(Omnes/InfoCatólica) El monasterio cisterciense de Heiligenkreuz se encuentra a 20 kilómetros al sur de Viena, ubicado en el encantador entorno del Wienerwald. Su nombre proviene de una reliquia de la Cruz, del tamaño de una mano, que ha estado en el monasterio desde 1188. Sin embargo, este no es un monasterio común. A pesar de la disminución de las vocaciones religiosas y el cierre de muchos monasterios en Europa en las últimas décadas, Heiligenkreuz está experimentando un auge. Actualmente cuenta con casi 100 monjes, el número más alto desde su fundación en 1133.
Heiligenkreuz no solo mantiene su tradición centenaria, sino que también se expande. Además de Neukloster, un priorato cercano que ha estado vinculado al monasterio desde el siglo XIX, en 1988 se fundó un priorato en Stiepel, Bochum, en la región del Ruhr, y otro en Neuzelle, cerca de la frontera entre Alemania y Polonia, en 2018. Este crecimiento y expansión son un testimonio del vigor y la vitalidad de la comunidad cisterciense de Heiligenkreuz.
El abad del monasterio, Maximilian Heim, explicó a Omnes el fenómeno de las muchas vocaciones:
«...son una gracia inmerecida que no podemos crear nosotros mismos. Cada joven que viene a nosotros es una llamada para que le demos la libertad de examinar su vocación o de hacerla examinar».
El religioso a punta a un efecto contagio:
«Quienes viven su vida religiosa con autenticidad contagian a otras personas y actúan como un imán. De hecho, una de las razones de nuestro crecimiento es el rostro joven de nuestro monasterio de casi 900 años. Quien viene a Heiligenkreuz no experimenta nada aburrido, sino una comunidad que se ha mantenido joven con un saludable abanico de edades».
La importancia de una buena pastoral juvenil se hace evidente:
«Desde hace casi tres décadas, la Vigilia de los Jóvenes se ha convertido en el motor de la pastoral juvenil regional de Heiligenkreuz. Cada viernes del Sagrado Corazón, entre 150 y 250 jóvenes entusiastas se reúnen para alabar a Dios, escuchar su palabra, adorarlo en la Eucaristía y reconciliarse con Dios y entre sí en la confesión. Es como un curso básico de fe católica que permite experimentar la práctica religiosa».
El abad asegura que «en una sociedad y una Iglesia cambiantes, en las que la fe eclesiástica mengua cada vez más, es importante entender los monasterios vivos, no sólo en Austria, sino en todo el mundo occidental, como centros espirituales y oasis en el desierto de un tiempo desorientado, donde se aprovechan los manantiales de la fe, de los que podemos beber con alegría».
Y afirma que los monasterios siguen siendo de vital importancia:
«... los monasterios pueden convertirse también hoy en faros de la fe, que por un lado apuntan a nuestro destino último, a nuestro hogar con Dios, y por otro orientan en medio de la niebla de nuestro tiempo mediante la luz pascual, la «luz de Cristo», que vence la noche de la muerte y brilla para los creyentes como la «verdadera estrella de la mañana que nunca se pone».