(CNA/Infocatólica) El cardenal italiano subrayó que la Iglesia debe redescubrir su fuerza precisamente en su mirada hacia Cristo, superando una visión sociológica de intervención en la sociedad.
En declaraciones a ACI Stampa, el purpurado dijo:
«En un mundo que cambia rápidamente es natural preguntarse si la Iglesia, en esta realidad camaleónica y convulsa de la geopolítica, incluso financiera, tiene una tarea».
La misión de la Iglesia, dijo, no es competitiva y nunca debe leerse «como si fuera una competición electoral con porcentajes que los medios de comunicación suelen ofrecer por necesidades periodísticas, incluso ideológicas».
En cambio, dijo, la misión de la Iglesia es «moral, espiritual, pero no desvinculada de este mundo, es decir, profundamente humana y que vive en y con las crisis de la humanidad», y el Papa «no está a la cabeza de una potencia, aunque también es una figura internacional reconocida; ni siquiera la vida de la Iglesia se puede traducir en pocas palabras».
El cardenal Filoni señaló que, desde hace más de un siglo, la interacción de la Iglesia con el mundo es amplia «porque, desde el punto de vista institucional, ya no se ocupa de los imperios emergentes ni de las nuevas naciones, y no hay un episcopado que se ocupe simplemente de la vida religiosa y humanitaria de sus poblaciones».
Según el cardenal, un momento decisivo fue el discurso de San Pablo VI en el Campidoglio -el ayuntamiento de Roma- el 16 de abril de 1966. En ese discurso, el Papa dejó de lado la idea de «supremacía en la derivación del temporalismo de la Iglesia» y, en cambio, «abogó por la vocación y la misión en proyección universal».
«No sólo el papado, sino toda la Iglesia, obispos, religiosos, fieles bautizados, recuperaron juntos la conciencia de sí mismos y de su vocación cristológica», dijo el gran maestre de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro.
El Concilio Vaticano II, de hecho, «completó un desarrollo más amplio de todas las realidades a partir de la dignidad, ligada a la persona y a sus libertades», dijo. Por lo tanto, «las instituciones ya no estaban en primer lugar». De este modo, «las relaciones con el mundo, con las religiones no cristianas, con el mundo judío, el propio ecumenismo perdió el óxido depositado por las negatividades y, al mismo tiempo, el espíritu misionero abrió su perspectiva y se reformuló con una propuesta respetuosa con el mundo contemporáneo, un lugar de inquietud en busca de respuestas.»
Con estos resultados, «el papel moral y espiritual del Papa emergió enormemente, apoyándose aún más en la existencia generalizada de una Iglesia presente ahora en todos los continentes, con los rasgos de sus pueblos y con jerarquías y lenguas autóctonas».
Además, la Iglesia «salió de la tradicional Iglesia papa-obispos, Iglesia universal-diocesana, desarrollando formas intermedias de interacción eclesial, muy necesarias para acercarse y conocer el mundo y participar en sus expectativas».
Y así, continuó Filoni, surgieron las conferencias episcopales y el Sínodo de los Obispos. No eran «estructuras de poder intermedio entre el Papa y los obispos», sino que «por su agilidad asumieron un papel importante desde el punto de vista pastoral, de moderación social y de referencia en las sociedades actuales, tan democráticas como diversas».
El cardenal Filoni advirtió que, en algunos casos, ha habido la tentación de impedir o controlar la voz de las conferencias episcopales, lo que «demuestra su autoridad».
Según el cardenal, «las conferencias episcopales, sin embargo, como instrumentos de comunión y apoyo mutuo entre los obispos y con el papa, representan uno de los desarrollos más significativos históricamente en la presencia de la Iglesia en el mundo, habiéndose colocado entre las formas de jurisdicción personal (papa-obispo) y colegial (concilios-sínodos)».
Y también, añadió, «una conferencia episcopal, en verdad, comparada con el obispo único, está siempre más capacitada para defender los valores eclesiales y humanos a nivel regional o nacional que la acción de un solo obispo; pero también, a veces, en lo que respecta a la Sede Apostólica, a menudo se trata de cuestiones internas de cada país y en adhesión al principio de subsidiariedad, según el cual el órgano superior no debe intervenir, pero puede apoyar las acciones que se tomen»
Para el cardenal Filoni, todavía hay mucho que descubrir en esta vocación cristológica y misionera, que se concreta en el papel de los obispos.
Concluyó:
«Hay quienes piensan ya en un Concilio Vaticano III, y es una opinión respetable. Pero, ¿ha agotado ya el Concilio Vaticano II su función sobre el papel de la Iglesia en el mundo?»