(InfoCatólica) El cardenal Ladaria recordó que «la encíclica Humanae Vitae abordó las cuestiones de la sexualidad, el amor y la vida, que están íntimamente interrelacionadas. Son cuestiones que afectan a todos los seres humanos en todas las épocas. Por esta razón, su mensaje sigue siendo relevante y actual incluso hoy en día. El Papa Benedicto XVI lo expresó con estas palabras: «Lo que era verdad ayer sigue siendo verdad hoy. La verdad expresada en la Humanae Vitae no cambia; al contrario, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina adquiere mayor actualidad y nos impulsa a reflexionar sobre su valor intrínseco».
El pupurado asegura que «la verdadera audacia de la encíclica... es de naturaleza antropológica, y es en este sentido en el que esta encíclica puede ayudarnos hoy a afrontar los retos antropológicos a los que se enfrenta nuestra sociedad».
Y advierte:
«Rechazar la encíclica no significa sólo aceptar la moral de la contracepción, sino también aceptar una antropología dualista que ve la naturaleza como una amenaza para la libertad y que cree que manipulando el cuerpo se pueden cambiar las condiciones de verdad del acto conyugal. La posibilidad de amar con sexo pero sin hijos da lugar a la realidad del sexo sin amor, lo que no sólo ha producido una banalización de la sexualidad humana, sino que ha llevado a una transformación de la comprensión de lo que es la intimidad sexual y de lo que son las relaciones sexuales a nivel social».
Occidente desorientado
El cardenal señala el deriva actual de Occidente en relació a la sexualidad:
«Sólo así se explica la incapacidad de las sociedades occidentales actuales para reconocer las diferencias morales entre la unión sexual de un hombre con una mujer y la unión sexual entre dos personas del mismo sexo. Si es la persona la que tiene que dar sentido a su sexualidad, a través de sus actos libres, entonces no hay ningún problema en admitir, por ejemplo, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, ya que lo único que importa es que esa «unión afectiva» sea libremente consentida. Así, según esta perspectiva, es la libertad la que determina la verdad del acto. No se considera necesario que el acto humano, en este caso el acto de amor conyugal, responda a un sentido preexistente, natural o establecido por Dios, sino simplemente que sea un acto libre. La Encíclica se opuso a esta antropología y supo afrontar los problemas resultantes con una visión profética».
El Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe apunta a que «el rechazo de la Encíclica no sólo afectaba a la visión del amor y la sexualidad, sino también a la percepción del propio cuerpo. La antropología anticonceptiva es una antropología dualista que tiende a considerar el cuerpo como una mercancía instrumental y no como una realidad personal. La expresión que da título a esta conferencia, «Mi cuerpo me pertenece», refleja este carácter instrumental del cuerpo, este dualismo, en el que el cuerpo se reduce a pura materialidad y, por tanto, a un objeto susceptible de manipulación».
Y añade:
«Esta cosificación del cuerpo no sólo conlleva la pérdida de la verdad del amor humano y de la familia, sino que ha provocado una alarmante disminución de los nacimientos y una multiplicación del número de abortos. El rechazo de la indisolubilidad de los dos significados, que proclamaba la regulación de la natalidad mediante el uso de anticonceptivos, ha evolucionado hacia la manipulación artificial de la transmisión de la vida mediante técnicas de reproducción asistida».
Evolución desastrosa
El cardenal español indica cómo han transcurrido las cosas en las últimas décadas:
«Primero se aceptó la sexualidad sin hijos, luego se aceptó producir hijos sin el acto sexual. La vida producida ya no se considera, en sí misma, como un «don», sino como un «producto» y ahora se evalúa en términos de utilidad. Esta utilidad, medida en funciones concretas, se denomina ahora «calidad de vida». La calidad de vida se convierte así en un concepto discriminatorio entre vidas dignas de ser vividas y vidas indignas de ser vividas y que, por tanto, pueden ser suprimidas: abortos eugenésicos, eliminación de personas con discapacidad, eutanasia de enfermos terminales, etc. Todo ello suavizado por una cierta «compasión» hacia las personas que se encuentran en estas situaciones (eliminación de los enfermos), compasión hacia sus familiares y hacia una sociedad que se ahorrará gastos innecesarios».
Ideología de género y transhumanismo
El purpurado advierte contra las dos ideologías dominantes hoy en día:
«Esta manipulación del cuerpo, propia del relativismo moral y presente en la antropología anticonceptiva, está presente en dos ideologías actuales: la ideología de género y el transhumanismo. Ambas parten de la premisa de que no hay verdad que pueda limitar la aplicación de sus postulados ideológicos. Una vez más, la libertad se contrapone a la naturaleza. Esta exaltación de la libertad, desvinculada de la verdad, hace que ambas ideologías presenten el deseo y la voluntad como garantes últimos de las decisiones humanas. Por eso la continuación de la frase 'Mi cuerpo me pertenece' será... 'y hago con él lo que quiero'. Este 'lo que yo quiera' es la expresión del deseo como único garante de la decisión moral. Pero es precisamente el cuerpo humano el que aparece como obstáculo, como limitación, a la realización del deseo».
Ideología de género
«Si la ideología de género exige que las personas construyan socialmente su género, sobre la base de una supuesta neutralidad sexual, entonces debe negar una verdad antropológica fundamental como es el dimorfismo sexual (masculino y femenino) inherente a la especie humana. Por ello, la ideología de género niega que la identidad de una persona esté vinculada a su cuerpo biológico: una persona no se identifica por su cuerpo (sexo), sino por su orientación. Borra cualquier relación con el género binario para proclamar la diversidad sexual».
Transhumanismo
«Del mismo modo, en el transhumanismo, la persona se reduce a su mente, o mejor dicho, a sus conexiones neuronales como soporte de su singularidad. La singularidad es ahora la esencia de la persona, sin el cuerpo, que la identifica y que puede transferirse a otro cuerpo humano, a un cuerpo animal, a un cyborg o a un simple archivo de memoria».
Antropología rechazada por la HV:
«La ideología de género y el transhumanismo son expresiones de esta antropología, rechazada por Humanae vitae, que niega al cuerpo su carácter personal y lo reduce a un mero objeto manipulable. La identidad cultural, social y jurídica de la persona no está intrínsecamente ligada a su masculinidad o feminidad. Su identidad personal se basa ahora en su orientación, es decir, sin conexión con su propio cuerpo y sin relación con el cuerpo del «otro», del sexo opuesto. Es una antropología que ha separado la vocación al amor de la vocación a la fecundidad. En este sentido es, fundamentalmente, una antropología a-histórica, que sólo busca el momento presente, una antropología del carpe diem.»
El responsable de promover y defender la fe en la curia romana explica el alcance del transhumanismo:
«En esta antropología, el cyborg aparece como su plena realización. Es a través del cyborg que se realizará la verdadera emancipación biológica:
(a) porque hará posible la construcción del cuerpo y del sexo a través de la biotecnología;
b) porque el cyborg hace posible un mundo sin reproducción sexual humana; un mundo sin maternidad, el sueño del feminismo radical.
El ciborg proyecta la ideología de género hacia un futuro posgénero, y el transhumanismo quiere, a través del ciborg, que ese futuro sea también posthumano».
Humanae Vitae, respuesta a las falsas ideologías
El cardenal asegura que «la única respuesta posible a estas ideologías es el redescubrimiento de una antropología integral de la persona, como propone la Humanae vitae, como unidad de cuerpo y alma; una antropología capaz de entender la plenitud de la libertad en integración con la naturaleza humana. Sólo así el ser humano puede ser él mismo».
Y apunta a su condición profética
«El significado profético de la Encíclica encuentra su fundamento en la concepción antropológica integral de lo que significa la verdad del amor, de la sexualidad y de la vida. Una antropología integral que rechaza, por un lado, el reduccionismo biológico del transhumanismo y, por otro, la negación del cuerpo por parte de la ideología de género. La encíclica sigue siendo válida porque es la justa respuesta del Magisterio a las antropologías dualistas que quieren instrumentalizar el cuerpo y que no son nuevos humanismos, posmodernos y laicos, sino verdaderos antihumanismos. La encíclica propone una antropología de toda la persona, una antropología capaz de unir la libertad con la naturaleza.
Por último, el cardenal recuerda que san Pablo VI sabía que su enseñanza sería rechazada:
«Aún hoy se hace realidad lo que la encíclica ya había anunciado sobre sí misma: «Se puede prever que estas enseñanzas quizá no sean fácilmente aceptadas por todos: hay demasiadas voces -amplificadas por los modernos medios de propaganda- que están en desacuerdo con la de la Iglesia. A decir verdad, la Iglesia no es nueva en ser, como su Divino Fundador, «signo de contradicción» (cf. Lc 2, 34); pero no por ello deja de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto la natural como la evangélica». También nosotros, en medio de nuestro mundo, estamos llamados a ser «signo de contradicción», proclamando con humildad y firmeza la verdad del ser humano, del amor, de la sexualidad y de la vida.
Espero que este Congreso contribuya a dar testimonio de esta verdad. Muchas gracias.