Burke: «Nuestro tiempo necesita sacerdotes santos, firmes en la verdad y valientes en su ministerio»
Cardenal Raymond Leo Burke

«Estamos llamados a ser testigos valientes de la verdad»

Burke: «Nuestro tiempo necesita sacerdotes santos, firmes en la verdad y valientes en su ministerio»

El cardenal Raymond Leo Burke dio una conferencia el pasado 16 de enero en Roma ante los sacerdotes de las Confraternidades del Clero Católico, instándolos a reafirmar su papel como guías morales en medio de una sociedad cada vez más secularizada, aunque ello les signifique ser objeto de persecución.

(InfoCatólica) En su ponencia titulada «La bondad y la misión del sacerdote», el purpurado insistió en la necesidad de que los sacerdotes sean auténticos guías morales, especialmente en tiempos marcados por la confusión doctrinal y la creciente secularización.

Burke enfatizó que el sacerdocio no es simplemente una función dentro de la Iglesia, sino una vocación que implica actuar en la persona de Cristo, el Buen Pastor. Asimismo, hizo un llamamiento a la valentía y fidelidad en el ejercicio del ministerio, recordando que la misión del sacerdote es reflejar la caridad pastoral de Cristo, particularmente en la celebración de la Eucaristía y en la dirección espiritual de los fieles.

El sacerdote, signo de la caridad de Cristo

El cardenal subrayó que la identidad del sacerdote está profundamente ligada a la caridad pastoral de Cristo, que se expresa de manera privilegiada en la Santa Misa. Citando a san Juan Pablo II, recordó que el ministerio sacerdotal no puede reducirse a una simple administración de sacramentos o a una labor social, sino que es una participación en la misión redentora de Cristo.

«El corazón del sacerdote debe estar conformado al Corazón de Cristo, especialmente en la Eucaristía», afirmó el cardenal, destacando que la vocación sacerdotal es «el amor del Corazón de Jesús». Añadió que la Misa es la fuente y el culmen de toda la vida sacerdotal, siendo el acto supremo en el que el sacerdote se une al sacrificio de Cristo por la salvación del mundo.

El purpurado también destacó que el ministerio sacerdotal conlleva la responsabilidad de guiar a los fieles con claridad moral y doctrinal. En este sentido, recordó que los sacerdotes tienen el deber de iluminar las conciencias de sus comunidades con la verdad revelada por Dios y defendida por la Iglesia a lo largo de los siglos.

El desafío de la secularización y la crisis moral

Durante su conferencia, el cardenal Burke denunció la creciente secularización en Occidente, la cual, según él, ha llevado a la pérdida de los valores fundamentales sobre los que se construyeron las sociedades cristianas. Afirmó que, en muchos países, incluidos Estados Unidos y varias naciones europeas, las políticas gubernamentales han promovido una ideología abiertamente secularista y contraria a la moral cristiana.

«El ataque contra la vida humana, la familia y la libertad religiosa es un signo claro de la ideología secularista que pretende erradicar la presencia de Dios en la sociedad», afirmó Burke, lamentando que incluso algunos políticos que se declaran católicos apoyen legislaciones que atentan contra estos principios fundamentales.

Entre las amenazas más preocupantes, mencionó el aborto, la eutanasia, la ideología de género y la persecución de quienes defienden públicamente la moral cristiana. «Los católicos en la vida pública que obstinadamente persisten en promover leyes contrarias a la dignidad humana causan el mayor escándalo, confundiendo a los fieles y a la sociedad en general», advirtió.

El cardenal Burke también señaló que la crisis moral no se limita a la política, sino que se extiende a la cultura y la educación. Denunció que en muchos países se promueve una visión distorsionada de la sexualidad humana y del matrimonio, lo que ha debilitado la estructura familiar y ha generado nuevas formas de violencia contra la dignidad de la persona.

Formación y fidelidad a la verdad

Ante este panorama, el cardenal insistió en la necesidad de que los sacerdotes se formen continuamente en la doctrina de la Iglesia y en la teología moral, para poder responder con firmeza y claridad a los desafíos actuales. Subrayó que el sacerdote debe ser un maestro de la verdad y un guía seguro para los fieles, especialmente en cuestiones de bioética, matrimonio y familia.

«En la educación de los jóvenes, en la catequesis y en la predicación dominical, debemos formar las conciencias según la verdad revelada por Dios», insistió. También destacó la importancia de enseñar la virtud de la pureza y el sentido sagrado del matrimonio, recordando que la crisis de valores que afecta a la sociedad tiene su raíz en una visión errónea de la sexualidad y la familia.

Citó a los papas san Pablo VI y Benedicto XVI para advertir sobre las consecuencias destructivas de la mentalidad anticonceptiva y del relativismo moral, los cuales han conducido a la banalización del matrimonio y a la proliferación de nuevas formas de explotación de la dignidad humana, como la pornografía y la mercantilización del cuerpo.

Un llamado a la esperanza y la fidelidad a Dios

A pesar de los desafíos que enfrenta la Iglesia, el cardenal Burke concluyó su intervención con un mensaje de esperanza. Recordó que la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte ya ha sido ganada, y que los sacerdotes, en su fidelidad al Evangelio, deben confiar en la gracia de Dios para transformar la sociedad.

«Estamos llamados a ser testigos valientes de la verdad, sin temor a las persecuciones o a la hostilidad del mundo», afirmó, exhortando a los sacerdotes a mantenerse firmes en la misión que Cristo les ha confiado.

Asimismo, alentó a los presbíteros a fortalecer su vida espiritual a través de la oración, la devoción a la Virgen María y la fidelidad a la doctrina de la Iglesia. Insistió en que la clave para renovar la sociedad y la Iglesia no radica en estrategias políticas o en concesiones al mundo, sino en la santidad de vida y en la fidelidad absoluta a Cristo.

«Nuestro tiempo necesita sacerdotes santos, firmes en la verdad y valientes en su ministerio», concluyó, recordando que, aunque la batalla cultural y moral es intensa, la Iglesia nunca debe olvidar que su fuerza proviene de Dios y no de las estructuras humanas.

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