(Vatican.news/InfoCatólica) Que la Cuaresma sea un tiempo propicio para revitalizar el dinamismo misionero y ponerse al servicio del Evangelio y de la humanidad. Ese es el mensaje la audiencia general en la Plaza de San Pedro del papa Francisco, quien ha continuado el ciclo de catequesis sobre la pasión por evangelizar. Y ha recordadoque, en el signo de la evangelización, «hay como un puente entre el primer y el último Concilio». Un puente, añade, «cuyo arquitecto es el Espíritu Santo». La invitación del Pontífice es a ponerse «a la escucha del Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar es siempre un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista» y «sin hacer proiselitismo».
«En efecto, el evangelizador transmite siempre lo que ha recibido. San Pablo lo escribió primero: el Evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el que permanecían firmes es el mismo que el Apóstol mismo había recibido (cf. 1 Co 15,1-3). La fe se recibe y la fe se transmite... Este dinamismo eclesial de transmisión del Mensaje es vinculante y garantiza la autenticidad del anuncio cristiano.»
En la escuela del Concilio Vaticano II
Francisco ha subrayado que la dimensión eclesial de la evangelización constituye «un criterio de verificación del celo apostólico»: «la tentación de proceder en solitario está siempre al acecho». Igualmente peligrosa es «la tentación de seguir caminos pseudoeclesiales más fáciles», de adoptar «la lógica mundana de los números y las encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras». Lo esencial es la fuerza que da el Espíritu para anunciar el Evangelio. Lo demás, explica el Papa, es secundario.
«Ahora, hermanos y hermanas, nos situamos más directamente en la escuela del Concilio Vaticano II, releyendo algunos números del Decreto Ad gentes, el documento sobre la actividad misionera de la Iglesia. Estos textos conservan plenamente su valor incluso en nuestro contexto complejo y plural. En primer lugar, este documento Ad gentes nos invita a considerar como fuente el amor de Dios Padre, que «con su inmensa y misericordiosa benevolencia liberadora nos crea y, además, con la gracia nos llama a participar de su vida y de su gloria».»
Continuar la misión de Cristo
El amor de Dios «es para todos, sin excepción». El Pontífice, refiriéndose de nuevo a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, ha recordado que «es tarea de la Iglesia continuar la misión de Cristo» siguiendo «el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la abnegación hasta la muerte». Si permanece fiel a este camino trazado por Jesús, «la misión de la Iglesia es la manifestación, es decir, la epifanía y la realización, del designio divino en el mundo y en la historia». En el pueblo de Dios «peregrino y evangelizador», sigue explicando el Papa, «no hay sujetos activos y pasivos». No hay «quien predica y quien calla»:
«Cada bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción en su fe, es sujeto activo de la evangelización... En virtud del Bautismo recibido y de la consiguiente incorporación a la Iglesia, todo bautizado participa en la misión de la Iglesia y, en ella, en la misión de Cristo Rey, Sacerdote y Profeta. Esta tarea 'es una e inmutable en todo lugar y en toda situación, aunque según las circunstancias cambiantes no se realice del mismo modo'. Esto nos invita a no esclerotizarnos ni fosilizarnos; el celo misionero del creyente se expresa también como búsqueda creativa de nuevas formas de anunciar y testimoniar, de nuevas maneras de encontrar la humanidad herida que Cristo asumió. En definitiva, de nuevas formas de prestar servicio al Evangelio y a la humanidad.»
La evangelización es un servicio: hay que tener «corazón de servidor» para evangelizar. La exhortación del Papa es a encontrar nuevas formas de evangelizar. Francisco ha subrayado también que «volver al amor fuente del Padre y a las misiones del Hijo y del Espíritu Santo» no significa encerrarse «en espacios de estática tranquilidad personal». Al contrario, lleva a reconocer «la gratuidad del don de la plenitud de la vida». Y a vivir cada vez más plenamente «lo que se ha recibido y compartirlo con los demás, con sentido de responsabilidad y recorriendo juntos los caminos, incluso los tortuosos y difíciles de la historia, en espera vigilante y activa de su cumplimiento».