(LifeNews/InfoCatólica) La demanda contra la aprobación de fármacos abortivos por parte de la Food and Drug Administration es algo más que una cuestión técnica de derecho administrativo. También revela mucho sobre cómo los defensores del aborto ven a sus semejantes.
En este caso, Alianza para la Medicina Hipocrática contra la FDA, las asociaciones médicas sostienen que la FDA no cumplió las normas legales cuando aprobó la combinación de los fármacos mifepristona y misoprostol para una píldora abortiva en 2000.
Estos grupos aliados han pedido a un juez federal de Texas que imponga una medida cautelar a la comercialización de estas píldoras abortivas mientras se litiga a fondo la legalidad de la aprobación de la FDA.
Una declaración presentada en el caso por Jason Lindo, profesor de economía de la Universidad A&M de Texas, en nombre de los defensores del aborto, revela mucho sobre ellos.
Lindo explica que sus intereses de investigación incluyen «los efectos económicos de las políticas de aborto y anticoncepción». Su declaración contiene muchas afirmaciones infundadas y afirmaciones completamente especulativas sobre lo que pasaría si no hubiera abortos químicos. Pero son sus afirmaciones utilitaristas sobre los no nacidos las que resultan especialmente preocupantes.
Lindo, por ejemplo, describe ciertas expectativas sobre los hijos de «personas que buscan, pero no pueden obtener un aborto». En ese escenario, afirma, de los niños «se espera que les vaya peor en la escuela, que tengan más problemas sociales y de comportamiento y, en última instancia, que alcancen niveles más bajos de educación completa».
De estos niños, afirma Lindo, «también se espera que tengan menores ingresos en la edad adulta, peor salud y una mayor probabilidad de participación en actividades delictivas». Al comparar los dos escenarios, sugiere que matar a un niño mediante el aborto es preferible a dejarle vivir.
Esta teoría no es nueva, sino que tiene raíces tanto en el movimiento eugenésico como en la llamada erudición. En mayo de 2001, por ejemplo, John Donohue y Steven Levitt publicaron un artículo en el Quarterly Journal of Economics titulado «El impacto del aborto legalizado en la delincuencia».
Los autores comenzaban de esta manera: «Ofrecemos pruebas de que el aborto legalizado ha contribuido significativamente a las recientes reducciones de la delincuencia». Sostienen que «las tasas más altas de aborto ... están fuertemente vinculadas a una menor delincuencia» y que el aborto legalizado «parece explicar hasta el 50% de la reciente caída de la delincuencia».
Un examen superficial de las afirmaciones de Lindo revela algunas implicaciones inquietantes. Según el Pew Research Center, el 39% de las mujeres que abortan son negras y el 22% hispanas, porcentajes significativamente superiores a los de la población general.
La tasa de abortos en todo el país es cuatro veces mayor entre las mujeres negras que entre las blancas. En la ciudad de Nueva York se aborta a más niños negros de los que pueden nacer.
Por tanto, ¿no sostiene la tesis de Donohue-Levitt-Lindo de «más abortos, menos delitos» que los niños negros e hispanos tienen una probabilidad desproporcionadamente mayor que los niños blancos de convertirse en delincuentes si se les permite nacer?
De igual forma, argumentos como el de Lindo sugieren que simplemente especular sobre el posible futuro de un niño es suficiente para justificar el asesinato de ese mismo niño en el vientre materno. Pero en el caso de los que llegan a nacer, la sociedad se compromete inmediatamente a mejorar su salud, educación y otras perspectivas socioeconómicas.
Los mismos niños cuyas vidas podrían perderse poco antes de nacer se convierten de repente en objeto de un intenso apoyo gubernamental poco después de nacer. Esta sorprendente incoherencia demuestra que el valor esencial de la vida humana cambia, tanto arbitraria como irracionalmente, aparentemente en función de poco más que los cambiantes vientos políticos.
Además de basarse en estudios del pasado, los partidarios de abortar a aquellos cuyas vidas futuras no cumplan un determinado criterio de idoneidad se hacen eco de líderes del movimiento eugenésico como Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood. Sanger, por supuesto, dijo en una carta que «no queremos que se corra la voz de que queremos exterminar a la población negra».
Sanger consideraba a las minorías «no aptas» para criar hijos y creía que el aborto y la anticoncepción eran «las [vías] más adecuadas y completas para la solución de los problemas raciales, políticos y sociales».
Aunque la impugnación legal en curso contra la píldora abortiva ha llevado a los defensores del aborto a intentar sanear estos argumentos con un retoque anticrimen, la cuestión fundamental sobre el aborto sigue siendo la misma.
¿Tienen los seres humanos valor y dignidad inherentes, o no los tienen?