusos, y las nuevas medidas restrictivas contra el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, ex arzobispo de Lima, acusado de abusos hace algunos años y sometido a restricciones secretas como consecuencia de ello.

Cipriani niega las acusaciones, que no han sido juzgadas -al menos públicamente- y de hecho ha seguido ejerciendo algún ministerio. Cipriani incluso ejerció sus mandatos en varios dicasterios curiales hasta que alcanzó la edad de 80 años.

¿Por qué son tan alarmantes estos dos hechos?

Por la forma en que se produjeron, por la brutalidad del debate en torno a ellos y por el profundo riesgo de que no contribuyan a limpiar la Iglesia, como sería deseable, sino a crear aún más odio.

Cabe recordar que Hispanoamérica ha sido sacudida por un largo debate sobre cómo hacer teología después del Concilio Vaticano II. La compleja situación social y económica, la presencia de dictaduras militares en varios países por períodos más o menos prolongados, y la pobreza absoluta que vive la población han llevado a la Iglesia a involucrarse fuertemente.

Esto no es nada nuevo en América Latina. Con sus reducciones, los jesuitas crearon modelos de vida precisos, dando efectivamente a la población local una oportunidad de emancipación. La evangelización, en suma, pasó también por la civilización, con un esfuerzo que más tarde se llamaría «desarrollo humano integral».

Los modelos marxistas, con la llamada Teología de la Liberación, también caracterizaron el debate postconciliar en América Latina. Juan Pablo II criticó la politización de los sacerdotes. Sin embargo, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger, más tarde Benedicto XVI, superó la cuestión con dos instrucciones sobre la Teología de la Liberación: una que tomaba, apreciaba y exaltaba los puntos de vista positivos, otra que criticaba los aspectos que iban más allá de la visión cristiana y se adherían, en cambio, a la ideología marxista.

Esta línea fue seguida por Benedicto XVI como Papa: no buscar la oposición, sino tratar de conciliar visiones, colocando siempre a Jesucristo en el centro. No es casualidad que cuando se eligió el tema de la famosa Conferencia de Aparecida de 2007, de la que fue ponente el cardenal Jorge Mario Bergoglio, Benedicto XVI quiso que se añadiera la frase «en Él» al tema seleccionado, «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que los pueblos tengan vida».

El Papa Francisco, sin embargo, ha devuelto el debate a los años setenta.

Su modelo es el latinoamericano, y en él queda el poso de un debate que nunca se ha apagado. Ha habido decisiones, acciones de poder, a veces encubrimientos, y a veces ataques exasperados. Al final, no ha habido una verdadera reconciliación.

Así, el Sodalicio fue considerado una expresión de la «derecha». El nuevo cardenal Castillo Mattasoglio, arzobispo de Lima, pidió a gritos la supresión del movimiento en un artículo escrito en El País. En él se quejaba, entre otras cosas, de que las comunicaciones con Roma estaban obstaculizadas y de que Gustavo Gutiérrez, el padre de la Teología de la Liberación, le había pedido que entregara personalmente un mensaje a Ratzinger. El propio cardenal Castillo tomó la palabra para comentar las medidas contra el cardenal Cipriani, afirmando que lo ocurrido «remite al dolor de las víctimas».

No hubo comunicación oficial de la sanción impuesta a Cipriani, jubilado desde 2019. Sólo un comunicado del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, no difundido por los canales institucionales, en el que Bruni afirmó que «a raíz de las acusaciones en su contra, y tras la aceptación de su renuncia como Arzobispo de Lima, al Cardenal se le impuso un precepto penal con algunas medidas disciplinarias relativas a su actividad pública, lugar de residencia y uso de insignias, firmado y aceptado por Su Eminencia».

Bruni añadió: «Aunque en ocasiones puntuales se concedieron algunos permisos para atender peticiones debidas a la edad y situación familiar del Cardenal, este precepto parece seguir vigente».

Cipriani respondió con un comunicado oficial, negando las acusaciones y subrayando que «en agosto de 2018 se me informó que había llegado una denuncia que no me fue entregada. Posteriormente, sin haber sido escuchado, sin saber más y sin que se abriera un proceso, el 18 de diciembre de 2019, el Nuncio Apostólico me comunicó verbalmente que la Congregación para la Doctrina de la Fe me había impuesto una serie de sanciones que limitaban mi ministerio sacerdotal y me obligaban a tener una residencia estable fuera del Perú».

Cipriani estuvo en Roma hasta que cumplió 80 años, cuando terminó su mandato como miembro de los dicasterios vaticanos, y ahora vive en Madrid.

Cipriani siguió formando parte de los dicasterios vaticanos y participando en consultas.

Se ha escrito que la medida contra Cipriani es un ataque del Papa al Opus Dei, del que el cardenal es miembro. Y, en efecto, el Papa prácticamente ha debilitado la prelatura, modificando los cánones 295 y 296 del Derecho Canónico en 2023 para «degradar» las prelaturas personales, asimilándolas «a asociaciones clericales públicas de derecho pontificio con facultad de incardinar clérigos». La única prelatura es la del Opus Dei, que ya había visto instalado a su nuevo prelado sin ordenación episcopal en 2017.

Entonces, ¿qué tienen en común los dos casos: el del Sodalicio y el de Cipriani?

Para empezar, la arbitrariedad.

La supresión del Sodalicio contrasta con la práctica reciente, a saber, la Legión de Cristo, las Comunidades Emaús en Francia o las Comunidades del Arca en Canadá, todas ellas con fundadores que resultaron ser abusadores. No son los únicos. ¿Existen matices de los que no somos conscientes? Si es así, habría que comunicarlos y explicarlos.

Cipriani, por su parte, parece que nunca tuvo la oportunidad de confrontar a los testigos ni de abordar las acusaciones en el juicio–ni siquiera en secreto–aunque ha visto cómo tanto las acusaciones como las medidas que se le impusieron se hacían públicas a través de la prensa.

Otro hilo común es, por tanto, la transparencia, o más bien la falta de ella, con investigaciones y decisiones que se toman no sólo con la debida discreción, sino deliberadamente bajo un velo de secretismo que no suaviza ni atenúa la impresión de que ambos episodios -independientemente de los méritos de las acusaciones contra los principales- están muy politizados.

Incluso en el caso del cardenal Cipriani, los procedimientos llegan hacia el final de su mandato y casi como parte de una transición necesaria. Para que la mentalidad cambie, hay que destruir a los que estaban antes. Juan Pablo II había llamado a Cipriani para poner orden en una diócesis difícil, para traer la ortodoxia. Como todos, tenía resistencias, y tenía aliados. Pero también tenía derecho a defenderse de las acusaciones.

Parece como si, en este momento, todos los protagonistas de aquel gran debate, todos los que avanzaron las posiciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se hubieran convertido en blanco. Esto no significa que todo fuera bueno. Al contrario, hubo errores, pecados e incluso abusos, como hemos visto. Pero tampoco significa que todo fuera malo.

Hoy, el Papa Francisco está llamado a encontrar un equilibrio entre la voluntad de cambiar la narrativa y volver a poner de moda la narrativa perdedora de la que él formó parte, y por otro lado, el hecho de que el gobierno del Papa no es laico, debe buscar crear conversión y difundir la fe. Es el famoso principio todos, todos, todos. Sin embargo, parece que sólo se aplica en algunos casos.

 

Publicado originalmente en MondayVatican.

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