(Arantza Aldaz/Diariovasco/InfoCatólica) La cita para la entrevista con Juan María Uriarte, a punto de jubilarse como obispo de San Sebastián, fue a las doce del mediodía del pasado martes, horas antes de que se hiciera público el comunicado en el que la mayoría del clero guipuzcoano rechaza la designación de José Ignacio Munilla como sucesor en la diócesis.
La idea prevista es repasar sus casi diez años al frente de la Iglesia en Gipuzkoa, su compromiso con las personas sin techo, su trabajo a pie de calle para impulsar la «espiritualidad» en tiempos de crisis religiosa y su esfuerzo conciliador para lograr la paz en Euskadi. Pero la polémica generada por el rotundo malestar de los párrocos obliga a actualizar la conversación días después.
Monseñor Uriarte se confiesa «preocupado» por esa «comunión herida entre el obispo y sus presbíteros», aunque no tiene «ninguna duda» de que estos momentos de «especial sensibilidad» puedan romper la unidad de la Iglesia guipuzcoana. Sabe que sus palabras, y también sus silencios, son mirados con lupa.
–¿Comparte el comunicado del clero guipuzcoano?
–No voy a enviar ningún mensaje valorativo a los sacerdotes de mi diócesis a través de los medios de comunicación social. La relación familiar que mantengo con ellos y las ocasiones de encuentro que aún me quedan me darán oportunidad para exponerles fraternalmente mi pensar y mi sentir. Me preocupa y me duele la situación reflejada en la carta: una comunión herida entre el obispo y sus presbíteros. Felizmente no es una comunión rota pero necesita ser sanada por la gracia del Espíritu y por nuestra colaboración. Espero ardientemente que, una vez inaugurado su ministerio pastoral el 9 de enero, el nuevo obispo y su presbiterio vayan sanando esta herida. De este modo serán, como dice el Concilio, signo y estímulo de la unidad de todos los creyentes de Gipuzkoa.
–Usted llegó a la diócesis en el año 2000, después de José María Setién. Entonces lo calificaron de «relevo tranquilo». ¿Cómo definiría la llegada del nuevo obispo?
–En realidad no hay ningún relevo tranquilo. Sentí la intranquilidad y la necesidad de adaptarme. Los ecos suscitados por el nombramiento de don José Ignacio Munilla parecen delatar un relevo más agitado. Yo le he dicho que procuraré contribuir para que el aterrizaje sea lo menos turbulento posible.
–Han hablado personalmente de todo esto.
–Bastantes veces y vamos a seguir hablando intensamente de aquí al 9 de enero. Es mi responsabilidad transmitir la situación de la diócesis, lo que a mi juicio tendría que cuidar de un modo muy especial.
–¿Cree que la unidad de la iglesia guipuzcoana puede romperse?
–Francamente no creo que haya de romperse la unidad de la iglesia guipuzcoana. Los sectores eclesiales que son críticos tienen muy claro que la comunión es el alma de la Iglesia. Tienen también esa misma convicción quienes aceptan al nuevo obispo. La comunión puede ser crítica, incluso dolorida, pero no va más allá de la crítica si se mantiene dentro de unos parámetros: el amor a la comunidad, el reconocimiento del obispo, el diálogo y los medios delicados y proporcionados de expresión. Yo no tengo ninguna duda de que esta comunión básica se da y se dará, aunque haya momentos de especial sensibilidad en los cuales pudiera parecer que se deshace. Una Iglesia como la nuestra que se ha tomado a pecho el Concilio Vaticano II no está en riesgo de romperse. Puede vivir de forma más cómoda o incómoda, pero la comunión es un valor al que no puede renunciar.
–Llama la atención que un nombramiento de carácter religioso despierte tanto revuelo en una sociedad secularizada.
–No es ésta una sociedad tan secularizada como parece. Alguien dice que no hay ateos hasta la tercera generación. Gipuzkoa tiene un pasado religioso muy intenso que no se borra en dos generaciones. Ahora bien, quizás aquí ha habido algunos elementos que han acrecentado el interés. A ello ha podido contribuir la lectura que muchos han hecho de este relevo: regresión eclesial y cambio de orientación política. Cuando esa lectura se hace y se manifiesta en los medios, la actualidad de la noticia es mayor.
–¿Qué espera del nuevo obispo?
–En las conversaciones que hemos mantenido, él me ha consultado sobre ciertos temas. Yo veo que quiere acertar. Como primera medida, le recomiendo paciencia: saber escuchar, saber aguantar y saber esperar. Siempre que un obispo va a una diócesis, el obispo tiene que hacerse a la diócesis y viceversa, la diócesis al obispo. Yo también tuve que dejar algunos proyectos cuando vine porque el horno no estaba preparado para asumirlos y, al mismo tiempo, esta diócesis también se ha acostumbrado al obispo y sus limitaciones. Esto sucede en todo relevo episcopal. Toda diócesis y todo obispo son una caja de sorpresas.
«Pena y liberación»
–¿Con qué sentimiento deja el Obispado? ¿Alegría, tristeza, con ganas?
–Mis sentimientos son contradictorios. Dejar la comunidad humana y cristiana de Gipuzkoa me da pena. Me he encariñado con muchas personas y muchos proyectos. Pero, por otro lado, a mis setenta y seis años y medio, declinar la pesada responsabilidad de liderar una diócesis me produce también un sentimiento de liberación.
–¿Se va con la sensación de los deberes bien hechos?
–Siempre quedan muchos asuntos que resolver, incluso que abordar. Hemos dado pasos importantes en la formación espiritual y apostólica de centenares de laicos, en la estructuración de la diócesis, en la sensibilización por la Biblia, en el trabajo por la paz. Pero quedan muchos otros flancos para mi sucesor.
–¿Cuál es su mayor orgullo de estos casi diez años como obispo?
–Lo que me produce más alegría es el impulso que he dado a la espiritualidad. Algún lector puede quedarse sorprendido porque por la vía mediática ha asimilado que yo soy un obispo entregado a la política. Esto, en palabras de Rudolf Allers, es un «error que ha hecho fortuna». A quien quiera saber cuáles son mis preocupaciones fundamentales le recomiendo una visita a la página web ('www.elizagipuzkoa.org') y leer mis homilías. Allí es donde me reflejo cómo soy, lo que llevo en el interior, lo que quiero transmitir y verá que esa imagen de obispo político tiene poco fundamento. El 90% de mis intervenciones nunca entran ni siquiera en la ética que ha de orientar la política, que ese sí que es un asunto mío.
–Pero también es cierto que ha trabajado activamente en la búsqueda de la paz. ¿Qué mensaje quiere transmitir a esta sociedad lastrada aún por la violencia de ETA?
–Ya en mi primera homilía como obispo establecí claramente los dos objetivos capitales de mi trabajo pastoral: promover la fe y contribuir a la paz. He hecho cuanto he podido para hablar con todas las sensibilidades políticas existentes en nuestra sociedad, desde un extremo hasta el otro. Creo que dialogar es necesario. El camino para la paz es un largo maratón que pone a prueba nuestra paciencia, que puede provocar escepticismo y desilusión. Y para superar todo eso hace falta avivar un sedimento muy activo que es la esperanza.
–¿Cree que el final de ETA está más cerca que lejos?
–No soy especialista en este análisis. Pero, como muchos otros, tengo la impresión de que estamos más cerca que en años anteriores por varios motivos. Por un lado, la evolución de buena parte de la izquierda abertzale que rechaza y detesta hoy el ejercicio de ETA. Segundo, la repulsa casi general de nuestra sociedad. Tercero, el cerco policial y judicial y, tal vez, el debate interno que algunos creen entrever en el seno de ETA. Como he dicho muchas veces, ETA debe dejar unilateral e incondicionalmente y para siempre las armas. Nos quitaremos una horrible pesadilla de encima cuando esto suceda.
«La Iglesia, con los que sufren»
–Su primera visita como obispo fue al Aterpe porque «sufría» por las personas sin techo. Y luego la Iglesia abrió el Hotzaldi.
–Había noches en que me costaba mucho conciliar el sueño pensando que había muchas personas durmiendo en la calle en pleno invierno. Eso me remordía la conciencia, me producía inquietud, preocupación y algunas veces insomnio.
–¿Cree que las instituciones, incluida la Iglesia, hacen lo suficiente para ayudar a los que sufren aquí, cerca de casa?
–Nunca hacemos nadie lo suficiente por los pobres, ni siquiera Teresa de Calcuta. Con todo, esta diócesis está poniendo mucho de su parte, mucho amor ingenioso e inteligente. Cáritas y otras instituciones eclesiales de acompañamiento a la gente necesitada están poniendo en ejercicio su propio ingenio movido por el amor. A las instituciones hay que urgirles a que pongan todos los medios para que ningún ser humano duerma a la intemperie.
–¿Qué asuntos deja pendientes?
–Queda pendiente consolidar el Seminario, dinamizar la pastoral juvenil, ampliar los encuentros periódicos con cristianos comprometidos en la educación, en los medios de comunicación social, en la vida empresarial, en las agrupaciones sindicales, en la vida política, no para dirigirlos desde la Iglesia y convertilos en unos agentes de la Iglesia, sino para regar y motivar en ellos su compromiso cívico inspirado en su fe cristiana. Hay que despertar esa afinidad hacia los valores cristianos.
La falta de vocaciones
–La falta de relevo generacional era un serio problema cuando llegó al Obispado. ¿Este relevo es hoy aún más incierto?
–Ciertamente el relevo generacional es uno de los problemas más graves que tiene la Iglesia. En Gipuzkoa existen unos 10.000 laicos entre los 16 y 65 años comprometidos con esta Iglesia. Sin embargo, el relevo generacional tanto en vocaciones de laicos como de presbíteros y religiosos es hoy problemático. No sólo aquí, también en toda Europa Occidental, salvo en algunos islotes. Es un problema que preocupa, porque el futuro de la Iglesia está también pendiendo de este relevo.
–Las misas se vacían. ¿Qué tiene que hacer la Iglesia para acercarse a la sociedad?
–Voy a dar una respuesta que puede parecer paradójica. Lo que hay que hacer es acercarse a Jesús y al Evangelio. Precisamente la debilidad de nuestra adhesión a Jesús hace que nuestra propuesta pueda parecer hueca a una buena parte de la sociedad. Y de la adhesión a Jesús brota lo mejor que ha de tener la Iglesia, que es la misericordia hacia los débiles de nuestro mundo cercano y lejano, la voluntad de dialogar con la comunidad humana y de hacer entender el núcleo de su mensaje.
–Muchos cristianos se han dado de bruces con el mensaje de la Iglesia contrario a la reforma de la Ley del Aborto. ¿Con esos mensajes «castigadores» la Iglesia no se aleja de la sociedad?
–En un tema tan importante como el del aborto, la posición de la Iglesia debe ser neta. Tiene que tener cuatro adjetivos: propositiva, dialogante, respetuosa, modesta. Pero neta. El fin de la Iglesia no es identificarse con lo que piensa y siente la sociedad. ¿De qué serviría la Iglesia si pusiera simplemente términos teológicos a lo que siente la sociedad? El fin de la Iglesia es contribuir a que esta sociedad sea más auténticamente humana. Y para ello la Iglesia tiene que sintonizar con los valores que existen en la sociedad y también hacer de contrapunto crítico de los contravalores que toda época cultural lleva consigo. Y sobre todo tiene que anunciar a Jesucristo.
–¿Ha preparado ya su homilía de despedida?
–No la tengo preparada, pero sí pensada. Un mensaje clave va a ser que esta diócesis tiene una realidad bastante más positiva que la imagen que algunos tienen de ella. No se merece la imagen peyorativa que tienen algunos ámbitos sociales e incluso algunos eclesiales. Yo soy una persona crítica con realidades de esta diócesis, con las carencias que existen, con algunos órganos demasiado poco desarrollados, pero esta diócesis es mucho más de lo que piensan y sienten muchos de sus detractores.