(P. Pedro Pablo Silva/InfoCatólica) En este Sacramento admirable hay dos aspectos: la Eucaristía como sacrificio y la Eucaristía como sacramento.
Hoy quiero hablar de la Eucaristía como sacramento. Para hacerlo, quiero hacer una comparación poniendo como ejemplo el matrimonio. A la Iglesia, desde tiempos antiguos, le costó mucho la redención del matrimonio. En tiempo del Imperio romano, especialmente en su decadencia, había una gran promiscuidad, y no existía esta institución natural sobre la cual se estructura la vida social, y también corroborada por un sacramento que es el matrimonio. Pero la Iglesia, proclamando la verdad del Evangelio, logró que el matrimonio cristiano llegara y se instituyera en la sociedad (es propio de la fe, porque es verdadera, que lo que Cristo ha revelado y establecido, se instituya en la sociedad, es el Reinado social de Jesucristo). Sin embargo, hoy día asistimos al proceso contrario: cada vez hay menos matrimonios. ¿Qué sucede?
¿Cómo una persona puede hacer creer a otra que verdaderamente la ama si no es para siempre? A mí me impresiona y lo hablo con la gente, que se juntan y viven «en pareja» como si no fueran personas –muchos con ignorancia inculpable–. Si uno les dice:«¿Oye, por qué no te casas? ¿Cómo una persona va a poder aceptar compartir la vida con otro y dárselo todo, si no es para siempre? [...] Lo mismo sucede con una relación conyugal que no está abierta siempre a la vida.
Amor es darse, darse por entero, para siempre y sin medida alguna. Y ese darse y entregarse crea un vínculo muy estable, muy sólido que genera una confianza en aquella persona.
¿Cómo nosotros podríamos creer que Cristo verdaderamente nos ama, que ha muerto por nosotros, que nos ha redimido si se hubiese ido al cielo y después no hubiéramos sabido más de Él? ¿Cómo entender, cómo asimilar, que el amor de Dios se nos ha manifestado en ese grandísimo misterio de la Encarnación y de la Redención si el Señor se hubiera ido y nos hubiera dejado aquí solos? Pero como Él sabe más que nosotros, como Él nos conoce y sabe que somos pobres pecadores, como nos ama infinitamente más que nosotros a Él, ha querido quedarse con nosotros. No podía irse si verdaderamente nos amaba. «Nos dejó en esta tierra de dolores, en este valle de lágrimas y se fue». No puede ser.
Él, que nos ama infinitamente, ha instituido este sacramento que nos muestra Su amor, y que no solo nos revela un amor infinito, sino que además se entrega para darnos su vida. Yo no puedo creer en un amor que no se da para siempre y enteramente. Ese amor infinito es el que nos ha dado el Señor en la Eucaristía, de manera tal que recibiendo a Cristo somos asimilados a Él y, en un nivel biológico, nosotros lo asimilamos a Él, lo recibimos como un pan y lo hacemos parte de nuestra propia vida. Claro, pero no se trata de pan… Aquello que biológica y fisiológicamente sucede, espiritualmente es otra realidad infinita. Porque lo propio del amor es comunicación de vida. Yo recibo al Señor y recibo su vida divina, y recibiendo su vida divina yo soy divinizado. El Señor está bien con nosotros, ha querido quedarse -«mi delicia es estar con los hijos de los hombres»-, y nosotros estamos bien con Él -«Señor, qué bueno es esta aquí (contigo)-.
Se me podría replicar: «Padre, su discurso es muy bonito, pero yo comulgo y no pasa nada, no siento nada y además no me sucede nada». Pues yo te voy a hacer una pregunta: uno de los actos y tal vez el más importante del hombre es el conocimiento. Yo en este momento, mientras predico en la Capilla, miro un copón, lo estoy conociendo. ¿Pero siento algo?: pues no, nada. Así que el que yo sienta o no sienta no es relevante, sino que lo que es relevante es lo que es y el conocimiento de la fe no es que yo como cristiano sé…, no: es que es. Cristo está en la Eucaristía porque nos ha amado y me ama: «me amó y se entregó por mí».
La Eucaristía va de la mano con todos los misterios, pero especialmente con el Amor del Corazón de Jesús. La Eucaristía nos revela, nos desvela ese Amor. El viernes de la próxima semana vamos a tener la solemnidad del Sagrado Corazón y al día siguiente del Corazón Inmaculado de María. Es el Amor de Cristo el que instituyó la Eucaristía para decirnos que nos ama para siempre. ¿Y ahora nosotros qué hacemos? ¿Cuál es nuestra respuesta, nos podríamos preguntar en un predicamento semipelagiano o molinista? La respuesta católica, no semipelagiana, consiste en decir: «Oh, qué maravilla del Amor del Corazón de Jesús, yo no puedo con la vida…, me queda grande…, no soy capaz…; y por eso pido la gracia y, movido por la gracia, me inclino y adoro”.
El Cura de Ars decía: “Si nosotros supiéramos lo que es la Santa Misa (y lo que es el amor de Cristo no seríamos capaces de soportarlo), moriríamos… (es demasiado grande)». Nuestro egoísmo y nuestro pecado son tan manifiestos que no nos permiten comprender estas realidades porque somos carnales. Pero son verdaderas y tenemos que creerlas y adherirnos a ellas.
Una última palabra de la presencia de la Santísima Virgen. Hay que pensar que la carne de Cristo es carne de Cristo, de nadie más. Pero esa carne la tomó de la Virgen María, y la tomó solamente de Ella. Hay una presencia de la Virgen María en la Santísima Eucaristía, porque la Eucaristía es la actualización del único sacrificio de Cristo. Por tanto, está el Señor en la Eucaristía, y están la Virgen María, las Santas mujeres y San Juan ahí. Los Santos lo han visto.
La Virgen María está junto a la Eucaristía. La Virgen María ama la Eucaristía. La Virgen María recibió la Eucaristía en esta vida. Ana Catalina Emmerick describe muy hermosamente la Misa que celebraba San Juan para la Virgen María para darle la Eucaristía.
La Virgen María también nos ama. Nosotros no podemos decir: «Yo amor al Señor», si no digo que lo amo de una vez y para siempre. Hoy día la invitación es a caer en la cuenta de que si nosotros supiésemos, y realmente comprendiésemos el amor del Señor y lo que recibimos en la Eucaristía, no dudaríamos, sino que nos entregaríamos a Él completamente y para siempre, desde aquí y para toda la eternidad, sin miramiento ninguno porque es algo demasiado grande. El corazón humano no va a ser jamás saciado si no es por el amor de Cristo y de la Virgen María.
Recemos en este día por los sacerdotes. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, pero que haya sacerdotes santos y que también seamos santos los sacerdotes. Una comunidad religiosa monástica, especialmente de monjas, tiene que rezar para que haya sacerdotes y sean sacerdotes santos. Pero no solo ellas, toda la Iglesia debe orar por las vocaciones y por la santidad de los sacerdotes, obispos, cardenales y el Santo Padre.
Recemos para que hoy día el pueblo fiel en la iglesia tome conciencia de la Presencia real, [...] que no haya más profanación de la Eucaristía. Hagamos una apología de una vuelta a creer con fe viva en la Presencia real, en el respeto por las cosas santas. Un sacerdote que no cuida la celebración, que celebra de cualquier manera, que se sienta como si estuviese en la plaza, que hace gestos, que tira las cosas en el altar, que no pide respeto de sus fieles al recibir el pan vivo bajado del Cielo…, no tiene fe o tiene una fe muy pobre en la Eucaristía. Esa fe paupérrima es un desconocimiento de una realidad inmensa, infinita, como son los Sagrados misterios.
Recemos por los sacerdotes, pidamos por una vuelta a una fe grande en la Eucaristía, como ha existido en otros tiempos de la Iglesia. Pensemos en esas Custodias que hay en Córdoba y en Toledo, que hicieron los Reyes Católicos porque tenían fe en la Eucaristía. Pensemos en el Oficio y la Misa compuesta por santo Tomás de Aquino para este día de la Santísima Eucaristía. Son monumentos insuperables en la historia del mundo y de la Iglesia
Demos gracias por el don de la Eucaristía, que se derrita nuestro corazón de amor al Señor por habernos dejado la Eucaristía. También pidamos perdón y reparemos por los continuos ultrajes, ofensas y sacrilegios que se cometen en contra de la Eucaristía. Ponemos todo esto en esta Santa Misa y seguimos celebrando junto a la Virgen María, con inmensa acción de gracias por todo lo que el Señor nos ha regalado y, especialmente, por su amor. Que así sea.
Homilía Padre Pedro Pablo Silva, SV.
Solemnidad del CORPUS CHRISTI, 3 de junio de 2021.