El Papa ha asegurado que la fortaleza la más «combativa» de las virtudes y los primeros filósofos cristianos coincidían con los griegos en que tiene un doble desarrollo, uno pasivo y otro activo.
El primero se dirige hacia el interior de nosotros mismos. Hay enemigos internos a los que tenemos que vencer, que responden al nombre de ansiedad, angustia, miedo, culpa: son todas fuerzas que se agitan en lo más íntimo de nosotros mismos y que en alguna situación nos paralizan».
«¡Cuántos luchadores sucumben incluso antes de comenzar el desafío!» ha constatado el Pontìfice. Y ha añadido:
«La fortaleza es ante todo una victoria contra nosotros mismos. La mayoría de los miedos que surgen en nuestro interior son irreales, no se hacen realidad en absoluto. Mejor entonces invocar al Espíritu Santo y afrontarlo todo con paciente fortaleza: un problema detrás de otro, según nuestras posibilidades, ¡pero no solos! El Señor está con nosotros si confiamos en Él y buscamos sinceramente el bien. Entonces, en cada situación, podemos contar con la Providencia de Dios, que será nuestro escudo y nuestra armadura».
Y en cuanto a la naturaleza activa:
«... Además de las pruebas internas, hay enemigos externos, que son las pruebas de la vida, las persecuciones, las dificultades que no nos esperábamos y que nos sorprenden. En efecto, podemos intentar prever lo que nos sucederá, pero en gran medida la realidad se compone de acontecimientos imponderables, y en este mar a veces nuestra barca es sacudida por las olas. La fortaleza entonces nos hace marineros que resisten, que no se asustan ni se desaniman».
El Papa ha explicado que en el Evangelio y en los ejemplos de los santos y santas, encontramos modelos de fortaleza para seguir. Redescubrir la fortaleza de Jesús y aprender de los testigos de la fe nos inspira a enfrentar nuestras propias batallas con valentía y determinación, rechazando la indiferencia y abrazando el camino del progreso moral y espiritual.
Por último, ha hablado de dicha virtud en el contexto de la realidad en el mundo:
«La fortaleza es una virtud fundamental porque toma en serio el desafío del mal en el mundo. Algunos fingen que no existe, que todo está bien, que la voluntad humana a veces no es ciega, que en la historia no luchan fuerzas oscuras portadoras de muerte. Pero basta ojear un libro de historia, o, por desgracia, incluso los periódicos, para descubrir los horrores de los que somos en parte víctimas y en parte protagonistas: guerras, violencia, esclavitud, opresión de los pobres, heridas que nunca han cicatrizado y que aún sangran. La virtud de la fortaleza nos hace reaccionar y gritar «no», un rotundo «no» a todo esto».