(Sandro Magister/InfoCatólica) El vaticanista Sandro Magister ha publicado en Settimo Cielo la intervención preparada por el cardenal Walter Brandmüller para el Consistorio del 29 y 30 de agosto y que ha dicho que no le permitieron pronunciar.
Según Magister, «el Consistorio reunió a los cardenales con el papa Francisco. Fue a puerta cerrada, pero sobre todo se fragmentó, a instancias del Papa, en grupos lingüísticos, impidiendo con ello el diálogo directo entre todos, como de hecho ocurrió en el último Consistorio en plena regla convocado por Francisco en febrero de 2014, ante el Sínodo sobre la familia y la 'vexata quaestio' de la Comunión a los divorciados vueltos a casar, un Consistorio que se mostró tan franco en sus críticas al planteamiento deseado por el Papa que le llevó a cancelar a partir de allí en adelante las convocatorias de los cardenales, igualmente libres y abiertas a la escucha».
El mismo Brandmüller y otros tres cardenales -Raymond Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner- enviaron un documento formulado como «Dubia» al Papa Francisco después del sínodo familiar para aclarar si la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio y sobre temas de moral. El pontífice no respondió.
No silencio impuesto, sino «aperitio oris»
Brandmüller resalta «que los cardenales no son sólo miembros del cónclave para la elección del sumo pontífice». Y señala que «las verdaderas tareas de los cardenales, independientemente de su edad, están formulados en los cánones 349 y siguientes del Código de Derecho Canónico. Allí leemos: 'los cardenales asisten al Romano Pontífice tanto colegialmente, cuando son convocados para tratar juntos asuntos de mayor importancia, como personalmente, a través de los diversos oficios que desempeñan, ayudando al Papa sobre todo en el gobierno diario de la Iglesia universal'. Y 'asisten al Pastor supremo de la Iglesia especialmente en los Consistorios' (Canon 353)».
Según esto la «función de los cardenales encontró en la antigüedad su expresión simbólica y ceremonial en el rito de la 'aperitio oris', la apertura de la boca. De hecho, significaba el deber de pronunciar con franqueza la propia convicción, el propio consejo, especialmente en el consistorio. Esa franqueza -el papa Francisco habla de 'parresía'- que era especialmente querida por el apóstol Pablo.»
Y se queja el cardenal que «esa franqueza es sustituida por un silencio extraño. Esa otra ceremonia, la del cierre de la boca, que seguía a la 'aperitio oris', no se refería a las verdades de fe y de moral, sino a los secretos del oficio.»
Como experto en Historia de la Iglesia, el cardenal alemán continúa:
La experiencia de los últimos años ha sido muy diferente. En los consistorios -convocados casi sólo para las causas de los santos- se repartían tarjetas para pedir la palabra y se sucedían las intervenciones obviamente espontáneas sobre cualquier tema, y eso era todo. Nunca hubo un debate, un intercambio de argumentos sobre un tema concreto. Obviamente, un procedimiento completamente inútil.
Una sugerencia presentada al cardenal decano de comunicar con antelación un tema para debatir y así poder preparar posibles intervenciones quedó sin respuesta. En resumen, los consistorios desde al menos hace ocho años terminaron sin ninguna forma de diálogo.
Pero el primado del sucesor de Pedro no excluye en absoluto un diálogo fraterno con los cardenales, quienes 'tienen el deber de cooperar diligentemente con el Romano Pontífice' (canon 356). Cuanto más graves y urgentes son los problemas de gobierno pastoral, más necesario es el involucramiento del Colegio Cardenalicio.
Cuando Celestino V, dándose cuenta de las especiales circunstancias de su elección quiso renunciar al papado en 1294, lo hizo después de intensas conversaciones y con el consentimiento de sus electores.
Una concepción totalmente diferente de las relaciones entre el Papa y los cardenales fue la de Benedicto XVI, quien -un caso único en la historia- renunció al papado por razones personales, sin el conocimiento del colegio de cardenales que lo había elegido.
Propone cambios en el cónclave
Brandmüller recuerda que «hasta Pablo VI, que aumentó el número de electores a 120, sólo había 70 electores. Este aumento del colegio electoral a casi el doble estuvo motivado por la intención de atender a la jerarquía de los países que estaban lejos de Roma y honrar a esas Iglesias con la púrpura romana.
La consecuencia inevitable fue que se crearon cardenales que no tenían experiencia de la Curia romana y, por tanto, de los problemas del gobierno pastoral de la Iglesia universal.
Todo esto tiene consecuencias graves, cuando estos cardenales de las periferias son llamados a la elección de un nuevo Papa.»
Y alerta del peligro del lobbismo, para cual propone que se reflexione sobre «la idea de limitar el derecho de voto en el cónclave, por ejemplo, a los cardenales residentes en Roma, mientras que los demás, también cardenales, podrían compartir el 'estatus' de cardenales mayores de 80 años.»