(CNAd/InfoCatólica) Fundada en 1970 por el arzobispo Marcel Lefebvre, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X afirma tener más de 700 sacerdotes en todo el mundo. La fraternidad está presente en todos los continentes, aunque no tiene un estatus canónico reconocido por la Santa Sede.
El papa Benedicto XVI facilitó un acercamiento en 2009 al levantar la excomunión de cuatro obispos ordenados por Mons. Lefebvre en 1988. El papa Francisco dio otro paso en 2015 al otorgar a los sacerdotes de la fraternidad la facultad universal de confesar. Desde 2017, también pueden celebrar matrimonios, siempre que atiendan pastoralmente a los fieles de la fraternidad. Antes de ello, la fraternidad siempre había invocado un estado de necesidad en la Iglesia para justificar la administración de sacramentos como la confesión.
«No queremos separarnos de Roma, pertenecemos a la Iglesia», aseguró Pfluger a Die Tagespot. «No entiendo cómo se puede estar en comunión de manera parcial. En mi opinión, eso confunde a los fieles de la Iglesia Católica. Nunca he escuchado a ningún representante de la Iglesia o canonista explicar qué es lo que nos falta para estar en plena comunión».
Con respecto al reciente fallecmiento de Mons. Bernard Tissier de Mallerais, el sacerdote alemán comentó sobre las posibles nuevas ordenaciones episcopales:
«Actualmente contamos con dos obispos auxiliares. No podemos separar la cuestión de los obispos de nuestra pregunta fundamental sobre nuestra existencia».
El superior del distrito lefebvrista alemán explicó que cualquier decisión sobre nuevas ordenaciones episcopales estará profundamente ligada a las negociaciones con Roma. «No podemos separar la cuestión de los obispos de nuestra pregunta fundamental sobre nuestra existencia», afirmó, haciendo hincapié en la necesidad de que la jerarquía eclesiástica comprenda que la FSSPX no busca establecer una «contrajerarquía», sino asegurar la continuidad de su misión dentro de la Iglesia.
Pfluger justificó las controvertidas ordenaciones episcopales de 1988, llevadas a cabo por el fundador de la fraternidad, el arzobispo Marcel Lefebvre, como una medida de emergencia. Según él, estas se produjeron en respuesta al aislamiento de la FSSPX y a la percepción de una necesidad apremiante para preservar la tradición litúrgica y doctrinal que consideran amenazada tras el Concilio Vaticano II. «Antes de recurrir a este tipo de medida, la necesidad debe ser evidente», afirmó Pfluger, subrayando que cualquier ordenación sin el consentimiento de Roma sería una medida extrema y ajena al pensamiento eclesial.
El sacerdote enfatizó que, aunque no desean tomar decisiones unilaterales, sí esperan que Roma entienda las circunstancias que podrían llevar a solicitar nuevas consagraciones episcopales. En este sentido, reiteró que «el pensamiento eclesial incluye hacer todo lo posible para que Roma dé su consentimiento». A pesar de las diferencias doctrinales que persisten, Pfluger insistió en que la FSSPX sigue considerando al Papa como su autoridad suprema y se esfuerza por mantener un diálogo respetuoso y abierto con la Santa Sede.
Sobre los temas de debate en torno a la liturgia, el ecumenismo, la libertad religiosa y la relación entre la Iglesia y el Estado, Pfluger afirmó:
«Son puntos en los que decimos que el Concilio Vaticano II no está en continuidad con toda la tradición de la Iglesia. El arzobispo Lefebvre dijo algo como: ¿Qué pasa si el Papa dice algo diferente a todos sus predecesores? Entonces tengo que decidir y me inclino por los predecesores».
Sin embargo, enfatizó que la fraternidad se considera «bajo el Papa». «No somos desobedientes por principio ni por sistema», afirmó Pfluger.
«La obediencia está al servicio de la verdad. El oficio de Pedro no es una monarquía absolutista, sino un servicio a la verdad, un servicio a Cristo, un servicio a la Iglesia. Solo tenemos derecho a infringir la obediencia al Papa cuando sea necesario para no violar el servicio a Cristo y a la Iglesia», añadió.
Un ejemplo es el debate litúrgico sobre la nueva misa, introducida tras el Concilio Vaticano II. «En nuestra fraternidad, nunca se ha cuestionado que el Novus Ordo sea intrínsecamente válido. Sin embargo, es un rito que, aunque formalmente válido, no cumple con requisitos esenciales de un rito católico. La nueva liturgia ya no expresa verdades fundamentales de la fe, especialmente el carácter de sacrificio expiatorio», explicó.
Como respuesta a las controversias en torno a la reforma litúrgica, el papa Juan Pablo II promulgó en 1984 una indultada especial, Quattuor abhinc annos, que permitía a los obispos diocesanos celebrar la misa según el Misal Romano de 1962 bajo ciertas condiciones. Este permiso se amplió en 1988 y más tarde con el motu proprio Summorum Pontificum (2007) del papa Benedicto XVI, pero fue restringido drásticamente por el papa Francisco.
Otro ejemplo de controversia es la libertad religiosa. Según Pfluger, el tema «es malentendido, especialmente en los medios, donde se asume que los opositores a la libertad religiosa apoyan la coacción religiosa». Explicó: «Siempre estuvo prohibido y condenado obligar a alguien a convertirse al catolicismo. La pregunta es: ¿Tiene el Estado un deber hacia Dios?»
«Se tolera un mal. El error, cualquiera que sea, no tiene derecho a existir, aunque pueda ser tolerado. Sin embargo, la noción moderna de libertad religiosa busca otorgar al error un derecho en sí mismo», concluyó el sacerdote.
Hermenéutica de la reforma en la continuidad
Benedicto XVI abordó el tema de la relación entre el Concilio Vaticano II y el magisterio anterior en un discurso a la curia romana con motivo de las navidades del año 2005. Citamos algunos de los párrafos más destacados:
... existe una interpretación que podría llamar «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura»; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la «hermenéutica de la reforma», de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.
La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Serían el resultado de componendas, en las cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles. Pero en estas componendas no se reflejaría el verdadero espíritu del Concilio, sino en los impulsos hacia lo nuevo que subyacen en los textos: sólo esos impulsos representarían el verdadero espíritu del Concilio, y partiendo de ellos y de acuerdo con ellos sería necesario seguir adelante.
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El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue "su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. Lumen gentium, 8).