(NCRegister/InfoCatólica) Hablando en respuesta a una pregunta sobre la aceptación del magisterio del Papa Francisco, el cardenal electo Víctor Manuel Fernández dijo al corresponsal del Register Edward Pentin en una entrevista exclusiva por correo electrónico el 8 de septiembre que el Papa no sólo tiene el deber de custodiar y preservar el depósito «estático» de la fe, sino también un segundo carisma único, sólo dado a Pedro y sus sucesores, que es «un don vivo y activo.»
«Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco», dijo el arzobispo Fernández, que esta semana toma el relevo del prefecto español saliente, el cardenal Luis Ladaria Ferrer, y será elevado a cardenal en un consistorio el 30 de septiembre.
El cardenal Burke escribió recientemente el prefacio de un libro que criticaba duramente el próximo Sínodo sobre la sinodalidad y ha expresado a menudo su preocupación por algunas enseñanzas de este pontificado.
«Si me dicen que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (en el que cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma», dijo.
El arzobispo argentino, a quien se atribuye las líneas claves de la exhortación apostólica Amoris Laetitia de Francisco de 2016 y que habría contribuido a varios otros documentos papales importantes, abordó varias preocupaciones en la entrevista, a saber, que la práctica pastoral se está separando de la sana doctrina, la cuestión de la «modernización» de la Iglesia, y su apertura declarada a las bendiciones eclesiásticas del mismo sexo. El cardenal electo, de 61 años, dijo que ya había concedido 40 entrevistas a medios de comunicación desde que se anunció su nombramiento en julio y que no había querido dar ninguna más, pero amablemente dio estas breves respuestas al Register por correo electrónico.
Sobre el Camino Sinodal alemán, dijo que la Iglesia alemana «tiene serios problemas y obviamente tiene que pensar en una nueva evangelización», pero se distanció de esa polémica, diciendo que sabe «poco de ella» y prefirió en cambio destacar su propia «fórmula para hacer frente a la indiferencia religiosa de la sociedad» en la forma en que evangelizó como sacerdote y obispo en Argentina.
Excelencia, ¿qué significa para usted el término «modernizar la Iglesia»? ¿Qué implica y qué importancia tiene?
Nunca utilizaría el término «modernizar» para aplicarlo a la Iglesia, porque es una categoría más propia de corporaciones u otras instituciones; no se aplica a una realidad sobrenatural como la Iglesia, que tiene elementos eternos. Los últimos Papas han utilizado la palabra «reformar» en la creencia de que hay aspectos de la Iglesia que pueden cambiar, pero siempre sin renunciar a un «humus» (tierra o suelo en latín) permanente que va más allá del paso del tiempo, de las distintas épocas y de los aspectos superficiales del mundo.
La expresión «modernizar la Iglesia» podría llevarnos al error de subsumir la riqueza permanente y siempre nueva de la Iglesia, incluido el Evangelio, en el marco de una época determinada (en este caso la modernidad), que también pasará como han pasado todas las demás épocas. En resumen, la expresión «modernizar la Iglesia» no tiene sentido para mí.
Usted dijo en una entrevista concedida en julio a Crux que se toma muy en serio las palabras del Papa Francisco sobre la aceptación del magisterio reciente y que los fieles deben dejar que su pensamiento «se transfigure con sus criterios», en particular cuando se trata de teología moral y pastoral. ¿Qué es exactamente el «magisterio reciente»? ¿En qué se diferencia del magisterio no reciente, y a qué se refiere cuando dice «transfigurado con sus criterios» en lo que se refiere a la teología moral y pastoral? ¿Es vinculante y, como prefecto, cómo tratará con aquellos en la Iglesia, especialmente obispos y sacerdotes, que no suscriban el magisterio del Santo Padre por considerarlo contradictorio con la doctrina establecida de la Iglesia?
Cuando hablamos de obediencia al magisterio, esto se entiende al menos en dos sentidos, que son inseparables e igualmente importantes. Uno es el sentido más estático, de un «depósito de la fe» que debemos custodiar y preservar incólume. Pero, por otro lado, existe un carisma particular para esta salvaguardia, un carisma único, que el Señor ha dado sólo a Pedro y a sus sucesores.
En este caso no se trata de un depósito, sino de un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre. Yo no tengo este carisma, ni usted, ni el cardenal Burke. Hoy sólo lo tiene el Papa Francisco. Ahora, si usted me dice que algunos obispos tienen un don especial del Espíritu Santo para juzgar la doctrina del Santo Padre, entraremos en un círculo vicioso (donde cualquiera puede pretender tener la verdadera doctrina) y eso sería herejía y cisma. Recordemos que los herejes siempre creen conocer la verdadera doctrina de la Iglesia. Desgraciadamente, hoy en día, no sólo algunos progresistas caen en este error sino también, paradójicamente, algunos grupos tradicionalistas.
Una crítica dirigida a menudo a los líderes de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II, ha sido la ausencia de claridad en la enseñanza de la Iglesia. ¿Cómo pueden los fieles católicos encontrar un camino de salvación cuando la enseñanza de la Iglesia parece oscurecida por debates influenciados por lo que podrían considerar valores mundanos que han entrado en la Iglesia, y por la aparente falta de certeza que se ha derivado de ello? ¿Qué podría hacer usted como prefecto para ayudar a resolver esta falta de claridad?
A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido debates (y, por tanto, cierta falta de claridad). Hubo encarnizados debates entre los Padres de la Iglesia, hubo debates entre las órdenes religiosas, y ¿cómo no recordar la controversia «de auxiliis» en la que dos grupos de teólogos y obispos se condenaron mutuamente [sobre la relación entre la gracia divina y el libre albedrío] hasta que el Papa decidió que era una cuestión abierta y les prohibió expresarse en términos condenatorios?
Sin embargo, incluso en estas situaciones que pueden parecer escandalosas, la Iglesia crece y madura en su comprensión de algunos aspectos del Evangelio que antes no se habían explicitado suficientemente. Creo que este dicasterio puede ser un espacio que acoja estos debates y los enmarque en la doctrina segura de la Iglesia, evitando así a los fieles algunos de los debates mediáticos más agresivos, confusos e incluso escandalosos.
En una entrevista concedida a InfoVaticana en julio, usted parecía estar abierto a las bendiciones eclesiásticas de parejas del mismo sexo, siempre que pudieran llevarse a cabo sin causar confusión. ¿Podría explicar mejor qué quería decir con esto? ¿A qué tipo de confusión se refería?
Me refería a confundir una unión entre personas del mismo sexo con un matrimonio. A estas alturas está claro que la Iglesia sólo entiende el matrimonio como la unión indisoluble entre un hombre y una mujer que, en sus diferencias, están naturalmente abiertos a engendrar vida.
Usted ha dicho que la doctrina no puede cambiar, pero sí nuestra comprensión de ella. Sin embargo, algunos observadores de la Iglesia ven esto como una subversión de la enseñanza inmutable de la Iglesia bajo el pretexto de ayudar pastoralmente a los fieles, creando una falsa dicotomía entre la doctrina y la praxis pastoral que en realidad coinciden. ¿Considera que la doctrina es un obstáculo para ser verdaderamente compasivo y, en caso afirmativo, por qué?
La verdadera doctrina sólo puede ser una luz, una guía para nuestros pasos, un camino seguro y una alegría para el corazón. Pero está claro que ni siquiera la Iglesia capta aún toda la riqueza del Evangelio. En algunos ámbitos la Iglesia ha tardado siglos en explicitar aspectos de la doctrina que en otros momentos no veía tan claros.
Hoy la Iglesia condena la tortura, la esclavitud y la pena de muerte, pero esto no ocurría con la misma claridad en otros siglos. Los dogmas fueron necesarios porque antes de ellos había cuestiones que no estaban suficientemente claras.
La doctrina no cambia, el Evangelio siempre será el mismo, la Revelación ya está asentada. Pero no cabe duda de que la Iglesia siempre será pequeñita en medio de tanta inmensidad de verdad y belleza y siempre necesitará seguir creciendo en su comprensión.
¿Cuál será su enfoque del Camino sinodal alemán? ¿Hasta qué punto cree que su apertura a las bendiciones para personas del mismo sexo y su deseo expreso de fomentar un acercamiento más suave a los teólogos o posiciones heréticas podría ayudar a la situación alemana?
La Iglesia alemana tiene graves problemas y, evidentemente, debe pensar en una nueva evangelización. Por otra parte, hoy no cuenta con teólogos del nivel de los que tanto impresionaron en el pasado. El riesgo del Camino Sinodal radica en creer que habilitando algunas novedades progresistas, la Iglesia en Alemania florecerá. Esto no es lo que propondría el Papa Francisco -que ha hecho hincapié en una renovada proyección misionera centrada en la proclamación del Kerigma: el infinito amor de Dios manifestado en Cristo crucificado y resucitado-.
No sé por qué algunos de sus colegas me identifican con la vía alemana, de la que todavía sé poco. Mire, mi libro más famoso se llama Los Cinco Minutos del Espíritu Santo y contiene una meditación diaria sobre el Espíritu Santo de la que se han vendido 150.000 ejemplares. ¿Lo sabía usted?
Por otra parte, fui párroco y también obispo diocesano. Vayan y pregunten a los fieles de mi parroquia qué hacía cuando era párroco, y verán: Adoración eucarística, cursos de catecismo, cursos bíblicos, misiones a domicilio con la Virgen y una oración para bendecir el hogar. Tenía 10 grupos de oración y 130 jóvenes.
Como obispo diocesano solía preguntar a la gente sobre lo que trataría en mis homilías en la catedral y en mis visitas a las parroquias: sobre Cristo, sobre la oración, sobre el Espíritu Santo, sobre María, sobre la santificación. Y el año pasado propuse a toda la Archidiócesis concentrarse en «crecer juntos hacia la santidad». Digan lo que digan algunos de sus colegas, ésa era mi fórmula para hacer frente a la indiferencia religiosa de la sociedad. Como el Papa, creo que sin mística no iremos a ninguna parte.
Entrevista publicada originalmente en el National Catholic Register