(CWR/InfoCatólica) «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38).
Con estas palabras termina Pedro el primer sermón cristiano, después de haber predicado con fuerza la muerte y resurrección de Jesús. La multitud sabía lo que le había sucedido a Jesús 50 días antes, pues Pedro les recuerda que ellos mismos habían participado en su muerte. Desde el día de Pentecostés, la Iglesia creció de manera constante, con cristianos que partían el pan en sus casas, seguían las enseñanzas de los apóstoles y ejercían la caridad con los necesitados.
Se había establecido el modelo para la conversión, y la Iglesia se expandió por primera vez a través del mismo estilo de predicación, perfeccionado por Pablo, que iba de sinagoga en sinagoga en las ciudades de habla griega del Mediterráneo oriental. Vemos en los Hechos que efectivamente encontró conversos judíos, aunque tuvo mucho más éxito entre los gentiles temerosos de Dios, que creían en el Dios de Israel pero permanecían incircuncisos. Reconocían a Jesús como el cumplimiento del plan de Dios de derramar su luz sobre los gentiles, que se cumpliría mediante su conversión.
Pablo pronunció el primer llamamiento público a un público gentil en Atenas, recurriendo a los poetas griegos y señalando la providencia de Dios para con todos los pueblos. Muchos califican este discurso en el Areópago de fracaso, aunque los Hechos nos dicen que consiguió conversos. El planteamiento de Pablo continuaría en los primeros apologistas, como Justino Mártir, que escribieron apologías (defensas) de la fe cristiana que abordaban la filosofía griega y el ideal romano de virtud. Este enfoque seguiría atrayendo a los más intelectuales, que buscaban la verdad en medio de la confusión moral y espiritual del mundo antiguo.
A pesar de estos primeros éxitos, las sinagogas rompieron rápidamente el contacto con la Iglesia primitiva y el Imperio Romano inició una persecución activa, aunque esporádica. Tenía que haber otra forma de que la Iglesia siguiera creciendo, y la respuesta vendría a través del testimonio personal. Su modo de vida diferente llamó la atención de los paganos de los alrededores, que se preguntaban al respecto.
El sociólogo Rodney Stark señaló en su libro «El auge del cristianismo» que la valentía cristiana ante la muerte les llamaba especialmente la atención. Los cristianos no sólo estaban dispuestos a morir por su fe a causa de la persecución, sino que también aceptaban el riesgo de la enfermedad para cuidar a los enfermos, incluso cuando habían sido abandonados por sus familias. Cuidaban de los pobres, cristianos y paganos por igual, y trataban con mayor dignidad a mujeres, niños y esclavos, incluso recuperando a recién nacidos abandonados.
Los cristianos creían claramente en algo más poderoso que cualquier mito o filosofía y demostraban su fe con sus actos.
La conversión comenzó a través de las relaciones: lazos familiares, vecinos y colegas. Mike Aquilina describe esta dinámica del crecimiento de la Iglesia: «El relato común, sin embargo, es una historia de amistad. Por lo que sabemos, en la Iglesia subterránea no se hablaba de métodos evangelizadores ni de programas institucionales... parece que los cristianos convertían al mundo simplemente haciéndose amigos de sus vecinos de al lado y perseverando en la amistad» (La amistad y los padres: cómo evangelizó la Iglesia primitiva).
Del mismo modo, Michael Green también señala cómo el crecimiento de la Iglesia «se llevó a cabo en realidad por medio de misioneros informales», que captaban a la gente de forma natural y entusiasta «en las casas y en las vinaterías, en los paseos y en torno a los puestos del mercado... Habiendo encontrado un tesoro, pretendían compartirlo con los demás, hasta el límite de sus posibilidades» (Evangelism in the Early Church, 243-44).
A pesar de la persecución y el escarnio como grupo marginal, cuyos puntos de vista contradecían la ética predominante de la cultura antigua, la Iglesia creció a pasos agigantados. La gente quería más. Buscaban un sentido y un propósito más allá de lo que podían ofrecer los mitos y los cultos mistéricos, y hallaron una felicidad más genuina que el placer material. Veían que los cristianos tenían algo de lo que ellos carecían. Lo observaban cada día y empezaron a hacer preguntas. Llegaron a conocer a Jesús a través de sus conversaciones con los cristianos.
Cuando estaban preparados, eran llevados ante el sacerdote local para ser examinados y, si se consideraba que estaban listos, se convertían en catecúmenos, iniciando un tiempo más serio de preparación a través de la instrucción, la oración y el crecimiento moral. Tras años de pruebas, eran examinados y elegidos por el obispo, y comenzaban un periodo aún más intenso de purificación durante la Cuaresma para prepararse a recibir los sacramentos durante la Vigilia Pascual. Sólo entonces podían los nuevos conversos, los neófitos, ser admitidos en la plenitud de la Misa y de la vida comunitaria dentro de la Iglesia.
El testimonio personal funcionaba como medio de conversión incluso en circunstancias difíciles. Este testimonio nos ofrece un modelo, ya que nuestra cultura empieza a parecerse cada vez más al mundo antiguo, perdido y confuso, en busca de un propósito mayor. Como cristianos católicos, podemos ofrecer orientación si nosotros mismos nos convertimos en verdaderos testigos de Cristo viviendo un modo de vida diferente.