(Vatican.news/InfoCatólica) Una celebración en la que los participantes se sienten parte de un cuerpo unido, de una oración que se eleva a Dios como un coro que une las voces de todos, requiere un cuidado especial. Más que eso, necesita un «arte». Este es el tema central de la 74ª Semana Litúrgica Nacional en Italia, que desde hoy, 26 de agosto, hasta el próximo jueves acoge la archidiócesis de Módena-Nonantola. En un mensaje firmado por el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, el Papa escribe al presidente del Centro de Acción Litúrgica, el arzobispo de Catanzaro-Squillace Claudio Maniago, destacando de inmediato la característica principal de la oración litúrgica que, afirma, «rehúye toda forma de individualismo y división».
Oración e implicación de los sentidos
El título de la Semana afirma que es en la liturgia donde se manifiesta «la verdadera oración de la Iglesia», en la relación entre el Pueblo de Dios, por un lado, y el ars celebrandi, por otro. La oración litúrgica, enfatiza el mensaje, «es una escuela de comunión que libera el corazón de la indiferencia, acorta las distancias entre hermanos y hermanas y se ajusta a los sentimientos de Jesús». No es un compromiso de un pequeño grupo, sino que implica a «todos los bautizados» y ya en la Carta Apostólica sobre la formación litúrgica Desiderio desideravi, Francisco subrayaba que «los gestos propios de la asamblea, como la reunión, las posturas del cuerpo, el estar en silencio, las expresiones de la voz, la implicación de los sentidos, son los modos con los que se participa en la celebración».
Redescubrir los salmos
El Papa destaca cuatro aspectos para que la oración litúrgica sea verdaderamente tal. El primero se refiere al redescubrimiento de la «coralidad», un entrelazamiento de voces que Francisco invita a experimentar y no solo a evocar, por ejemplo, a través de la práctica de la Liturgia de las Horas. Las comunidades, desea él, «vuelvan a elevar a coro» la oración de los Salmos, aprendiendo «a vivir, en la liturgia y en la vida, el valor de la unidad y de la comunión». El segundo aspecto es el vínculo entre la liturgia y el canto sagrado, en el que, observa Francisco, la música «no es un elemento ornamental, sino parte integrante y necesaria de la misma» y exige un cuidado especial, sobre todo en las liturgias dominicales.
El espacio del silencio
Del canto, Francisco pasa al silencio. Este «acto de silencio» contrarresta «el frenesí, el ruido y el parloteo que nos minan en nuestra vida cotidiana», mientras que el gesto «sagrado» del silencio se convierte en un tiempo y un espacio propicios para «cultivar la mirada contemplativa» y «dar profundidad a la oración del corazón». Hay luego una cuarta y última dimensión que se refiere a la «promoción de la ministerialidad litúrgica, en la que —indica Francisco— «es importante leer los ministerios al servicio de la liturgia y su presencia diversificada alimenta la participación activa de la asamblea y promueve la corresponsabilidad en la misión», manifestando, concluye, «la naturaleza sinodal de la Iglesia».