(Kath/InfoCatólica) El cardenal empieza su artículo preguntando hasa cuándo se mantendrá la Iglesia en su país: «¿por cuánto tiempo más? ¿Por cuánto tiempo más este aparato autosuficiente seguirá tambaleándose, ignorando silenciosamente la orden del Señor «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio»...
El purpurado recuerda que «en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la doctrina social católica fue la base para la reconstrucción y el desarrollo de la República Federal de Alemania bajo Konrad Adenauer, en armonía con los destacados europeos De Gaulle y De Gasperi, a los que se unió Ludwig Erhard como padre del milagro económico alemán». Sin embargo, «hoy en día desde hace tiempo el ideal cristiano-social de la sociedad ya no tiene ningún papel».
Brandmüller explica que «el milagro económico alemán comenzó a bloquearse la vista al cielo con la creciente capa de nubes del espíritu materialista: la ola de consumo, de vivienda y de sexo inundaron el país». Y el resultado ha sido y es:
«una sociedad poscristiana y atea en la que el cristianismo, la Iglesia, apenas sobrevive en un nicho. Ignorado, despreciado, combatido».
A la pregunta de cómo la Iglesia debe responder a esta situación, advierte:
«Un análisis objetivo pronto revela que los intentos ansiosos y desesperados de revivir la antigua asociación entre Estado, sociedad e Iglesia han sido desde hace tiempo completamente inútiles, aunque en Baviera y en algunos lugares las formas eclesiásticas populares aún se han conservado. Sin embargo, en la mayoría de las regiones de Alemania, la Iglesia ha tenido que intercambiar su antiguo lugar en el palco de honor por el banquillo de los acusados».
El cardenal constata que la las leyes en Alemania son incompatibles con la fe cristiana y la ley natural:
«...la legislación más reciente ha establecido normas en el ámbito del matrimonio, la familia, la política de salud que contradicen abiertamente la moral cristiana y la doctrina social, e incluso desafían la antropología desarrollada desde la Antigüedad clásica. Casi ninguna perversión imaginable, desde la fecundación in vitro hasta la «eutanasia» y el suicidio asistido, ha sido excluida. Un contraste casi apocalíptico con la dignidad del ser humano como imagen de Dios y cúspide de la creación».
Y añade:
«Y ahora el cristiano, el católico, en este desierto humano y cultural, debe encontrar y crear oasis en los que aún pueda respirar y sobrevivir».
El cardena señala que el actual modelo de sociedad en Alemania es hostil al cristianismo e indica:
«Que este se vuelva cada vez más agresivo se evidencia en los cada vez más frecuentes ataques incendiarios, destrucciones y profanaciones en iglesias, etc».
Brandmüller recuerda que siendo aun joven, Joseph Ratzinger predijo que se pasaría de una Iglesia con fuerte presencia y peso en la vida del país a una de comunidades pequeñas y por ello debería formarse a los fieles ante el cambio de paradigma
Por supuesto, las fricciones, los conflictos, son inevitables, especialmente en las áreas rurales. Pero el tiempo también curará esas heridas. Para ello, será indispensable preparar a la comunidad para tal desarrollo inevitable según las circunstancias locales, para prevenir la decepción e incluso las protestas.
El cardenal cree imprescindible que los sacerdotes ejerzan el miniserio para el que fueron ordenados:
«En el antiguo rito de la ordenación se enumeraban los deberes del sacerdote: estaba consagrado para ofrecer el (santo) sacrificio, bendecir, dirigir la comunidad, predicar y bautizar. Significativamente, no se menciona nada sobre la gestión parroquial, los comités o la administración y dirección de instituciones sociales u otras «obras».»
Añade que es importante «distinguir claramente qué áreas de actividad solo pueden ser asumidas por el sacerdote y cuáles también pueden ser realizadas por laicos, miembros de la comunidad o empleados de la iglesia», ya que el lugar ideal para la actividad sacerdotal «no es tanto la oficina parroquial, la administración, la gestión de cuentas, etc. Ni tampoco estar a cargo de jardines de infancia y similares».
Modelo decadente
El purpurado adviere que cierto modelo que se impuso tras el último concilio ecuménico ha fracasado:
«...el catolicismo de comités y reuniones que ha proliferado desde el Concilio Vaticano II se ha convertido en un modelo en decadencia, al que apenas alguien, aparte de los «funcionarios» del Comité Central, llorará».
El cardenal indica cuál es el papel de los laicos, que no es el de hacer lo que es propio de los sacerdotes:
«Esta es realmente la hora de los «laicos». Al igual que los sacerdotes, ellos también siguen un llamado propio. Su área de responsabilidad no es el púlpito y el altar, sino, como enfatizó el Concilio Vaticano II, «el mundo», en el que la Iglesia debe cumplir su misión».
Con la necesaria «división del trabajo, suponiendo una selección inteligente de los colaboradores y una confianza mutua, el sacerdote también podría ganar el tiempo necesario para la preparación cuidadosa de la predicación, la catequesis, la conversación pastoral, etc., y para su propia vida espiritual».
Y añade:
«...la experiencia enseña que ni los laicos ni los sacerdotes deben sobrepasar los límites de su competencia. Estos últimos deberían resistir la tentación de destacarse como constructores, administradores de patrimonio u en otros campos «mundanos», mientras que los laicos no deberían considerar el púlpito y el altar como su «lugar de trabajo».
Por último, exhorta a que haya una mejor colaboración entre fieles y sacerdotes
«Cuanto más fuerte sople el espíritu de la época impío en la iglesia, más necesaria será la estrecha colaboración entre los fieles y los sacerdotes. Tal vez entonces, como una vez lo hicieron los «paganos» mirando a los cristianos, también los de hoy dirán: «¡Miren cómo se aman unos a otros!» Y esta experiencia también podría volver a tener un efecto misionero hoy en día.
Así, las comunidades realmente vivas podrían ofrecer refugio seguro como islas en el mar para aquellos que están a la deriva en las olas del espíritu de la época sin rumbo alguno».