(Zenit/InfoCatólica) El cardenal O'Malley comentó la primera lectura de la misa, del libro de Nehemías: “El rey vió la tristeza de Nehemías y le pidió que le abriera su corazón. Nehemías dijo que su corazón estaba roto porque la Ciudad santa, Jerusalén, y el Templo estaban en ruinas”.
“Nosotros también –comentó el arzobispo de Boston--, vemos los problemas de la secularización, los escándalos sexuales, la Iglesia despreciada, abandonada por tantas personas. Pero el rey accedió a la solicitud de Nehemías que le pidió: “Envíame a Judá para reconstruir la ciudad de mis antepasados”.
El salmo evoca también el exilio del Pueblo “a la orilla de los ríos de Babilonia”; parece que el exilio recuerde la “situación de la Iglesia hoy, en medio de personas indiferentes u hostiles, escépticas, que resisten al hecho de que una verdad pueda interferir con su libertad, la autonomía que reivindican”.
Jerónimo, subrayó el cardenal O'Malley, describe a los cristianos del primer siglo de los que la gente dice: “habitan cerca de nosotros, en medio de nosotros, pero no abortan y respetan el matrimonio, ¡esto es raro!” Para el cardenal de Boston, esta carta “habría podido ser escrita la semana pasada”.
La “Leyenda dorada”, de Jacopo da Varazze, evoca, dijo el predicador, la escena en la que Jerónimo está rodeado por un grupo de monjes. Cuando son atacados por un león, huyen todos, pero Jerónimo se queda: ve que el león cojea y va a retirar la espina de su pata.
Y extrae esta lección: “Debemos comportarnos así: Cristo es nuestro médico, nuestro Salvador, debemos estar convencidos y convencer a los demás, y tener la gracia de que nuestros enemigos se conviertan en nuestros hermanos”.
Citaba a este propósito el testimonio del difunto cardenal vietnamita François-Xavier Nguyên Van Thuân, trece años prisionero en las mazmorras comunistas de su país, quien, en prisión, convirtió a sus carceleros por la autenticidad de su vida evangélica.
Los sacerdotes, añadió, son los “heraldos de Cristo, llamados a reconstruir la ciudad santa”, a imagen de san Francisco de Asís al que Jesús dijo en San Damián: “Reconstruye mi Iglesia”.
Pero incluso los apóstoles abandonaron a Jesús en su Pasión y “Pedro, la tarde de su ordenación, corta la oreja de Malco, ve a los soldados, se salva... Trata de hacer lo que todos nosotros hemos hecho alguna vez, seguir a Jesús, pero a una distancia prudente. Sin embargo, alguno le reconoce, no un soldado armado con espada sino una sirvienta –que le trató con desdén- y el reniega de su Maestro”.
Por tanto, prosiguió el cardenal, en el momento del “desayuno” a la orilla del lago, tras la resurrección, Cristo le pregunta tres veces: “¿Me amas?”. Pedro le responde que le ama y Cristo le dice: “Sígueme”. Los autores espirituales evocan este segundo llamamiento, la “segunda oportunidad”, esta nueva oportunidad tras nuestros resbalones, nuestros repliegues. Nosotros, en tanto que sacerdotes podemos todos recibir esta gracia de nueva llamada... Como santa Teresa de Jesús que recibió una segunda conversión ante la imagen del Ecce Homo, explicó.
El cardenal O’Malley recordó al joven del evangelio del día, que dijo a Jesús: “Te seguiré donde quiera que vayas” y al que Jesús respondió: “Los zorros tienen madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza”.
Los primeros discípulos preguntan: “¿Dónde moras?” y oyen responder: “Venid y veréis...” y “descubren que es un Maestro sin casa”: “nació en un establo y fue enterrado en la tumba de otro”, observó el cardenal.
Y se puede extraer esta actualización para el celibato sacerdotal: “Nuestro celibato es una participación en el hecho de que no hay casa para el amigo del Esposo y los otros discípulos. El celibato sin amor no tiene sentido, es incluso mortal. Debe por el contrario ser el signo de la alegría de la fe en el espíritu, en el Cristo resucitado: el sacerdote no necesita casarse para tener hijos porque está llamado a vivir la vida eterna”.
“Que el santo cura de Ars nos ayude a encontrar nuestro camino de Ars aquí en la tierra, nuestra vía en una vida interior renovada de amistad profunda con Cristo y con nuestros hermanos sacerdotes”, concluyó el cardenal O’Malley.
El cardenal llamó la atención de la audiencia al empezar con humor evocando su primer sermón como capellán de prisión. “Mi primer sermón fue un desastre, no lo olvidaré jamás”, confesó. Tras haber rezado al Espíritu Santo, pasó revista a las evasiones en la Biblia. “Conseguí su atención, pero fue una tragedia: ¡seis prisioneros se escaparon esa tarde y creí que mi primer sermón sería el último!”.
Y añadió: “Teníamos superiores alemanes, muy estrictos, pero uno de los hermanos mayores me dijo: “¡Consuélate en que el primer sermón de Jesús en la sinagoga también fue un desastre poque le quisieron precipitar por un barranco!”.