(Zenit/InfoCatólica) El Papa fue recibido en la sede de la Comunidad de San Egidio, por el fundador, Andrea Riccardi y por monseñor Vincenzo Paglia, obispo de Terni-Narni-Amelia, asistente eclesiástico de dicha comunidad, junto a dos huéspedes de la comunidad, una gitana Yelena Hailovic y un senegalés, Laye Sissoko.
Tras rezar la oración de bendición, el Papa Benedicto XVI compartió el almuerzo con las doce personas de su mesa. Entre ellas se encontraba una familia gitana de cuatro personas; un refugiado político afgano chií de 34 años; un anciano italiano de 90 años, ex barbero y viudo; una italiana de 82 años; un joven de 25 años, en silla de ruedas desde su nacimiento, abandonado por su familia. A la mesa se sentaba también una mujer musulmana somalí de 63 años, quien viajó a Italia en los años 80 para que su hijo minusválido pudiera recibir tratamiento médico; un nigeriano católico de 35 años que atravesó el desierto de Libia antes de alcanzar tierra italiana; y dos italianos: un vendedor ambulante de 52 años, sin casa, y un antiguo trabajador de circo, de 66 años, quien mientras trabajaba con su circo en Teherán, fue sorprendido por la guerra entre Irak e Irán en 1980, y fue obligado a regresar a Italia perdiendo su medio de vida.
Los pobres, algo menos de doscientos, sentados en diferentes mesas, degustaron lasaña, albóndigas, lentejas y puré. Tras la comida se distribuyeron dulces ofrecidos por el Papa y se brindó con un vino espumoso. Los 31 niños presentes también recibieron regalos de manos del Papa. A los más grandes les regaló muñecas, camiones, aviones, rompecabezas, libros, lápices; a los bebés sonajeros y peluches. Al terminar la comida, el Papa dirigió unas palabras de agradecimiento a los organizadores del encuentro, pero sobre todo a los invitados.
El Papa les aseguró que había ido a visitarles «precisamente en la Fiesta de la Santa Familia, porque en un cierto sentido, a ella os asemejais». «De hecho, también la familia de Jesús, desde sus primeros pasos, encontró dificultades: vivió la preocupación de no encontrar hospitalidad, se vio obligada a emigrar a Egipto por la violencia del Rey Herodes».
«Durante el almuerzo, he podido escuchar las historias dolorosas y cargadas de humanidad de algunos de vosotros: historias de ancianos, emigrantes, gente sin hogar, gitanos, minusválidos, personas con problemas económicos y otras dificultades...; todos, de un modo u otro, golpeados por la vida. Estoy aquí entre vosotros para deciros que os quiero, y que vuestras vicisitudes no están lejos del pensamiento del Papa, sino en el centro y en el corazón de la comunidad de los creyentes»
Reconociendo el servicio que prestan los voluntarios y miembros de la Comunidad de San Egidio, aseguró que «vosotros sabéis bien lo que significa la dificultad, pero tenéis a alguien que os quiere y os ayuda», les dijo el Papa, añadiendo que «amar y servir da la alegría del Señor que dice: “Hay más alegría en dar que en recibir”», y que «en este tiempo de particulares dificultades económicas cada uno debe ser signo de esperanza y testigo de un mundo nuevo para quien, encerrado en el propio egoísmo e iluso de poder ser feliz sólo, vive en la tristeza o en una alegría efímera que deja el corazón vacío».
Tras distribuir los regalos a los niños, el pontífice descubrió una placa en memoria de su visita y subió al coche que lo trasladó de regreso al Vaticano.