(Settimo Cielo/InfoCatólica) El pasado 2 de diciembre el vaticanista italiano Sandro Magister publicó en su blog Settimo Cielo, en italiano, inglés y francés, un fragmento de una de esas entrevistas inéditas: la que dio a Guido Horst para el semanario católico alemán Die Tagespost en el otoño boreal de 2003. La entrevista completa ocupa veinte páginas del libro. Magister reprodujo algunos fragmentos. A continuación, ofrecemos nuestra traducción de la versión en inglés de esos fragmentos.
Las causas de la actual crisis de fe
Guido Horst preguntó al Cardenal Ratzinger: «Entre los católicos conscientes de la tradición, está de moda hablar de una crisis de fe en la Iglesia. Pero ¿no ha sido siempre así?»
Ratzinger respondió: «En primer lugar, quisiera estar de acuerdo con usted. La fe del creyente individual siempre ha tenido sus dificultades y sus problemas, sus límites y su medida. Sobre esto no podemos juzgar. Pero, en la situación espiritual subyacente, por así decir, ocurrió algo diferente. Hasta la Ilustración, e incluso después, no había duda de que Dios brillaba a través del mundo; era de alguna manera evidente que detrás de este mundo hay una inteligencia superior, que el mundo, con todo lo que contiene –la creación con su riqueza, racionalidad y belleza– refleja un Espíritu creador. Y también había, más allá de todas las divisiones, la evidencia fundamental de que en la Biblia Dios mismo nos habla, que en ella nos ha revelado su rostro, que Dios viene a nuestro encuentro en Cristo. Mientras que en aquel tiempo había, digamos, una suposición previa colectiva de algún tipo de adhesión a la fe –siempre con todos los límites y debilidades humanas– y hacía falta realmente una rebelión consciente para oponerse a ella, después de la Ilustración todo cambió: hoy la imagen del mundo está exactamente al revés.
El Cardenal añadió: «Todo, al parecer, se explica en el nivel material; la hipótesis de Dios, como ya dijo Laplace, ya no es necesaria; todo se explica por factores materiales. La evolución se ha convertido, digamos, en la nueva divinidad. No hay ningún paso para el que se necesite un Creador. En verdad, introducir uno parece oponerse a la certeza científica y, por lo tanto, es algo insostenible. Asimismo, la Biblia ha sido arrebatada, porque se la considera un producto cuyo origen se puede explicar históricamente, que refleja situaciones históricas y de ningún modo nos dice lo que se creía que podía extraerse de ella, que en cambio debe de haber sido algo completamente diferente.»
«En tal situación general, en la que la nueva autoridad –que es llamada ‘ciencia’– interviene y nos dice la última palabra, y en la que incluso la divulgación científica se proclama a sí misma ‘ciencia’, es mucho más difícil tomar conciencia de Dios y, sobre todo, adherirse al Dios bíblico, a Dios en Jesucristo, aceptarlo y ver en la Iglesia la comunidad viva de la fe. En este sentido, yo diría, sobre la base de la situación objetiva de la consciencia, que hay otro punto de partida, por lo cual la fe requiere un compromiso mucho mayor y también el coraje de resistir a las certezas aparentes. Ir hacia Dios se ha vuelto mucho más difícil», concluyó Ratzinger.
El «conflicto» entre el Jesús de los Evangelios y el Jesús histórico
El periodista planteó al Cardenal la siguiente cuestión: «La exégesis bíblica moderna sin duda ha contribuido mucho a desorientar a los fieles. Muchos comentarios de la Sagrada Escritura interpretan la fe de las primeras comunidades, pero ya no dirigen su mirada al Jesús histórico y sus acciones. ¿Esto es el fruto de un conocimiento científico sólido de la Biblia o es mejor volver al Jesús histórico?»
El Cardenal respondió lo siguiente: «Eso debe hacerse en cualquier caso. El problema de la exégesis histórico-crítica es, naturalmente, gigantesco. Ha sacudido a la Iglesia, y no sólo a la Iglesia Católica, durante más de cien años. Es también un gran problema para las Iglesias protestantes. Es muy significativo que en el protestantismo se hayan formado comunidades fundamentalistas que se oponen a estas tendencias a la disolución y han querido recuperar plenamente la fe mediante el rechazo del método histórico-crítico. El hecho de que las comunidades fundamentalistas crezcan hoy, que tengan éxito en todo el mundo, mientras que las «Iglesias predominantes» están en crisis, nos muestra las dimensiones del problema. En muchos aspectos, nosotros los católicos estamos mejor. Los protestantes que se negaron a aceptar la corriente exegética, de hecho, no tuvieron otro recurso que recurrir a la canonización de la letra de la Biblia, declarándola intocable. La Iglesia Católica tiene, por así decir, un espacio más amplio, en el sentido de que la misma Iglesia viviente es el espacio de la fe, que por una parte pone límites, pero por otra permite una amplia posibilidad de variaciones.»
A continuación, Ratzinger agregó: «Una simple condena general de la exégesis histórico-crítica sería un error. Hemos aprendido una cantidad increíble de cosas a partir de ella. La Biblia parece mucho más viva si se tiene en cuenta la exégesis con todos sus resultados: la formación de la Biblia, su progreso, su unidad interna en el desarrollo, etc. Por lo tanto: por una parte, la exégesis moderna nos ha dado mucho, pero se vuelve destructiva si uno simplemente se somete a todas sus hipótesis y eleva su presunta naturaleza científica al puesto de criterio único.»
«Ha sido especialmente devastador haber asumido las hipótesis dominantes, mal asimiladas, en la catequesis, y haberlas considerado como la última moda de la ‘ciencia’ –añadió el Cardenal–. Haber identificado cada vez la exégesis del momento como ‘ciencia’, presentándola con gran arrogancia, y haber considerado esta ‘ciencia’ como la única autoridad válida, mientras que ya no se atribuía ninguna autoridad a la Iglesia, ha sido el gran error de estos últimos quince años. Como resultado, la catequesis y el anuncio se han fragmentado: o bien las tradiciones se han mantenido, pero con poca convicción, de modo que al final cualquiera podía ver que se abrigaban dudas al respecto, o bien se han hecho pasar inmediatamente resultados aparentes como voces seguras de la ciencia.»
Ratzinger continuó con una advertencia importante: «En realidad, la historia de la exégesis es un cementerio de hipótesis, que en cada ocasión representan más el espíritu de los tiempos que la verdadera voz de la Biblia. Quienes construyen sobre ella con demasiada prisa y temeridad, y la toman por ciencia pura, acaban naufragando, buscando quizá alguna especie de bote salvavidas, que sin embargo también puede hundirse rápidamente. Debemos llegar a una imagen más equilibrada.»
Desarrollando este punto, el Cardenal dijo: «Hay una tensión que vuelve a estar operativa hoy en día: la exégesis histórico-crítica es el soporte de la interpretación y nos permite un conocimiento esencial y, como tal, debe ser respetada, pero también debe ser criticada. De hecho, son precisamente los exegetas jóvenes quienes hoy están demostrando que en la exégesis se esconde una increíble cantidad de filosofía. Lo que parece reflejar sólo hechos concretos y pasa por ser la voz de la ciencia es en realidad la expresión de una cierta idea del mundo, según la cual, por ejemplo, no puede haber resurrección de los muertos, o Jesús no pudo haber hablado de tal o cual manera, etc. Hoy, precisamente entre los exegetas jóvenes existe la tendencia a relativizar la exégesis histórica, que mantiene su significado, pero lleva en sí presupuestos filosóficos que deben ser criticados.»
Ratzinger aportó además las siguientes consideraciones: «Por eso, este modo de interpretar el significado de la Biblia debe ser integrado con otras formas, sobre todo mediante la continuidad con la visión de los grandes creyentes, quienes por un camino completamente diferente llegaron al núcleo verdadero y profundo de la Biblia, mientras que la ciencia aparentemente esclarecedora, que busca sólo hechos, se ha quedado muy en la superficie y no ha penetrado en la razón profunda que mueve y mantiene unida toda la Biblia. Debemos reconocer una vez más que la fe de los creyentes es un modo auténtico de ver y conocer, a fin de llegar a un contexto mayor.»
A modo de conclusión, Ratzinger dijo: «Son importantes dos cosas: permanecer escépticos ante todo lo que se presenta como ‘ciencia’, y sobre todo confiar en la fe de la Iglesia, que sigue siendo la constante auténtica y nos muestra al Jesús verdadero. El Jesús verdadero es aún el Jesús que nos presentan los Evangelios. Todos los demás son construcciones fragmentarias, que reflejan el espíritu de los tiempos más que los orígenes. Los estudios exegéticos también han analizado cómo a menudo las diferentes imágenes de Jesús no son datos científicos, sino más bien un espejo de lo que cierto individuo o cierta época consideró como un resultado científico.»
La verdad sobre el sacramento de la Eucaristía
Horst pidió a Ratzinger que expresara su opinión acerca de si en un futuro próximo los católicos y los luteranos se encontrarán juntos en el altar.
La respuesta de Ratzinger fue la siguiente: «Humanamente hablando, yo diría que no. Una primera razón es sobre todo la división interna de las propias comunidades evangélicas. Pensemos sólo en el luteranismo alemán, donde hay personas con una fe muy profunda y eclesialmente formada, pero también un ala liberal que en última instancia considera la fe como una elección individual y permite que la Iglesia se desvanezca.»
«Pero incluso dejando de lado estas divisiones internas dentro del ámbito evangélico, también hay diferencias fundamentales entre las comunidades surgidas de la Reforma del siglo XVI y la Iglesia Católica –añadió el Cardenal–. Si pienso sólo en el ‘folleto’ oficial sobre la ‘Cena’ de la Iglesia Evangélica Alemana, hay dos cosas que indican verdaderamente una grieta muy profunda.»
Ratzinger explicó el primer punto así: «Por un lado, se dice que básicamente todo cristiano bautizado puede presidir la Eucaristía. Por lo tanto, más allá del Bautismo no hay ninguna otra estructura sacramental en la Iglesia. Esto significa que la sucesión apostólica no es reconocida en el oficio episcopal y sacerdotal, aunque éste ya aparece en la Biblia como una forma constitutiva de la estructura de la Iglesia. La estructura del canon del Nuevo Testamento –los ‘textos’ del Nuevo Testamento– cae dentro de este contexto. El canon ciertamente no se formó por sí solo. Tuvo que ser reconocido. Pero esto requirió una autoridad legítima que decidiera. Esta autoridad sólo podía ser aquella autoridad apostólica que estaba presente en el oficio de sucesión. El canon, la Escritura y la sucesión apostólica, así como el oficio episcopal, son inseparables.»
Enseguida Ratzinger agregó: «El segundo punto del ‘folleto’ que me asombró es que se indican las partes esenciales de la celebración de la Santa Cena. Pero no hay rastro alguno de la Eucharistia, la oración de consagración que no fue inventada por la Iglesia, sino que proviene directamente de la oración de Jesús –la gran oración de bendición de la tradición judía– y, junto con la ofrenda del pan y del vino, representa la ofrenda constitutiva del Señor a la Iglesia. Gracias a ella oramos en la oración de Jesús, y a través de su oración –que fue el verdadero acto sacrificial realizado corporalmente en la cruz– el sacrificio de Cristo está presente y la Eucaristía es más que una cena.»
Continuó el Cardenal: «Por esta razón, la visión católica de la Iglesia y de la Eucaristía y todo lo que se dice en el ‘folleto’ de la Iglesia Evangélica Alemana son cosas que están claramente muy alejadas. Detrás de esto, pues, está el problema central de la sola Scriptura. Jüngel, un profesor de Tubinga, lo resume en la fórmula: el canon mismo es la sucesión apostólica. Pero ¿de dónde lo sabemos? ¿Quién lo explica? ¿Cada uno por su cuenta? ¿O los expertos? En este caso nuestra fe se basaría sólo en hipótesis que no se sostienen ni en la vida ni en la muerte. Si la Iglesia no tiene voz ni voto en el asunto, si no puede decir nada con autoridad sobre las cuestiones últimas de la fe, entonces, de hecho, no hay fe comunitaria. Se podría entonces borrar la palabra ‘Iglesia’, porque una Iglesia que no nos garantiza una fe común no es una Iglesia.»
Ratzinger concluyó: «Por tanto, la cuestión fundamental relativa a la Iglesia y la Escritura es, en última instancia, una cuestión que sigue vigente y que no ha sido respondida [en el protestantismo]. Todo esto no excluye, sin embargo, que los verdaderos creyentes puedan encontrarse en una profunda proximidad espiritual, como yo mismo puedo experimentar continuamente con gratitud.»
La trilogía de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret
Al final de esta entrevista de 2003, anterior a su elección como Papa en 2005, Ratzinger anunció que había comenzado a escribir un libro sobre Jesús y que esperaba trabajar en él durante tres o cuatro años. Y efectivamente, el primer volumen de su trilogía sobre Jesús de Nazaret fue publicado en 2007, con la doble firma de Joseph Ratzinger y Benedicto XVI.
La última pregunta que Horst formuló a Ratzinger, en ese entonces decano del Colegio Cardenalicio, fue qué cuestión teológica le gustaría afrontar como la más urgente y cuál podría ser el título de la publicación correspondiente, si tuviera tiempo para dedicarse a su trabajo teológico personal.
Ratzinger respondió de la siguiente manera: «Ante todo, tengo que aprender cada vez más a confiarme a Nuestro Señor, ya sea que tenga tiempo o no, porque con los años no hay vuelta atrás. Pero de alguna manera, en las horas libres que tengo, aunque sean pocas, trato de llevar algo adelante, poco a poco. En el mes de agosto [de 2003] comencé a escribir un libro sobre Jesús. Seguramente me llevará tres o cuatro años, por cómo van las cosas. Me gustaría demostrar cómo, desde la Biblia, se nos presenta una figura viva y armoniosa y cómo el Jesús de la Biblia es también un Jesús absolutamente presente.»