(Arch. Madrid/InfoCatólica) Entre otros, concelebrarán el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro; el superior general de los redentoristas, Rogério Gomes, C. SS. R.; el superior provincial de Madrid, Francisco Javier Caballero, C. SS. R., y el párroco del Perpetuo Socorro, Damián Cubillo, C. SS. R. Además, está prevista la asistencia de una representación de los familiares y de los lugares de origen de los nuevos beatos.
La parroquia santuario del Perpetuo Socorro (Manuel Silvela, 14), atendida por los religiosos, acogerá este viernes, 21 de octubre, a las 20:30 horas, una vigilia de oración para jóvenes y este domingo, 23 de octubre, Domingo Mundial de las Misiones (Domund), a las 12:00 horas, la Misa de acción de gracias presidida por el padre Gomes.
Beatos mártires
La fase diocesana del proceso de beatificación se abrió en septiembre de 2006, y concluyó en noviembre de 2007. El 24 de abril de 2021, el Santo Padre autorizó la aprobación del decreto de su martirio de unos hombres que murieron por odio a la fe, perdonando con los mismo sentimientos de Cristo y entregando su vida por Él.
Estos doce religiosos misioneros –sacerdotes y consagrados– pertenecían a las dos comunidades que en 1936 tenía la congregación del Santísimo Redentor en la capital de España: el santuario del Perpetuo Socorro en Chamberí, y la basílica de San Miguel en La Latina.
Antonio Manuel Quesada, vicepostulador de la causa, define a los futuros beatos como «personas muy normales que vivieron su misión haciendo lo que tenían que hacer: los sacerdotes anunciando el Evangelio y los hermanos colaborando con su oración». Murieron entre el 20 de julio y el 7 de noviembre de 1936 dejando como legado cuatro mensajes básicos.
En primer lugar la fidelidad a la fe: «Merece la pena ser cristiano, vivir la fe en autenticidad y vivirla en la vocación que el Señor nos ha regalado». Después, la generosidad, que pasa también por entregar la vida. No ser, como califica el padre redentorista, «un capitalista de la vida». En tercer lugar, el perdón, tan «importante» en la actualidad, «en una sociedad tan dividida, tan enemistada». Y junto al perdón, «hablamos también de reconciliación». Porque fueron víctimas donde «la gracia de Dios resplandeció más que el asesinato». «Lo importante en ellos –añade el postulador– es que fueron fieles al Padre».
Importancia de la comunidad y el cuidado
Si hay algo que destaca el padre Antonio Manuel es «el cuidado que se dispensaron unos a otros en medio de aquellas circunstancias tan trágicas». Es un signo, para el vicepostulador, de la «importancia de la comunidad para mantener la fidelidad al Señor». Un cuidado que no solo se dio en la comunidad, sino también por parte de las familias que, en muchos casos, los acogieron aun arriesgando sus propias vidas. «Hay una Iglesia del cuidado dentro de la persecución».
En esos meses, los redentoristas fueron fieles a su carisma misionero, dando testimonio también a quienes los mataron, hijos alejados de la Iglesia tal y como expresa Quesada. Con la guerra sus vidas se desestabilizaron, «se tuvieron que quitar el hábito, rezar sin el Santísimo, celebrar sin ornamentos...» y buscar nuevos caminos para la evangelización, lo que es una llamada para el cristiano de hoy. Es ese ser «creativos» que dice el Papa Francisco, pensando en cómo hacer llegar el Evangelio a los que no están. Aquí entronca el padre redentorista con la carta pastoral del arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, para este curso, en la que habla de la misión partiendo de la parábola del padre misericordioso.
En los futuros beatos destaca su «testimonio y coherencia de vida». Los encarcelados supieron estar al lado de sus compañeros siendo «Iglesia compañera de camino» y fueron capaces «de vivir el sacerdocio en todo momento, no como una profesión, sino como una vocación». Supieron «estar», y «los alejados a veces solo necesitan esto», apostilla el vicepostulador. Por eso, para la congregación redentorista es un motivo de inmensa alegría la beatificación de estos hermanos, el poder «compartir nuestra vocación misionera, que es un don para la Iglesia. Somos misioneros por y para la Iglesia». También es una alegría en estos tiempos de crisis vocacional: «Ellos lo tuvieron peor y el Señor no los abandonó».
Como señala el Papa Francisco y recuerda el sacerdote redentorista, «el Evangelio solo es posible anunciarlo siendo testigos». Con esta beatificación, «estamos viviendo el testimonio de doce misioneros, lo que nos llama a nosotros a no ser mediocres en nuestra entrega; el cristiano no puede buscar el martirio, pero tiene que pedir a Dios el don de la generosidad, que siempre genera vida, y cuando se vive hasta el extremo, genera vida auténtica».
Estas son sus breves biografías:
- Padre Vicente Renuncio Toribio. Nació en Villayuda (Burgos) el 11 de septiembre de 1876. Ingresó en la congregación y emitió los votos el 8 de septiembre de 1895. Ordenado sacerdote el 23 de marzo de 1901, se dedicó a la actividad misionera, la formación y la docencia en el seminario menor. Desde 1912 a 1923, en la comunidad del Perpetuo Socorro de Madrid, fue consultor provincial y director de la revista Santuario. Tras una breve ausencia, regresó como prefecto del santuario hasta julio de 1936. Al inicio de la persecución se refugió en casa de familias amigas. Detenido el 17 de septiembre, permaneció en prisión hasta el 7 de noviembre, fecha en la que fue asesinado. Al salir de su celda se le oyó exclamar: «Ofrezco mi vida por mis hermanos en España, por toda la congregación y por la desdichada España».
- Padre Crescencio Severo Ortiz Bianco. Nació en Pamplona el 10 de marzo de 1881. Profesó el 24 de septiembre de 1900, y fue ordenado sacerdote el 28 de diciembre de 1905. Activo en las misiones populares y en la enseñanza de la filosofía, residió en las comunidades de Astorga, Cuenca, Valencia y Barcelona. Trasladado a la comunidad de San Miguel, de Madrid, el 13 de julio de 1936, fue capturado el 20 de julio y asesinado junto a sus hermanos Ángel Martínez Miquélez y Bernardo (Gabriel) Saiz Gutiérrez.
- Padre Ángel Martínez Miquélez. Nació en Funes (Navarra) el 2 de marzo de 1907. Hizo su profesión el 24 de agosto de 1925. Ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1930, se dedicó a la docencia y al apostolado misionero, viviendo en varias comunidades. El 10 de julio de 1936 fue trasladado desde el Perpetuo Socorro a San Miguel Arcángel. El 20 de julio, salió de la casa con el padre Crescencio y fray Bernardo en busca de un refugio seguro. En el camino fueron capturados y asesinados por milicianos. Estos tres primeros asesinados del grupo de futuros beatos fueron detenido al grito de «¡a por ellos, que son fascistas!». Su respuesta fue contundente: «No somos fascistas, somo religiosos redentoristas». El vicepostulador insiste: «Es importante esta visión: nuestra identidad es la de ser sacerdotes».
- Hermano Bernardo (Gabriel) Saiz Gutiérrez. Nació en Melgosa (Burgos) el 23 de julio de 1896. El 12 de noviembre de 1919 vestía el hábito redentorista, y profesaba el 13 de noviembre del año siguiente. Desde la comunidad de Pamplona fue trasladado, en 1925, a la de San Miguel, en Madrid. Religioso ejemplar por su disponibilidad constante y una vida de oración, siempre se dedicó al servicio de las cocinas. Con los padres Crescencio Ortiz y Ángel Martínez, sufrió el martirio el 20 de julio de 1936.
- Hermano Nicesio Pérez del Palomar Quincoces. Nació en Tuesta (Álava) el 2 de abril de 1859. Ingresó en la congregación e hizo su profesión el 30 de marzo de 1891. De carácter decidido y tenaz, corroborado por una fe sólida y una espiritualidad nutrida, vivió en varias comunidades, desempeñando las funciones de carpintero, horticultor, apicultor, albañil y director de carpintería. En 1934 llegó a la del Perpetuo Socorro. A los 77 años y casi ciego, junto con hermano Gregorio Zugasti Fernández de Esquide, buscó la hospitalidad de familias amigas. Capturado la tarde del 14 de agosto de 1936, fue asesinado dos días después.
- Hermano Gregorio Zugasti Fernández de Esquide. Nació en Murillo de Yerri (Navarra) el 12 de marzo de 1884. Habiendo profesado los votos el 25 de diciembre de 1912, vivió siempre en Madrid en la comunidad del Perpetuo Socorro trabajando en la editorial. Considerado un religioso piadoso, trabajador confiable y obediente, dio testimonio de su caridad evangélica al no abandonar al hermano Nicesio Pérez durante la persecución, compartiendo su martirio el 16 de agosto de 1936. «Consagró su futuro al hermano Nicesio», destaca el vicepostulador.
- Hermano Aniceto Lizasoain Lizaso. Nació el 17 de abril de 1877 en Irañeta (Navarra). Convertido en redentorista profeso el 15 de octubre de 1896, vivió en diversas comunidades, desempeñando tareas domésticas y los oficios de sacristán, portero y tesorero. Aunque deseaba ser sacerdote, para no dejar la congregación prefirió permanecer como hermano coadjutor. Con el inicio de la persecución, abandonó la casa del Perpetuo Socorro para buscar hospitalidad con amigos. Recibido en una pensión, a raíz de una denuncia, el 18 de agosto de 1936 fue capturado y asesinado.
- Padre José María Urruchi Ortiz. Nació en Miranda de Ebro (Burgos) el 17 de febrero de 1909. Tras la profesión religiosa, el 24 de agosto de 1926, prosiguió sus estudios con tenacidad y considerable esfuerzo en Astorga. Ordenado sacerdote el 20 de octubre de 1932, fue trasladado a Nava del Rey y en los años 1934-1935 a Coruña, Cuenca y Vigo. En octubre de 1935 se incorporó a la comunidad madrileña del Perpetuo Socorro, donde permaneció hasta el 20 de julio de 1936 cuando, por la persecución, salió de casa para ser acogido por una familia amiga. Tras un registro, el 22 de agosto de 1936 fue capturado junto al hermano José Joaquín Erviti Insausti y asesinado durante la noche. Tenía 27 años.
- Hermano José Joaquín (Pascual) Erviti Insausti. Nació en Imotz (Navarra) el 15 de noviembre de 1902. Habiendo hecho su profesión el 24 de febrero de 1930, fue enviado a la comunidad de Astorga. Transferido a la comunidad del Perpetuo Socorro el 24 de febrero de 1935, permaneció en ella hasta julio de 1936, trabajando como ayudante de cocina. Obligado a huir, se refugió con el padre Urruchi Ortiz con una familia amiga. Considerado un religioso prudente, piadoso y de absoluta confianza, pasó el último período en constante oración. Capturado y asesinado por los milicianos con el padre Urruchi, su cuerpo fue encontrado el 22 de agosto de 1936 en la carretera de Andalucía.
- Padre Antonio Girón González. Nació en Ponferrada (León) el 11 de diciembre de 1871. Tras su profesión, el 15 de agosto de 1889, recibió el sacerdocio el 19 de mayo de 1894. Vivió en diversas comunidades, dedicándose a la docencia, la formación y como consultor provincial. Religioso ejemplar, con notables dotes intelectuales y una profunda vida interior, fue testigo de su devoción a la Virgen hasta el final con el constante rezo del rosario. Desde junio de 1936 era miembro de la comunidad del Perpetuo Socorro. Se refugió primero en una casa particular, después en un convento de religiosos y, finalmente, en un hospicio. Fue descubierto y apresado por los milicianos, que lo asesinaron el 30 de agosto de 1936. «De ser un hombre timorato y miedoso, cuando confesó que era sacerdote se liberó de sus miedos y dio un paso al frente», apunta el padre Antonio Manuel Quesada.
- Padre Donato Jiménez Viviano. Nació en Alaejos (Valladolid) el 21 de marzo de 1873. Después de profesar los votos el 8 de septiembre de 1893, fue ordenado sacerdote el 27 de mayo de 1899. En las diversas comunidades donde vivió, casi siempre tuvo el papel de superior, sin descuidar la actividad misionera y la promoción vocacional también para las religiosas. Residente en la comunidad de San Miguel Arcángel, desde el 23 de junio de 1936 encontró hospitalidad con familias amigas. Capturado el 13 de septiembre, fue encarcelado y asesinado, probablemente la noche del 17 de septiembre de 1936.
- Hermano Rafael (Máximo) Perea Pinedo. Nació en Villalba de Losa (Burgos) el 24 de octubre de 1903. Tras su profesión religiosa, el 27 de febrero de 1926, residió en las comunidades de Astorga, Santander, llegando a Madrid el 28 de junio de 1933. De carácter bueno y alegre, con generoso espíritu de servicio, desempeñó las funciones de portero, sacristán, ecónomo y cocinero. Al salir de la casa religiosa el 20 de julio de 1936, encontró refugio con familiares y amigos, y en una pensión, donde el 2 de noviembre fue capturado y asesinado.