Una mirada positiva y propositiva sobre los jóvenes de hoy

Una mirada positiva y propositiva sobre los jóvenes de hoy

Creo que en esta etapa de la historia, del problema que tenemos con los jóvenes, está especialmente en manos de las figuras paternas sólidas y amorosas.

Existe un gran porcentaje de jóvenes que pasan desapercibidos para los adultos, sean padres o educadores. Estos jóvenes han quedado «eclipsados» por los casos más preocupantes de jóvenes a la deriva, tanto por su abuso de sustancias, por su promiscuidad sexual o por sus comportamientos violentos y antisociales. Son jóvenes invisibles porque no son extremosos como los otros, pero que pertenecen al fenómeno llamado la generación de cristal.

Son frágiles para muchas cosas, pero tienen cualidades notables. Y si no discernimos los aspectos rescatables, no podremos superar y crecer ante este reto social.

Me propongo hacer notar al lector una serie de aspectos admirables que he notado en muchos jóvenes en mi experiencia docente y materna. No pretendo ser exhaustiva, por el contrario, sería muy útil y constructivo si entre los lectores se suscitan nuevas claves de comprensión y valoración de nuestros jóvenes. Muchas de sus cualidades, ni en sueños teníamos muchos de nosotros en nuestros años mozos. Tal vez nos parezcan poca cosa, contra otros problemas graves como una mentalidad líquida, pero de algún lado hay que tirar y tampoco son aspectos despreciables. Además un reclamo general que hacen es que nos piden que los veamos, que los valoremos y entendamos. Muchas veces se encuentran con la dureza de corazón de los adultos, que creen que por medio de la burla, la crítica amarga y la devaluación van a encontrar una supuesta motivación para superar los problemas y límites y así mágicamente volverse adultos responsables. Finalmente su crisis es en gran parte producto de la nuestra.

Ya entrando en tema, a todo aspecto positivo que resaltaré, se corresponde un riesgo, que mencionaré con la intención de que el formador tenga cuidado de orientar para resolver o evitar.

Primero diría que he notado que tienen una serie de palabras y frases que describen maravillosamente situaciones que viven. A veces son extranjerismos. Este glosario lo toman de las redes o de su ambiente, pero les permiten identificar situaciones que antes nosotros no teníamos el lenguaje para nombrarlas y trabajarlas. Además hoy en día hay el espacio o permiso social para hablar cosas que ya están sobre la mesa y que producen mucho sufrimiento vivirlas en silencio y soledad en esas edades.

El problema que tienen a este respecto es que se quedan en «fraseologías», (más propia de la ideología), y no tienen mucha capacidad de argumentar lógica y objetivamente de manera espontánea. Tal vez en tareas con más tiempo para prepararlas y profundizar puedan formar mejor el argumento, pero igualmente les cuesta mucho. Habría que reforzar asignaturas, además de las filosóficas, que les enriquezcan el vocabulario y el análisis crítico, etc. Y de manera espontánea y respetuosa promover el diálogo inteligente en casa. Eso implica a los padres formarse y actualizarse.

Una cosa muy positiva de ver, es el intercambio con las generaciones de los abuelos. No sólo les escuchan con cariño y disfrutan de su trato afable, sino que aportan su conocimiento y servicio a los mayores con ese gran manejo de la tecnología que tienen. Es fuente de convivencia, creatividad y hasta diversión tan necesaria para los adultos mayores. Como es de esperar de un joven, puede no valorar la autoridad y trayectoria de los mayores, pero eso depende también de los abuelos, que ellos sepan con cariño y respeto dar a conocer sus historias y batallas. Los abuelos aportan mucho si se abren a aprender cosas nuevas, sin renunciar a sus principios morales, para ser cercanos a los jóvenes.

Una cosa que sobresale, es que saben reconocer sus sentimientos y expresarlos sin complejos. Eso mismo les permite empatizar con la miseria ajena y hacerla resonar con la propia. Así no hablan desde una superioridad moral o la arrogancia propia de la edad. Aquí el reto está en que le dan mucho peso a los sentimientos como «realidad única e indiscutible» y están encerrados en la percepción, siempre subjetiva y relativista. A la vez les hacen falta modelos de virtud y de heroísmo, porque lo que ven es una humanidad «bajoneada» y se limitan a aceptarla con doloroso realismo.

Dentro de esta misma naturalidad para hablar de sentimientos y experiencias, también tienen mucha capacidad de compartir sus logros y creatividad en las redes sociales. Hacen una comunidad que inspira a otros a intentar cosas nuevas. El riesgo es que expongan demasiado su intimidad buscando aceptación y se vulneren a comentarios que a veces, por ser anónimos, se prestan a ser muy destructivos. Siempre el consejo de un adulto puede ayudarles a hacerlo desde un buen lugar del corazón y en una medida prudente.

Sin embargo, es notable como ya a partir de la adolescencia saben tener una visión cada vez más crítica sobre las falsedades de lo que se propone como «ideal», el peligro son más los pubertos, quienes son más impresionables. La realidad es que hay que evitar los teléfonos y las pantallas en los niños y pubertos lo más posible. Contrarrestar mucho con actividades y encuentros reales. Eso requiere más tiempo y creatividad de los adultos. Y desde luego más firmeza en moderar el uso de aparatos electrónicos.

En otro aspecto, tienen una expectativa de mayor respeto entre los sexos y manejan con más naturalidad acceder a puestos de trabajo interesantes e importantes sin miedo. Lo que les falta, a veces, es perspectiva, es decir, que en el tiempo el desarrollo profesional puede ir en detrimento de una elección de vida más significativa y plenificante como la familia.

Los jóvenes están abrumados por un exceso de información, creen que la libertad es tener opciones abiertas, más que elegir el bien mayor. Están desorientados y su margen de atención, abstracción y gusto por las cosas está cada vez más reducido por la inmediatez y brevedad de los contenidos altamente estimulantes. Esto hace que las clases, los «sermoneos» de sus padres y la Santa Misa, les parezca un rollo. Y sin embargo, anhelan orientación y sentido porque sus corazones sienten un vacío informe y angustioso. La solución no es hacer un circo para entretenerlos ya que eso sólo va a reforzar el problema, o hacerlo «cool» porque les resulta patético. Hay que quitar la causa gradualmente y ofrecer otra forma de comunicar mas cercana y auténtica, sin forzar. Primero habría que decir que son muy perceptivos para identificar si los adultos los ven, los conocen, los aceptan y se interesan por ellos. Ya eso en el salón de clases o en el diálogo con sus padres y formadores genera una disposición distinta. Hay una respuesta más leal, por así decirlo. La otra cosa que agradecen es que sean más dinámicos los aprendizajes, que «toquen» la realidad. En la vida de fe ayuda mucho los apostolados, las misiones, las obras de caridad. Un corazón abierto, está mejor dispuesto a emprender el camino de la fe y da hondura espiritual. Entendiendo claro, que hay que ir subiendo a la plenitud del mensaje sin diluirlo. Pero como se cristianizó al mundo pagano no fue por la comprensión doctrinal en un primer momento, sino por ver «cómo se amaban», lo que la hizo llamativa. Fue la caridad con los enfermos y necesitados que transformó los corazones y las mentes.

Tratando de explicar la paradoja que salta a la vista, y es que muchos, entre mas van a terapia, parecen estar mas débiles y menos resilientes. Podemos sospechar que como muchos ya tienen más apoyo emocional, ya les es más «cultural» poner límites, saben hablar de frente, denunciar lo que está mal y aceptan con más realismo que hay gente abusiva. El peligro de esto es que hay tanta conciencia del «autocuidado» y «autoprotección», que a veces están a flor de piel y quieren evitar a toda costa sufrir, y se indignan o revelan ante el sacrificio como un medio para alcanzar un bien mayor. Esto tiene consecuencias desastrosas en lo académico y laboral, y eventualmente en el matrimonio y la vida espiritual. Sin embargo, sí son capaces de hacer grandes sacrificios en el deporte o en la imagen. Tienen que seguir avanzando en su madurez humana para darse cuenta que los sacrificios aunque superan nuestras capacidades en el corto plazo, no necesariamente nos destruyen y no todos son «indignos», por el contrario, nos edifican y hacen lograr lo impensable acompañado de una gran satisfacción personal. Aquí no hay mejor educadora que la realidad que se impone tercamente. Por parte de los formadores, toca no ceder. La falta de opciones, aclara la mente. Sólo la experiencia les va a convencer de esto, y aunque no estén todavía convencidos como sociedad debemos seguir levantando el listón de la exigencia. El asunto es que estamos cediendo.

En este punto la figura paterna es clave. Hay una crisis de masculinidad en nuestro tiempo, que afecta en la familia, en la escuela y tristemente también en la Iglesia. La verdadera masculinidad nos protege de peligros externos y de nosotros mismos. De encerrarnos en una mentalidad infantil y debilucha. Nos ayuda a salir al mundo exterior sin ansiedades porque no nos arroja al vacío. Nos brinda la suficiente seguridad para exponernos sabiendo que no vamos a perecer.

Creo que en esta etapa de la historia, del problema que tenemos con los jóvenes, está especialmente en manos de las figuras paternas sólidas y amorosas. Le echamos la culpa a los jóvenes y a las redes sociales, a la masonería y los escándalos, pero estoy segura que si los padres hicieran su trabajo de forma más activa y generosa, estos retos serían mucho más benignos y superables. En el salón de clases es muy notorio la calidad de familia que les sostiene y por mucho que se esfuerce las instituciones educativas, el papel central lo tienen los padres de familia. Que San José protector de los corazones de Jesús y María y del Cuerpo Místico de Cristo nos guíe en este gran reto.

 

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1 comentario

Ricardo de Argentina
Es verdad, el gran problema de los jóvenes es la falta de una familia sólidamente constituida.
26/06/24 3:29 AM

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