P. Alberto Cisneros: «Es un regalo para los jóvenes ir a la misión»

Sacerdote de la diócesis de Osma-Soria, misionero en Ecuador

P. Alberto Cisneros: «Es un regalo para los jóvenes ir a la misión»

Alberto Cisneros es un sacerdote de la diócesis de Osma-Soria que en unos días partirá con destino al Vicariato Apostólico de Esmeraldas en Ecuador. No es la primera experiencia misionera de Alberto y en esta entrevista cuenta qué le ha llevado a, cómo él dice, «levantar la tienda» y ponerse en camino a la misión.

(OMP/InfoCatólica) Con experiencia en Nicaragua y otros destinos, Cisneros expresa gratitud por su misión, destacando el cuidado de niños y jóvenes como pilar de su labor. Su regreso a Esmeraldas representa un retorno a sus raíces espirituales y un compromiso renovado con la misión.

¿Por qué te vas a la misión?

Me voy porque la llamada de Dios está ahí desde lo más profundo de mí, de mi alma, de mi ser sacerdotal y de mi primera vocación. Entonces regreso otra vez a la misión. No, ya estuve anteriormente y después de haber estado seis años, ahora aquí en mi diócesis y apoyando mi diócesis, Dios otra vez vuelve a levantarme, levanta la tienda y vuelvo otra vez a la misión.

Ves que está dentro de tu primera vocación. ¿Antes de ser sacerdote, sentiste ya el deseo de la misión?

Sí. Esto viene de hace muchos años, muchos. Estudiando aquí en Madrid, en la Politécnica, tuve el contacto con los Misioneros Combonianos. Había un grupo de jóvenes que nos reuníamos con inquietudes misioneras y sociales y, de ahí surgió la idea de poder salir de voluntario a misiones. Fui a Ecuador, fui a Esmeraldas, con los misioneros Combonianos, y estoy hablando de cuando tenía 21 años. Estuve allí seis meses y regresé y la misión me regaló mi vocación misionera y mi vocación sacerdotal.

Entonces, al regreso de la misión entré en el seminario de mi diócesis, siempre con el corazón puesto en la misión y con la idea de prepararme para poder ir a llevar la misericordia de Dios, y poder ser un instrumento de Dios en la misión. Así estuve preparándome durante todos los años de formación en el seminario, solo que no pude regresar a la misión como misionero hasta diez años después de ordenarme. Estuve yendo a hacer experiencias misioneras durante mi época de seminario, fui como seminarista. Luego, cuando fui ordenado, fui delegado de Pastoral Juvenil y estuve yendo todos los años con jóvenes siempre a allá, a Esmeraldas o a Camerún. Pero no fue hasta el 2011 –me ordené en el 2001– que Dios preparó el camino para que yo pudiera regresar a la misión, y esta vez fue a Nicaragua.

He estado siete años en Nicaragua. Estuve hasta que pues hubo que salir a Nicaragua. Desde entonces, desde el 2018 que salí de Nicaragua, he estado en mi diócesis trabajando y entregado aquí en mi diócesis, hasta que la llamada otra vez, que siempre está, pero como que se vuelve a activar muy fuertemente y voy para allá otra vez. Mi obispo, en su generosidad, me ha dado permiso para poder regresar, y regreso a mi primera misión, a Esmeraldas, donde todo comenzó.

Este verano hemos hecho el Camino de Santiago con jóvenes y hemos hecho el camino a Orixe, que es un camino que lleva muy poquito. El camino al origen. Yo me decía voy a volver a hacer mi camino al origen, vuelvo otra vez al origen de todo, de mi vocación, de mi llamada. Estoy profundamente agradecido y contento.

Has dicho que has estado en Nicaragua durante varios años de misión. ¿Qué hacías exactamente allí? ¿Cuál era tu misión?

Sí, en Nicaragua estuve trabajando con la Fundación “Nuestros Pequeños Hermanos”, era capellán de la Fundación, una casa hogar que teníamos 300 niños, adolescentes y jóvenes. Desde recién nacidos hasta universitarios y, a la vez, apoyaba en la diócesis donde estaba, en la diócesis de Granada en parroquias, esta era mi labor allá en Nicaragua. Esto es lo que he estado realizando esos siete años que estuve.

Eran niños huérfanos abandonados o en situación de riesgo. Ningún niño entra en una casa hogar por gusto. Detrás había heridas profundas y situaciones complicadas en sus vidas. Para mí supuso el encuentro con la paternidad. La paternidad sacerdotal cuasi natural. A mí me gusta mucho los niños. Es uno de los sacrificios que a mí me costó al ser sacerdote, al principio. La renuncia a la paternidad natural. Pero va pasando el tiempo y Dios te regala una paternidad muchísimo más grande y más hermosa. Ahora tengo muchos hijos, no naturales, pero como si lo fueran. A mí me regaló la misión de Nicaragua la alegría de la paternidad y el poder acompañar en el sufrimiento a la infancia y adolescencia, algo muy específico, un trabajo muy específico con ellos. De hecho pues alguno de esos hijos está aquí en España ahora, se formaron aquí en España. Han tenido que salir de Nicaragua y están aquí trabajando. Van contigo allá donde vas.

Vamos a celebrar este día 19 de enero, la Jornada Infancia Misionera. ¿Por qué la Iglesia tiene este especial deseo de servir a los niños?

Bueno, yo creo que la Iglesia tiene especial deseo de servir a todos. Entra dentro del corazón como una madre. Pero al igual que una madre, tiene esa predilección, ese cuidado especial por los más vulnerables. La Iglesia también cuida más de sus pequeños, porque son los más vulnerables, los más manipulables. Sn la esperanza de la humanidad. En ellos estaba potencialmente todo. Tienen todas las semillas sembradas y si se riega bien o si se cuida bien, van a ser hombres y mujeres de bien para esta humanidad. Como son los más vulnerables, también son los que más sufren cuando hay circunstancias dolorosas o circunstancias en las que se concentra en ellos muchas veces el dolor del mundo. Si el mundo sufre, un niño sufre doblemente, por el sufrimiento que tienen y por su fragilidad. Jesús nos dijo lo que hacéis a uno de estos pequeños me lo hacéis a mí. El trabajo con niños es trabajar con Jesús de una manera muy directa, muy cercana. Y si Jesús se identifico de una manera especial con los pequeños, pues nosotros tenemos que identificarnos también con ellos y poner nuestra energía y nuestro servicio en su cuidado. Sea donde sea, los niños tienen que estar en el centro siempre, también de nuestra acción.

Y una vez has vuelto a España, cómo has manteniendo ese espíritu de cuidado a los niños.

Aquí mi labor ha sido la de un párroco en la zona nuestra de Soria. Llevaba nueve comunidades, además de la parroquia central, que era Ólvega, y tenía clases también en el Instituto. Ahí uno aprende mucho. Es llevar la misma pastoral. Nuestros niños, nuestros adolescentes de acá, necesitan lo que necesitaban los niños de allí. Hay muy poca diferencia. Yo cuando miro aquí a nuestros chavales digo si es que son igual que los pequeños de Nicaragua, porque al final hay mucho niño que está muy solo, aunque lo tiene todo alrededor. Hay niños que siguen necesitando lo que necesitan todos, que es escucha y amor. Esas dos claves es saber pasar tiempo con ellos y amarlos incondicionalmente, incondicionalmente. Entonces, con esas dos claves yo me he encontrado aquí las realidades que he tenido en la catequesis, en los grupos. Niños que sufren por otras situaciones, también aquí. No hace falta irse lejos para ver el sufrimiento de nuestros niños. Aquí también sufren. El poder acompañarlos, ser el rostro misericordioso de Dios Padre que los ama y que ellos puedan sentir que son amados y queridos incondicionalmente.

Me he llevado unos grandísimos regalos y sorpresas, por ejemplo, en el instituto donde daba clases. Ha sido un regalo. La adolescencia, que nadie los quiere, a mí me provocan ternura. Y es que están deseando ser escuchados. Están deseando ser importantes para alguien, y que les aceptas aunque metan la pata una y otra vez, y les sigues queriendo y que lo sepan. Pues eso llevado a nuestra infancia, a nuestra adolescencia y juventud aquí produce el mismo fruto que en Nicaragua. Entonces se ha ampliado la familia. Entonces mi corazón sigue ampliándose con todas estas personas que Dios ha puesto en este camino, ahora en estos seis años que está en Soria y se ensancha, Él lo hace.

Para una persona que tiene esta vocación misionera ad gentes, fuera de España, tan marcada, que te manden seis años a Soria y, además, has sido delegado de Misiones, aparte de párroco, otro montón de cargos que quizá no sean lo más apetecible del mundo, ¿cómo has vivido estos seis años a nivel espiritual para seguir unido a la misión?

Confieso que recién llegado para mí fue obligado. No por mi obispo, que me acogió por circunstancias de allá, por las que entonces tuve que salir. Para mí fue una crisis interna terrible. Medité mucho sobre el pasaje de de Abraham e Isaac. Y entonces cuando Abrahán le pidieron el sacrificio de su hijo Isaac. Yo lo viví así. Me pidieron el sacrificio de mi hijo y para mí fue una prueba de fe terrible. Dónde pones tu corazón. Es una prueba de fe. Y es verdad que al principio no comprendía nada. Lo vivía en oscuridad. Fueron meses de mucha oscuridad. Además me comprometí con mi obispo a quedarme y a servir aquí en mi diócesis, seis años. No fui con ilusión al destino que me habían puesto porque mi corazón estaba en Nicaragua. Pero han sido seis años de gracia. Digo esto porque he podido hacer una lectura al final de todos estos años, como el camino de Emaús. Para mí, pasé por un Jerusalén, en que morían para mí, y me arrancaban y me sacaban de aquello en lo que yo pensé que iba a dar mi vida eternamente. Pensé que moriría en Nicaragua, seguro. Estaba convencido, amaba aquello. Había puesto unas expectativas y unas esperanzas y te matan al Maestro. Y me mataron allí a lo que más amaba. Tuve que salir. Entonces regresé a mi Emaús, que mi Emaús es Soria, donde está mi familia, donde están mis amigos, donde me conocen. Y el camino de vuelta ha sido muy duro, muy duro. Y con el tiempo ves que es verdad que el Señor ha caminado, te iba iluminando, pero el dolor era tan grande que no eras capaz de ver. No veía nada, solo dolor y desesperanza. Pero Dios te tiene el Emaús y el Emaús te va sanando poco a poco, te va recuperando.

Con mi familia, las comunidades a las que he sido enviado que han sido para mí aire fresco, una gozada. Ir sanando poco a poco sin darme cuenta que el Señor lo iba haciendo y me iba encontrando con Él otra vez, de otra manera. Han sido años de poder replantear otra vez la misión en mi corazón. Cómo voy a estar en la misión, dónde voy a poner mi corazón en la misión. A veces nos equivocamos, o yo por lo menos, pienso que me equivocaba porque ponía la misión, la hacía, me la apropiaba. Había puesto mi corazón en los hijos de Dios y no en Dios a veces. Todo esto ha sido sanador. Cuando miro para atrás digo benditos seis años que he tenido que venir, porque he podido hacer una lectura creyente y una lectura espiritual de mi vida. He podido ver que a veces nos equivocamos también en la misión sin darnos cuenta. Dios se sirve de renglones torcidos para hacer una lectura bonita y hermosa. En estos seis años emocionalmente ha habido de todo. Empecé muy triste y acabo muy contento. Estoy feliz, feliz donde me ha tocado servir de era feliz. No vuelvo a la misión porque esté a disgusto. Ahora funcionaba todo bien, pero ha servido para poner mi corazón otra vez donde tenía que estar, en lo importante y para poder regresar la misión abandonado en Él y buscándole a Él, nada más. Regreso muy contento. Meteré la pata, pues seguramente. Con intenciones que tengo que seguir purificando. Sí, seguro. Pero para mí estos seis años ha sido Emaús y ahora es como volver otra vez a Jerusalén. Ya me has visto, sabes que estoy contigo, estoy vivo, tienes que seguir anunciándome, vuelve a Jerusalén. Entonces vuelvo otra vez a Jerusalén. No sé. Tengo esa sensación interna de que vuelvo otra vez a la cruz. Pero de otra manera.

Has tenido la oportunidad en estos años de acompañar a muchos jóvenes a tener sus primeras experiencias de misión.

Eso es algo que siempre he visto claro, que somos puente para que otros puedan tener esta experiencia. Yo la tuve y creo que es lo mejor que le puede pasar a un joven. Una experiencia misionera. Si Dios le llama a una vocación misionera maravilloso. Si Dios le llama después a una vocación aquí en su tierra, en su diócesis, donde sea, maravilloso. Pero la experiencia misionera es una riqueza que te va a llevar toda tu vida y va a darle un matiz diferente a todo lo que hagas, a todo. Es verdad que estos seis años salimos con jóvenes también a Esmeraldas, Ecuador. Y de verdad que es un regalo para los jóvenes ir a la misión y, también, para diócesis de origen y que nuestras diócesis puedan ser misioneras. Espero que pueda ser puente para que otros jóvenes puedan venir donde yo esté a tener experiencias misioneras. Lo he hecho yendo y viniendo con ellos, acompañando cuando a Nicaragua vinieron algunos a mi hogar. Espero que ahora sea un puente otra vez para que jóvenes de mi diócesis puedan venir a tener esta experiencia. Ya hay jóvenes que me están tocando la puerta. No sé dónde voy a estar, pero estoy convencido de que es una riqueza para la diócesis siempre, aunque cuesta y cuesta sacrificar un sacerdote ahora mismo, tal como está mi diócesis y, en ese sentido, se lo agradezco muchísimo a mi obispo. Su generosidad es inmensa. Y pido a Dios que Dios premie su generosidad, porque mi diócesis no está como para tirar cohetes. Incluso mi presbiterio. Que me conocen desde siempre, desde que entré en el seminario, de donde venía y hacia donde quería ir. En medio del de la pérdida de un sacerdote, la generosidad que todos demuestran. Para mí eso es que es un espaldarazo muy grande. Uno se va contento también de que tu diócesis está aquí, está contigo.

Cuéntanos cómo es Esmeraldas.

Esmeraldas es la provincia verde del Ecuador y la provincia afro. Está en la costa del Pacífico. Es una provincia de costa, ríos, selva. La que yo creo que es la provincia más pobre o más deprimida de todo el Ecuador. Es un vicariato apostólico. No somos todavía ni siquiera diócesis, no tiene todavía la fuerza para poder caminar sola. Muy joven, con poco clero y con mucha tradición afro. Se notan las raíces culturales africanas. Ahora ha habido mucha migración interna, hay mucho de fuera, pero es una provincia hermosa, hermosa en sus gentes, con deseo de de vivir, con la alegría en sus venas. Y con una fe muy enraizada y muchas comunidades también muy dispersas. Depende de la zona en la que estés. Están diseminadas por dentro de los ríos, por la selva. Voy a este vicariato a ponerme al servicio del obispo. Allí donde me necesite. Cuando he ido, siempre ha sido a estas zonas rurales internas, dentro de la selva, físicamente duras. Pero esta vez no quiero buscar lo que yo esperaría, sino en qué me necesita Dios allí, para lo que me quiere allí. Si me envía allí es por algo.

 

 

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