(Vatican.news/InfoCatólica) «¡Ánimo, no temas, pueblo papú! ¡Ábrete! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos», con estas palabras el Papa Francisco alentó en su homilía a los más de 35 mil fieles que participaron en la Santa Misa que presidió este domingo 8 de septiembre, en el Estadio Sir John Guise de Puerto Moresby, en Papúa Nueva Guinea, en el marco del 45 Viaje Apostólico de su pontificado.
Al comentar las lecturas de este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre señaló que, el Señor hoy nos dice: «¡Sean fuertes, no teman!», palabras del profeta Isaías que, «animan e invitan a su pueblo para que, aún en medio de las dificultades y los sufrimientos, levante la mirada hacia un horizonte de esperanza y de futuro». Y el signo de esta salvación será cuando «se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos». Profecía que se realiza en Jesús.
De ahí, la invitación del Pontífice a reflexionar sobre dos aspectos de la curación de un sordomudo que el Evangelio de este domingo nos presenta: la lejanía del sordomudo y la cercanía de Jesús.
La lejanía del sordomudo
Sobre este sordomudo, el Papa Francisco indicó que, el Evangelio nos dice que experimentaba dos tipos de lejanía: una geográfica, porque vivía en lo que hoy podríamos llamar «periferia», en un territorio alejado del centro religioso que era Jerusalén; y además se encontraba lejos de Dios y de los hombres porque no tenía la posibilidad de comunicarse.
«Era sordo y por eso no podía escuchar a los demás, era mudo y a causa de ello no podía hablar con nadie. Este hombre era un marginado del mundo, estaba aislado, era un prisionero de su sordera y de su mudez y, por lo tanto, no podía abrirse para comunicarse con los demás».
La sordomudez de un corazón obstruido
El Santo Padre invitó a leer esta condición de sordomudez en otro sentido, es decir, cuando nos encontramos apartados de la comunión y de la amistad con Dios y con los hermanos cuando, más que los oídos y la lengua, sea nuestro corazón el que esté obstruido.
«Existe una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo aquello que nos encierra en nosotros mismos, que nos cierra a Dios y a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a arriesgarse e involucrarse, el resentimiento, el odio, y la lista podría continuar. Todo esto nos aleja de Dios, de los hermanos, de nosotros mismos; y de la alegría de vivir».
La cercanía de Jesús
Ante esta lejanía, el Santo Padre dijo que, Dios responde con la cercanía de Jesús, y con esto nos quiere mostrar que Él es el Dios cercano, compasivo, que cuida nuestra vida, que supera toda distancia. Y como vemos en el Evangelio, lo hace saliendo a las periferias para encontrarse con los paganos.
Con su cercanía Jesús sana la sordera y la mudez del hombre
Por ello, el Pontífice señaló que, con su cercanía, Jesús sana la sordera y la mudez del hombre.
«Cuando nos sentimos alejados, y decidimos distanciarnos, entonces nos encerramos en nosotros mismos y terminamos girando sólo entorno a nuestro yo, nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo».
Que niguno quede sordo
A los fieles de Papúa, a los que habitan en esta tierra tan alejada, el Papa Francisco les dijo que, a veces e pueden sentir lejanos, pero no es así, ustedes les dijo el Papa, están unidos en el Espíritu Santo.
«Esto es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida. Que ninguno quede sordo frente al alegre mensaje de salvación»
Antes de concluir su homilía, el Santo Padre animó al pueblo papú a abrirse a la alegría del Evangelio, a abrirse al encuentro con Dios y con los hermanos.
«Que ninguno de ustedes permanezca sordo y mudo frente a esta invitación. En este camino los acompaña el beato Juan Mazzucconi que, entre tantos inconvenientes y hostilidades, trajo a Cristo en medio de ustedes, para que ninguno quedara sordo frente al alegre mensaje de salvación, y a todos se les pudiera soltar la lengua para cantar el amor de Dios».