(Fides/InfoCatólica) «Queridos hermanos y hermanas en Cristo, al inicio del mes de octubre, mes misionero, las Obras Misionales Pontificias nos proponen meditar sobre el siguiente tema: ‘Seréis mis testigos’ (Hch 1,8). Pero, ¿cómo testimoniar el amor y la misericordia de Dios frente al terrorismo asesino que hunde en la desesperación la vida cotidiana de los hombres y mujeres que son víctimas directas o colaterales de esta violencia injusta e inútil?», se pregunta el cardenal. «Nuestra respuesta al Kalashnikov es la oración. Esto significa que debemos intensificar nuestra oración en este mes de octubre por la paz, en nuestro país y en todo el mundo».
La intervención del cardenal Ouédraogo se produce en el contexto del golpe de Estado que ha derrocado a la junta militar dirigida por el teniente coronel Paul Henri Sandaogo Damiba, que ha abandonado Burkina Faso gracias a la mediación llevada a cabo por los líderes religiosos.
El 24 de enero, Damiba había derrocado al presidente democráticamente elegido, Roch Christian Kabore, acusándolo de ser incapaz de garantizar la seguridad frente a los ataques cada vez más frecuentes de los grupos yihadistas.
Sin embargo, nueve meses después del golpe de Damiba, la seguridad en Burkina Faso se ha deteriorado aún más. Las organizaciones terroristas se han extendido a cerca del 40% del país. Las unidades del ejército han sido atacadas en los últimos meses. Las pérdidas sufridas han provocado el descontento de las fuerzas armadas contra el gobierno. El país se ha destacado como una de los que cuenta con mayor número de muertes por atentados terroristas en 2021. El hombre fuerte de la nueva junta militar, el capitán Ibrahim Traoré, ha utilizado los mismos argumentos para justificar el derrocamiento de la junta anterior. Las masacres llevadas a cabo por los yihadistas han debilitado la posición de Damiba tanto dentro del ejército como en la opinión pública.
En esta situación, el cardenal Ouédraogo recuerda que «frente a los desafíos del terrorismo y de la inestabilidad política, la Iglesia, estrechamente ligada al mundo y a su historia, no puede dejar de ser signo y testimonio de solidaridad promoviendo un mundo de amor y de fraternidad».