(Agencias/InfoCatólica) El Santo Padre presidió ayer a las 5 de la tarde el rezo solemne de las primeras vísperas del Domingo primero de Adviento. En su alocución explicó que “los cristianos adoptaron la palabra ‘adviento’ para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, entrado a esta pobre ‘provincia’, denominada tierra para visitar a todos… El significado de la expresión ‘adviento’ comprende, por lo tanto, también el de ‘visitatio’, que quiere decir simple y propiamente ‘visita’. En este caso, se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”.
El Papa exhortó a dedicar tiempo al Señor: “El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y acercarse a nosotros, en toda situación?”. Benedicto XVI se refirió a diversos modos de esta presencia y visita del Señor: “en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vivencias de la vida cotidiana, en toda la creación”.
A continuación se ha referido al otro aspecto del Adviento, el de la espera, “que es, al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a comprender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ha explicado esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y de la cosecha”.
Animados por la esperanza, los cristianos tienen una certeza, la de que “el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas”, y que por tanto “un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz”, continuó Benedicto XVI.
Así, ha proseguido el Santo Padre, se descubre cómo hemos de vivir nuestra vida presente anhelando la vida eterna: “El Adviento cristiano se vuelve, de este modo, ocasión para volver a despertar en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante largos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación”.
Su homilía ha concluído recordando como virtud propia del Tiempo de Adviento la de la alegría: “Precisamente por esta razón es, en especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús”.