(InfoCatólica) Las dudas generadas con la publicación de la Declaración Fiducia Supplicans. Las dudas ya solo son negadas por un pequeño grupo sectario que todo lo más intenta cerrar la boca con amenazas e insultos.
La publicación ha dado también ocasión para que se visibilice que la Iglesia que vive en las periferias e incluso la muy martirial como la de Nigeria o en situaciones difíciles como la de Ucrania sean de las primeras que en bloque han rechazado la Declaración. El desprecio a la intención sobre el rechazo de los africanos por parte del Cardenal Fernández (por ejemplo en su entrevista por escrito sin posibilidad de repreguntar en The Pillar) que lo reduce a condicionantes sociopolíticos está terminando por abrir los ojos a muchos católicos.
La publicación también ha dado lugar a algunas buenas argumentaciones sobre el verdadero sentido de la misericordia. Entre ellas no ha pasado desapercibida la de Mons. Aillet, obispo de Bayona, que más allá de indicaciones de gobierno que en la práctica, como está ocurriendo en muchas diócesis, reducen FS a su «estado» anterior: se bendicen personas (por separado), no parejas, y además está sirviendo para que sea un motivo de conversión:
- Invito a los sacerdotes de la diócesis a que, al tratar con parejas en situación irregular o con personas que mantienen una relación homosexual, muestren una acogida llena de bondad: las personas no deben sentirse juzgadas, sino acogidas por una mirada y una escucha que expresen el amor de Dios por ellas.
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A continuación, les invito a establecer un diálogo pastoral y a tener el valor, por el bien de las personas y con la delicadeza adecuada, sin juzgarlas e implicándose personalmente en la relación pastoral, de decirles claramente la Verdad que la Iglesia enseña sobre su situación.
- Por último, les invito, si lo piden, a darles la bendición, con la condición de que sea a cada uno individualmente, llamándoles a la conversión e invitándoles a pedir la ayuda de la gracia que el Señor concede a todos los que le piden conformar su vida a la Voluntad de Dios.
Pero además en su Nota, Mons Aillet afronta otras cuestiones de fondo sobre la Declaración, como
- ¿No estarían estas bendiciones en contradicción con la noción de «sacramental» que asume toda bendición?
- ¿No hay que distinguir entre bendecir a una persona y bendecir a una «pareja»?
- ¿Y las relaciones homosexuales?
- ¿No hay actos intrínsecamente malos?
- ¿Puede desvincularse el ejercicio de la caridad pastoral de la misión profética de la enseñanza?
- ¿Pueden oponerse pastoral y doctrina?
Nota de Mons. Marc Aillet sobre la declaración Fiducia supplicans
29 de diciembre de 2023
«El Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) acaba de publicar, el 18 de diciembre de 2023, con la aprobación del Papa Francisco, la Declaración Fiducia Supplicans 'sobre el significado pastoral de las bendiciones'».
Aclamada como una victoria por el mundo laico, y en particular por los grupos de presión LGBT que ven en ella el reconocimiento por parte de la Iglesia de las relaciones homosexuales a pesar de las numerosas restricciones establecidas en el documento romano, se ha encontrado con la desaprobación pública sin precedentes de conferencias episcopales enteras, en particular en África y Europa del Este, así como de obispos de todos los continentes. Por otra parte, numerosos fieles, incluidos los que comienzan de nuevo, y numerosos sacerdotes que, en una sociedad que pierde el norte, se enfrentan a situaciones pastorales complejas, dando pruebas tanto de fidelidad a la enseñanza del Magisterio como de caridad pastoral, manifiestan su confusión e incomprensión.
En respuesta a estas reacciones, y después de haberme tomado el tiempo de reflexionar, quisiera enviar una nota a los sacerdotes y fieles de mi diócesis, como obispo, para ayudarles a acoger esta declaración en espíritu de comunión con la Santa Sede Apostólica, dando algunas claves de comprensión, al tiempo que cuestiono respetuosamente algunos puntos de la declaración que podrían ser aclarados. Por último, quisiera invitar a los sacerdotes de mi diócesis a ejercitar la prudencia, virtud por excelencia del discernimiento. Soy consciente de que esta nota es densa, pero me parece importante tratar la cuestión con la suficiente profundidad teológica y pastoral.
Una doctrina inalterada sobre el matrimonio
Fiducia supplicans comienza recordando que la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio como unión estable, exclusiva e indisoluble entre un hombre y una mujer, naturalmente abierta a la generación de nueva vida, permanece firme e inmutable (n. 4). Por eso, insiste el texto, es imposible dar una bendición litúrgica o ritual a parejas en situación irregular o del mismo sexo, lo que correría el riesgo de llevar a una grave confusión entre matrimonio y uniones de hecho (n. 5). Esta es la razón por la que la antigua Congregación para la Doctrina de la Fe, en una respuesta ad dubium del 22 de febrero de 2021, concluyó que era imposible dar la bendición a «parejas» del mismo sexo.
Distinción entre bendiciones litúrgicas y bendiciones pastorales
A continuación, se propone todo un recorrido bíblico para establecer la distinción entre las bendiciones litúrgicas (n. 10) y las bendiciones que pueden llamarse pastorales, con el fin de aclarar la posibilidad de que se conceda una bendición a una persona que, cualquiera que sea su condición pecaminosa, puede pedir a un sacerdote, fuera del contexto litúrgico o ritual, que exprese su confianza en Dios y su petición de ayuda para «vivir mejor» y ajustar más su vida a la voluntad de Dios (n. 20). Por lo demás, esto forma parte de una práctica pastoral elemental y bimilenaria de la Iglesia, particularmente en el contexto de la devoción popular (n. 23-24), donde nunca se trata de ejercer un control sobre el amor incondicional de Dios a todos, ni de exigir un certificado de moralidad, entendiéndose que se trata de un sacramental, que no actúa como un sacramento ex opere operato, sino cuya eficacia de gracia depende de las buenas disposiciones de quien lo pide y lo recibe. Hasta aquí, el texto no añade nada nuevo a la enseñanza ordinaria de la Iglesia sobre estas cuestiones.
Una bendición pastoral extendida a las parejas del mismo sexo
De la práctica secular de las bendiciones espontáneas e informales, que nunca han sido ritualizadas por la autoridad eclesial, pasamos a lo que en la introducción del documento se presenta como su objeto propio: «Precisamente en este contexto [el de la 'visión pastoral del Papa Francisco] se comprende la posibilidad de bendecir a las parejas en situación irregular y a las parejas del mismo sexo, sin validar oficialmente su estado ni modificar en modo alguno la perenne enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio'» (Presentación). Incluso se precisa que «este gesto no pretende sancionar ni legitimar nada» (n. 34).
Así, en la tercera parte de la declaración, se pasa subrepticiamente de la posibilidad de bendecir a una persona, cualquiera que sea su situación, a una bendición concedida a una «pareja» irregular o del mismo sexo.
A pesar de todas las aclaraciones sobre el carácter no litúrgico de estas bendiciones y de la loable intención de «asociarse así a las oraciones de quienes, aun viviendo en una unión que en modo alguno puede compararse al matrimonio, desean confiarse al Señor y a su misericordia, invocar su ayuda y dejarse guiar hacia una mayor comprensión de su designio de amor y de verdad» (n. 30), nos vemos obligados a constatar que esto ha sido recibido, casi unánimemente tanto por los pro como por los contra, como un «reconocimiento por parte de la Iglesia de las relaciones homosexuales» propiamente dichas. Desgraciadamente, así se entiende a menudo la práctica -ya en uso en algunas Iglesias locales- de bendecir a las «parejas» del mismo sexo, particularmente en Alemania y Bélgica, y de forma muy pública. Es de temer que se sientan animados en este sentido, como ya han testimoniado algunos de ellos.
Cuestiones que merecen aclaración
Comprendemos el legítimo deseo del Santo Padre de manifestar la cercanía y la compasión de la Iglesia hacia todas las situaciones, incluso las más marginales: ¿no es ésta la actitud de Cristo en el Evangelio, «que acogía a publicanos y pecadores» (cf. Mt 9,11), y que constituye una buena parte de nuestro ministerio ordinario? Hay, sin embargo, algunas preguntas que quedan sin respuesta y que es necesario aclarar, tanto desde el punto de vista doctrinal como pastoral.
¿No estarían estas bendiciones en contradicción con la noción de «sacramental» que asume toda bendición?
Hay que señalar que la razón dada por el Responsum ad dubium de 2021 hacía hincapié no tanto en el contexto litúrgico de la bendición como en su naturaleza «sacramental», que permanece sea cual sea el contexto: «Para ser coherentes con la naturaleza sacramental, cuando se invoca una bendición sobre determinadas relaciones humanas, es necesario -además de la recta intención de quienes participan en ella- que lo que se bendice esté objetiva y positivamente ordenado a recibir y expresar la gracia, según los designios de Dios inscritos en la Creación y plenamente revelados por Cristo Señor. Sólo las realidades ordenadas en sí mismas al servicio de estos designios son compatibles con la esencia de la bendición dada por la Iglesia» (Nota explicativa del Responsum). Por eso, la antigua Congregación para la Doctrina de la Fe declaró ilícita «toda forma de bendición» respecto a las relaciones que implican una práctica sexual fuera del matrimonio, como las uniones entre personas del mismo sexo. Ciertamente hay que reconocer y valorar los elementos positivos de este tipo de relaciones, pero se ponen al servicio de una unión que no está ordenada al plan del Creador.
¿No hay que distinguir entre bendecir a una persona y bendecir a una «pareja»?
La Iglesia siempre ha sostenido que «estas bendiciones son para todos y nadie debe ser excluido» (n. 28). Pero si nos fijamos en el Libro de las Bendiciones y en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, vemos que son esencialmente, si no exclusivamente, para las personas, aunque estén en grupos, como los ancianos o los catequistas. En estos casos, sin embargo, el objeto de la bendición no es la relación que los une, que es meramente extrínseca, sino la persona.
Aquí llegamos a la novedad de la declaración Fiducia supplicans, que radica no en la posibilidad de bendecir a una persona en situación irregular u homosexual, sino de bendecir a dos que se presentan como «pareja». Es, pues, la entidad «pareja» la que invoca la bendición sobre sí misma. Aunque el texto se cuida de no utilizar los términos «unión», «pareja» o «relación» -utilizados por la antigua Congregación para su prohibición-, no proporciona una definición de la noción de «pareja», que se ha convertido en un nuevo objeto de bendición.
Se plantea, pues, una cuestión semántica que no se ha resuelto: ¿puede darse razonablemente el término «pareja» a la relación de dos personas del mismo sexo? ¿No nos hemos precipitado un poco al adoptar la semántica que el mundo nos impone, pero que confunde la realidad de la pareja? En su exhortación apostólica Ecclesia in Europa (2003), Juan Pablo II escribía: «Se intenta incluso hacer aceptar modelos de pareja en los que la diferencia sexual ya no es esencial» (n. 90). En otras palabras, ¿no es esencial la diferencia sexual para la constitución misma de la pareja? Se trata de una cuestión antropológica que es necesario aclarar para evitar confusiones y ambigüedades, porque si el mundo ha extendido esta noción a realidades que no forman parte del plan del Creador, ¿no debería la palabra magisterial asumir un cierto rigor en su terminología para corresponder lo más fielmente posible a la verdad revelada, antropológica y teológica?
¿Y las relaciones homosexuales?
Conceder la bendición a una «pareja» homosexual, y no sólo a dos individuos, parece avalar la actividad homosexual que los une, aunque, una vez más, se aclare que esta unión no puede equipararse al matrimonio. Esto plantea la cuestión del estatuto moral de las relaciones homosexuales, que no se aborda en esta declaración. La enseñanza de la Iglesia, de acuerdo con la Sagrada Escritura y la enseñanza constante del Magisterio, considera que estas relaciones son «intrínsecamente desordenadas» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2357): si Dios no tiene inconveniente en bendecir al pecador, ¿puede hablar bien de lo que no es concretamente conforme a su plan? ¿No estaría esto en contradicción con la bendición original de Dios cuando creó al hombre a su imagen: «Hombre y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: 'Fructificad y multiplicaos'» (Gn 1,28)?
¿No hay actos intrínsecamente malos?
Para poner fin a las controversias que agitaban a los moralistas católicos desde los años 70, sobre la opción fundamental y la moralidad de los actos humanos, el Papa Juan Pablo II publicó una encíclica magisterial, Veritatis splendor (1993), sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, cuyo 30 aniversario celebramos en 2023. Esta encíclica, que confirma la parte moral del CIC y desarrolla algunos aspectos de la misma, recordaba en particular, la enseñanza constante del Magisterio sobre la existencia de actos intrínsecamente malos (n. 79-83) que permanecen prohibidos semper et pro semper, es decir, en toda circunstancia. Esta enseñanza no es ni mucho menos opcional, y proporciona una clave para discernir las situaciones a las que nos enfrentamos en el ministerio pastoral. Un comportamiento objetivamente contrario al plan de Dios no es necesariamente reprobable desde el punto de vista subjetivo -de hecho, «¿quién soy yo para juzgar?», por utilizar la famosa expresión del Papa Francisco-, pero eso no lo convierte en moralmente bueno. La declaración Fiducia supplicans se refiere a menudo al pecador que pide la bendición - «aquellos que reconocen humildemente que son pecadores como todos los demás» (n. 32)-, pero no dice nada sobre el pecado particular que caracteriza estas situaciones. La experiencia demuestra, además, que no es seguro que esta posibilidad de bendición «incondicional» sea una ayuda para la conversión.
¿Puede desvincularse el ejercicio de la caridad pastoral de la misión profética de la enseñanza?
Es una suerte que esta afirmación se refiera al ministerio del sacerdote, y hay que dar gracias al Santo Padre por crear todo tipo de oportunidades para que personas alejadas de la Iglesia y de su disciplina puedan encontrarse con un sacerdote, como expresa el deseo en su exhortación apostólica Amoris laetitia (2016), para experimentar la cercanía de un «Dios tierno y misericordioso, lento a la cólera y lleno de amor» (Sal 144,8). Pero entonces, no se puede hablar de dos personas del mismo sexo comprometidas en una actividad homosexual y que se presenten como tales, o de parejas en situación irregular, que recurran a una bendición concedida, aunque sea de manera informal, sin un diálogo pastoral al que el Papa Francisco anima a menudo a los pastores.
En este sentido, el ejercicio de la caridad pastoral no puede separarse de la misión profética de enseñanza del sacerdote. Y el corazón de la predicación de Jesús sigue siendo la llamada a la conversión, que lamentamos no se mencione en esta declaración. Cuando Jesús se compadece del pecador, siempre le exhorta a cambiar de vida, como vemos, entre otros ejemplos, en el relato de la mujer adúltera: «Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más» (Jn 8,11). ¿Qué sería de la pastoral si no invitara a los fieles, sin juzgar ni condenar a nadie, a evaluar su vida y su comportamiento en relación con las palabras de la Alianza y del Evangelio? Estas palabras hablan del designio benévolo de Dios sobre el hombre, con vistas a conformar su vida a él, con la gracia de Dios, y según un camino de crecimiento, llamado por Juan Pablo II: «la ley de la gradualidad o el camino gradual» (cf. Familiaris Consortio n. 34). La bendición concedida a dos personas en una relación homosexual o a una pareja en situación irregular, ¿no les llevaría a creer que su unión es una etapa legítima de su camino? Juan Pablo II se cuidó de señalar: «Por eso no se puede identificar lo que se llama ley de gradualidad o camino gradual con la gradualidad de la ley, como si hubiera, en la ley divina, diversos grados y formas de precepto según las diversas personas y situaciones» (Ibid.).
¿Pueden oponerse pastoral y doctrina?
Más aún, ¿podemos contraponer la atención pastoral a la enseñanza doctrinal, como si la intransigencia estuviera del lado de la doctrina y de los principios, en detrimento de la compasión y de la ternura que debemos pastoralmente a los pecadores? Frente a los fariseos que le pusieron a prueba sobre el tema del divorcio y el acto de repudio consentido por Moisés, Jesús se refirió sin concesiones a la «Verdad del principio» (cf. Gn 1 y 2), afirmando que si Moisés consintió su debilidad fue por «la dureza de sus corazones» (cf. Mt 19,3-9). Jesús parece incluso el más intransigente. Hay que decir que la antigua ley no nos hacía justos: pero con Jesús, ahora estamos bajo el régimen de la nueva ley, que Santo Tomás de Aquino definió, inspirándose en San Pablo, como «la gracia del Espíritu Santo dada a los que creen en Cristo» (Summa Theologica I-II 106, 1). Por tanto, todo acto de ministerio, incluidas las bendiciones, debe situarse bajo el régimen de la nueva ley, en la que todos estamos llamados a la santidad, sea cual sea nuestra condición pecaminosa.
Como señalaba el cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la pastoral de los homosexuales (1986): «Debe quedar claro que distanciarse de la enseñanza de la Iglesia o guardar silencio sobre ella no es signo ni de un verdadero sentido de responsabilidad ni de una verdadera pastoral. Sólo lo que es verdadero puede ser, en última instancia, pastoral. Ignorar la posición de la Iglesia es privar a los hombres y mujeres homosexuales de la atención que necesitan y merecen» (n. 15).
Y San Juan Pablo II advertía:
La doctrina de la Iglesia y, en particular, su firmeza en la defensa de la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos se entiende a menudo como el signo de una intransigencia intolerable, especialmente en las situaciones extremadamente complejas y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad de hoy, intransigencia que contrasta con el carácter maternal de la Iglesia. Se dice que a la Iglesia le falta comprensión y compasión. Pero, en realidad, el carácter materno de la Iglesia no puede separarse nunca de la misión de enseñar que debe cumplir siempre como Esposa fiel de Cristo que es la Verdad en persona (...)
En realidad, la verdadera comprensión y la compasión natural deben significar amor a la persona, a su verdadero bien y a su auténtica libertad. Y tal amor ciertamente no puede vivirse ocultando o debilitando la verdad moral, sino proponiéndola con su profundo significado de irradiación de la Sabiduría eterna de Dios, que nos ha llegado en Cristo, y con su alcance de servicio al hombre, de crecimiento de su libertad y de búsqueda de su felicidad (Familiaris Consortio n. 34).
Al mismo tiempo, la presentación clara y vigorosa de la verdad moral no puede prescindir nunca del respeto profundo y sincero, inspirado por un amor paciente y confiado, que el hombre necesita siempre a lo largo de su camino moral, a menudo dificultado por dificultades, debilidades y situaciones dolorosas. La Iglesia, que nunca puede renunciar al principio de «verdad y coherencia, en virtud del cual no acepta llamar bueno a lo que es malo y malo a lo que es bueno» (Reconciliatio et paenitentia n. 34), debe estar siempre atenta a no romper la caña arrugada y a no apagar la mecha que aún humea (cf. Is 42, 3). Pablo VI escribió: «No disminuir en nada la doctrina salvífica de Cristo es una forma eminente de caridad hacia las almas. Pero ésta debe ir siempre acompañada de la paciencia y la bondad de las que el mismo Señor dio ejemplo en el trato con los hombres. No viniendo a juzgar, sino a salvar (cf. Jn 3, 17), fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso con los hombres» (Humanae vitae n. 29). (Veritatis splendor 95).
«No os modeléis según el mundo actual».
Soy consciente de que la cuestión es delicada, y suscribo plenamente la insistencia del Santo Padre en la caridad pastoral del sacerdote, llamado a acercar el amor incondicional de Dios a todos, incluso a las periferias existenciales de la humanidad herida de hoy. Pero pienso en aquellas luminosas palabras del apóstol Pablo a Tito, que oímos proclamar en la liturgia de Nochebuena, y que resumen toda la Economía de la Salvación:
«Porque la gracia de Dios se ha manifestado para la salvación de todos los hombres. Nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos de este mundo, y a vivir con sensatez, justicia y piedad en este siglo (...) Porque él se entregó por nosotros para redimirnos de todos nuestros pecados y limpiarnos, a fin de hacer de nosotros su pueblo, deseoso de hacer el bien» (Tito 2, 11-12.14). La caridad pastoral que nos impulsa - «Caritas Christi urget nos» (2 Cor 5, 14)- a llegar a todos los hombres para mostrarles cuánto son amados por Dios -la prueba es que Cristo murió y resucitó por todos- nos impulsa, de modo inseparable, a anunciarles la Verdad del Evangelio de la Salvación. Y la Verdad se expresa en estas palabras de Jesús a todos los que quieren ser sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 24). San Lucas aclara que lo decía «a todos» (Lc 9,23) y no sólo a una élite.
Una de las palabras de San Pablo me sigue resonando para iluminar nuestra actitud pastoral: «No os dejéis modelar por este mundo, sino dejaos transformar por la renovación de vuestro juicio y permitiros discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto» (Rom 12, 2). Todas las personas, incluidas las parejas ilegales o del mismo sexo, aspiran a lo mejor, porque la inclinación a lo bueno, lo verdadero y lo bello está inscrita por Dios en el corazón de todo ser humano: reconocerlo es respetar su dignidad y su libertad fundamental. Y vale la pena «arrimar el hombro» para ayudar a todos, cualquiera que sea su situación de pecado o de contradicción con el plan de Dios revelado en el Decálogo y en el Evangelio, a descubrirlo y a caminar hacia él, a través de procesos de crecimiento y con la ayuda de la gracia de Dios. Y esto no puede hacerse sin la Cruz.
Una actitud pastoral práctica
En conclusión, y dado el contexto de una sociedad secularizada en la que vivimos una crisis antropológica sin precedentes, que inevitablemente conduce a ambigüedades persistentes :
- Invito a los sacerdotes de la diócesis a que, al tratar con parejas en situación irregular o con personas que mantienen una relación homosexual, muestren una acogida llena de bondad: las personas no deben sentirse juzgadas, sino acogidas por una mirada y una escucha que expresen el amor de Dios por ellas.
- A continuación, les invito a establecer un diálogo pastoral y a tener el valor, por el bien de las personas y con la delicadeza adecuada, sin juzgarlas e implicándose personalmente en la relación pastoral, de decirles claramente la Verdad que la Iglesia enseña sobre su situación.
- Por último, les invito, si la gente lo pide, a darles la bendición, con la condición de que sea a cada uno individualmente, llamándoles a la conversión e invitándoles a pedir la ayuda de la gracia que el Señor concede a todos los que le piden conformar su vida a la Voluntad de Dios.
Marc Aillet, obispo de Bayona, Lescar y Oloron
Bayona, 27 de diciembre de 2023
Fiesta de San Juan Apóstol