(SIC/InfoCatólica) En su homilía que pronunció en el Real Oratorio Caballero de Gracia, el cardenal Rouco partió de que hace cuatrocientos años, España acababa de salir de un «Siglo de Oro», bien conocido en la historia y en la literatura pero, también, en la Iglesia. En concreto, recordó a los protestantes, que en el siglo XVII tuvieron una gran fuerza expansiva. Para el cardenal, fue un siglo en el que «se perdió la unidad de fe en Europa, unidad de la Iglesia y unidad al Papa». «Una visión –añadió– que marcó el presente y el futuro de España».
Pero también fue un siglo, aseguró don Antonio María, en el que florecieron los santos, una nueva forma comprometida de llevar a Cristo al pensamiento, la literatura o el arte. Surgían, además, nuevas formas de vida consagrada y las antiguas se renovaban. Eran los conocidos santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y el Caballero de Gracia, personajes –destacó– que “marcan la Iglesia de su tiempo y la nuestra de hoy, el verdadero camino para la renovación: el reconocimiento del la Verdad de Jesucristo”.
Así, ante la grave amenaza que supusieron los siglos XVI y XVII, Caballero de Gracia fue “un hombre caritativo” que supo proporcionar “gran unidad espiritual”, “promover la unidad de los reinos de España”, “obras de caridad”… Todo ello, añadió el cardenal, “desde la gran lección que es la moral del Evangelio”.
En este punto, se refirió al amor verdadero en el que se da todo sin esperar recibir nada a cambio, que recoge Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”, y dijo que olvidar el Evangelio “no es bueno para nadie ni para la sociedad actual”. “A la hora de vivir el compromiso social –advirtió– se olvida el derecho a la vida”. “Se puede –apostilló– tratar como un asunto de libre disposición política, incluso lo más íntimo de las conciencias, pero no lo es”. “Hay que dar la vida y no quitarla, menos aún a un ser humano inocente”, manifestó.
Finalmente, cuatrocientos años después de la época que vivió Caballero de Gracia, el cardenal destacó que todo se soluciona abrazando la Cruz. Sólo así, no tendremos miedo al futuro. “El hombre –concluyó– está ante un futuro cierto, no incierto”