(La Prensa) Al contemplar la Iglesia hoy, un católico consciente de su fe puede sentir que, como Alicia, el célebre personaje creado por Lewis Carroll, atravesó un espejo y entró en un mundo en el que todo es al revés. Los signos de que este mundo está puesto de cabeza son tan numerosos como uno se proponga buscar: ya no hay evangelización; los temas del Credo y la catequesis han desaparecido; lo mismo sucede con la Redención, el pecado, la gracia, y también con el demonio y sus ardides. El arzobispo emérito de La Plata, monseñor Héctor Aguer, acaba de enumerar estas anomalías que hoy son tan frecuentes en un artículo de gran valentía. Claro que aquí no hay ningún espejo al que culpar. El pasaje al actual sinsentido fue un largo proceso, con un efecto devastador.
Desde que pasó a retiro, monseñor Aguer viene describiendo con más claridad que nunca este sinsentido que hoy nos rodea. Su tono se ha endurecido en los artículos semanales que escribe, muchos de los cuales se publican en este mismo diario. Con más libertad que antes, traza un crudo diagnóstico del calamitoso estado de la Barca de Pedro, para provecho de quienes lo leen.
Con un perfil intelectual y una irreverencia poco frecuente entre sus pares frente a la corrección política, este arzobispo que es políglota y nunca temió quedar en soledad en el Episcopado local fue un testigo privilegiado de la deriva eclesiástica de las últimas décadas.
Para analizar las raíces más inmediatas de esta crisis actual, el arzobispo emérito (Buenos Aires, 1943) citó a La Prensa en el Hogar Sacerdotal Monseñor Mariano Espinoza donde vive, en el barrio porteño de Flores. La tarde es gris y templada, rara para un invierno incipiente.
El director del hogar propone pasar a una pequeña capilla, de escasos ocho bancos de madera, iluminada por un sol ya menguante. Como lugar de conversación, cohíbe. Sobre todo, por el sagrario que está al fondo. A la izquierda, unas ventanas de vidrio partido dejan pasar la claridad que, en algún momento, cruza el ambiente como un haz de luz.
- Excelencia: usted entró al seminario en 1964. Por lo tanto, le tocó vivir ya como seminarista el clima que rodeó al Concilio Vaticano II (1962-65), con todas las expectativas de renovación que había en la época. Y luego asistió a las grandes turbulencias posconciliares. ¿Cómo fue aquello?
- Tengo algún recuerdo a propósito de eso. Yo recibía L"Osservatore Romano y ahí venía un resumen de la intervención de cada uno de los padres conciliares. Recuerdo que lo que los padres discutían en el aula nosotros después lo discutíamos en el comedor. Ese no es el mejor clima para la formación de un sacerdote. Porque además se tomaban posiciones. Con el tiempo me he formado una idea del Concilio que es varia. Pero el verdadero Concilio son los documentos. Y como decía Benedicto XVI deben ser leídos a la luz de la gran tradición de la Iglesia. No hay que exaltar este Concilio más allá de lo que corresponde. No hay que confundirlo con el posconcilio ni con el "espíritu del concilio". Este último fue funesto.
NUEVA TEOLOGIA
- En el Concilio influyó la "nouvelle theologie". ¿Qué fue?
- La expresión «nueva teología" hace referencia a la encíclica de Pío XII Humani generis. ¿Quiénes eran esos teólogos? Henri de Lubac, Yves Congar, Dominique Chenu. Sí, ellos han influido mucho. Louis Bouyer era otro. Yo tengo aprecio por Bouyer. Era calvinista. Pero era especialista en iniciación cristiana. Esa era la nueva teología. He leído el libro de Roberto De Mattei sobre el Concilio Vaticano II (Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita) y ahora estoy leyendo el de Agostino Marchetto (El Concilio Ecuménico Vaticano II, contrapunto para la historia), que hace una suerte de síntesis de la literatura sobre el Concilio. Lo que se planteó en el Concilio fue una polarización entre la nueva teología y la Curia romana, con la teología tradicional detrás.
- ¿En qué se percibe la influencia que tuvieron esos teólogos?
- Bueno, hay que ver por ejemplo lo que fue el catecismo holandés. Ahí es donde se dio una máxima oficialización de posiciones extremas. O la revista Concilium, contra la cual después salieron publicaciones diversas en las que tuvo mucho que ver el cardenal Ratzinger.
- Me interesa retomar ese clima de ebullición en los seminarios. El resultado de eso, usted ya lo dijo en alguna oportunidad, es que pareció que todo era provisorio a partir de entonces. Fue una consecuencia ruinosa para la Iglesia, ¿no es así?
- Efectivamente. De los que se formaban en mi época muchos salieron del seminario.
- El clima de contestación dentro de la Iglesia era parejo con el clima de efervescencia que había afuera a fines de los sesenta. En ese clima surge el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM) con la premisa de articular aquella idea de renovación conciliar con la participación política y social.
- Eso viene sobre todo de Medellín, como se conoció al documento emitido en esa ciudad por la Conferencia Episcopal Latinoamericana. Sí, algunos se politizaron. Fue tremendo ese proceso. Hubo una inspiración de izquierda, digamos. Lo del peronismo yo creo que fue «pour la gallerie». Algunos de esos sacerdotes llegaron a estar muy comprometidos con la cosa política y otros guardaban las armas en sus parroquias. Pocos. Pero a eso se llegó también. Yo viví ajeno a todo eso. Me ordené en el 72. Estuve en la parroquia de Belgrano cuatro años. Luego estuve dos años en San Telmo. Y después en San Miguel.
- Ese movimiento tercermundista fue creciendo...
- Sí, claro. Hay que decir que Buenos Aires estuvo más tranquilo. El problema eran sobre todo Córdoba y Rosario.
- Pero se ha dicho que en el 68 contaban con el apoyo tácito de obispos como Bolatti, Angelelli, Devoto, Podestá, De Nevares...
- Todos no. No sé... Bolatti de ninguna manera. Algunos obispos sí, sin dudas, estaban en esa posición. Es el caso de Angelelli. Por eso digo: Córdoba y Rosario eran los lugares más conflictivos.
INFILTRACION
- El tercermundismo terminaría confluyendo con la teología de la liberación. Más o menos para esa época, Carlos Sacheri publicaba su libro "La Iglesia clandestina" donde denunciaba precisamente la infiltración marxista dentro de la Iglesia. ¿Usted llegó a conocerlo bien a Sacheri?
- Sí. El era diez años mayor que yo. Pero lo conocí bien y también a su familia. La Iglesia clandestina tenía una información impecable. El conocía todos los contactos que tenía este grupo en Europa. Sacheri fue un foco, una luz, en un momento muy difícil. Pero para los obispos era demasiado.
- Si la recepción de ese libro no fue todo lo buena que podía haber sido seguramente será porque la infiltración en la Iglesia ya había comenzado...
- Por supuesto.
- ¿Cómo lo conoció a Sacheri?
- Ambos fuimos discípulos del padre Julio Meinvielle. Sacheri iba a sus clases los sábados a la tarde. Estudiaban más bien la doctrina social de la Iglesia. En mi caso, integraba otro grupo que iba los domingos a la mañana a estudiar teología. Veíamos la Suma Teológica en la Santa Casa de Ejercicios.
- ¿Eso fue en su época de seminarista?
- Antes de eso. Tendría 15 o 16 años. Las clases tenían un recreo en el que se comentaban las cosas de actualidad. Me acuerdo de que Meinvielle estaba contra Frondizi. El pensaba que Frondizi era la punta de lanza del comunismo en la Argentina. Yo me reía. Y él, viéndome, decía: «Aguer no cree». Yo nunca pertenecí a ningún grupo nacionalista. El estuvo con Tacuara. Después creó la Guardia Restauradora Nacionalista. Muchos de los que estaban allí eran amigos, pero nunca me interesó. He leído a todos los autores del revisionismo, me identificaba con ellos, pero no integré esos grupos. Las cuestiones ideológico-políticas nunca me interesaron. Yo iba más a lo teológico.
- ¿Cómo era Meinvielle?
- Meinvielle era un cura de pueblo. En Versalles está enterrado ahí frente a la iglesia. La iglesia la hizo él. El cardenal Copello, cuando fue, dijo: «Esto es una catedral». El creó a los scouts católicos. Creó el Ateneo Cultural de Versalles.
- Un cura de pueblo muy formado. Muy lúcido, ¿no es así?
- Sí. Era muy perspicaz. Un poco estrecho, para mi gusto, en algunas cosas. Pero le digo: esas clases de tomismo... No sé si hoy en día hay alguien que haga lo mismo que hacía Meinvielle.
- ¿Era común ese tipo de estudios en jóvenes de esa edad?
- Bueno, éramos unos cuantos muchachos. Estaba Alberto Solanet, por ejemplo. Sí, yo tenía 16 años. Y eso te marca un poco la vida. Tanto es así que yo después me he dedicado personalmente a Santo Tomás.
PARABOLA
- Usted mencionó antes la inspiración que dio Meinvielle a un grupo como Tacuara. Ahí ocurrió algo curioso. En ese grupo estaban Joe Baxter y futuros fundadores o miembros de la organización armada Montoneros. Abal Medina y Galimberti, por ejemplo. Pero se ha dicho que también Ramus, Firmenich...
- Sí.
- Habiendo empezado en Tacuara o en la Acción Católica, la parábola que siguieron esos jóvenes hasta derivar en posiciones marxistas, y en la lucha armada, es difícil de explicar. ¿Cómo lo explica usted?
- Yo creo que eso tiene que ver con el proceso mundial del posconcilio.
- A eso quería llegar. ¿Podría desarrollarlo?
- En el posconcilio estaban quienes buscaban una renovación interna de la Iglesia, pero también un acercamiento al mundo a partir de la Constitución Gaudium et Spes, por ejemplo. Eso hacía que incluso la Acción Católica estuviera muy metida en las opiniones de carácter social o político. De allí viene la deriva. Yo creo que hay que mirar en el conjunto de ese mundo posconciliar. Mencioné antes la influencia del documento de Medellín. El documento de Medellín causó conmoción: se interpretó como propiamente de izquierda. Se tomó como un instrumento político. Creo que eso tuvo mucho que ver con esto. Era nada menos que un documento de una Asamblea Episcopal Latinoamericana.
- ¿Conoció usted a Mugica?
- Lo conocí, pero sin trato con él.
- ¿Diría usted que la teología de la liberación o el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo fueron también hijos de la herejía modernista?
- Mire: el cardenal Robert Sarah, que fue hasta hace poco prefecto del Culto Divino, autor de varios libros de gran profundidad teológica, dice que, comparado con lo que vendría, el modernismo condenado por San Pío X fue un simple resfrío. Por eso yo escribí, a partir de eso, un artículo titulado «La pulmonía de la Iglesia». Porque si aquello fue un resfrío, y esto es mucho peor, tiene que ser una pulmonía.
- El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo tuvo un crecimiento impresionante: llegó a tener unos 400 presbíteros...
- Con distinto grado de compromiso...
- Es cierto. Pero no es menos cierto que algunos hombres de la Iglesia llegaron a tomar las armas...
- Si. Yo tuve algún amigo.
- ...y otros sacerdotes, sin haber tomado las armas, ampararon a quienes lo habían hecho. Hablamos antes de Angelelli. Pero no fue el único...
- El caso de Angelelli... qué sé yo. En la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, monseñor Bernardo Witte expuso la conclusión de que su muerte había sido un accidente. El había traído un equipo de investigadores alemanes para estudiar el caso. Witte era un hombre muy tranquilo, pero, como alemán, muy riguroso. Y la conclusión fue esa: que fue un accidente. Monseñor Plaza decía: Sí, Angelelli siempre manejó mal. Yo creo que ha sido un gran error lo de la beatificación.
- Lo cierto es que la Iglesia no habla del tercermundismo ni de los clérigos que tomaron las armas, ni de quienes fueron solidarios con la guerrilla...
- No. No habla. Yo he criticado mucho eso.
- Ahí están los palotinos. Es conocida la versión de que dieron refugio a montoneros, que guardaban material propagandístico de esa organización...
- No todos. Yo en esa época estaba en la parroquia Inmaculada Concepción, de Belgrano, la redonda. Ellos, en San Patricio. El mismo decanato. Así que los he conocido. Alfredo Kelly, que era el párroco, era un hombre que en las homilías decía disparates, pero no estaba metido en eso. Después estaba Alfredo Leaden, que era hermano del obispo, amigo mío. Pedro Duffau era un hombre muy mayor. Luego estaba Salvador Barbeito, que era estudiante. Había sido seminarista en Buenos Aires y se pasó a los palotinos. Y finalmente estaba Emilio Barletti. Yo creo que este muchacho es el que era montonero. Y por él cayeron todos. Fue algo atroz.
¿DISTANCIA?
- ¿El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo fue objeto de una condena de parte del clero porteño reunido en asamblea?
- ¿Condena? No recuerdo. Crítica sí hubo. El Episcopado se despegó de eso, ciertamente.
- Se despegó al principio. Porque ya para 1972 monseñor Pironio rescataba la entrega y el compromiso de este movimiento.
- Bueno, no hay que olvidar que Pironio fue elegido presidente del CELAM. De ahí puede venir eso. Yo creo que él no era para nada izquierdista. Era un hombre espiritual. En todo caso era un contemporizador.
- El rescate de estas figuras se ampliaría. A Mugica ahora lo exalta la jerarquía de la Iglesia. El cardenal Poli lo trató de "mártir de los pobres".
- ¿Poli dijo eso? No me acordaba.
- Sí, en 2014, durante una misa en su homenaje. Como si hubiera seguido las ideas del Concilio, o como si hubiera dado su vida por los pobres...
- No, de ninguna manera. Ese es otro tema que da para mucho: la «Iglesia de los pobres». ¿Qué es la Iglesia de los pobres? Se lo impostó ideológicamente... La Iglesia debe hacer cristianos a los pobres. Y lo curioso es que muchos de ellos son bautizados.
- Mencionamos el gravísimo compromiso de amplios sectores católicos con el marxismo revolucionario en los setenta. ¿Falta que la Iglesia hable claro sobre eso?
- Sí. Todavía no está dicho claramente. Hay que hacerse cargo de todo. Hubo presencias cristianas tanto en el planteo izquierdista y politizado del peronismo de izquierda como en el planteo del ámbito militar.
- Sobre esto último se habla mucho. Pero de lo otro, nada. ¿Diría usted, al respecto, que falta también una revisión profunda de cómo afectó a la fe ese compromiso de la Iglesia con los movimientos revolucionarios de izquierda?
- Sin dudas. Lo que pasa es que en esos casos la fe estaba ideologizada. Y la fe es una cosa muy delicada. Porque tiene una proyección en el mundo de la cultura. Pero esta proyección puede dañarla íntimamente. Sin dudas falta. Es un error apoyarse en la fe y pretender que la fe sostenga opciones que de suyo son seculares y nada tienen que ver con la fe. Antes hablamos de monseñor Pironio. Es la dificultad de discernir correctamente en esas circunstancias. Eso ha faltado en la Iglesia. Es el fenómeno del posconcilio.
- Usted asiste a las Asambleas Plenarias del Episcopado desde 1992. ¿Cómo se produjo el corrimiento del Episcopado hacia posiciones progresistas? Porque usted había quedado solo en el último tiempo.
- Nunca me sentí mal. En las reuniones plenarias yo decía lo que tenía que decir. Hay que tener presente que los documentos de la Conferencia Episcopal son objeto de una negociación. A algunos de mis colegas yo les decía: ustedes son extremistas de centro. No quieren quedar mal con nadie y terminan quedando mal con todos. Por eso la Iglesia termina por inhibirse de hablar, de juzgar, como corresponde. ¿Cómo se llegó a posiciones progresistas así? (silencio). Mala teología. Porque si uno es teólogo en serio se da cuenta de cómo hay que discernir. Así como en la primitiva Iglesia existía el peligro de que la cultura pagana se metiera en la comunidad, en la Iglesia de nuestro siglo la cultura secular se ha metido ya en la Iglesia.
- Usted enumeró en un reciente artículo las verdades de fe que ya no se expresan. Ahora bien, no sólo es que la Iglesia no las exponga. Sino que contradice lo que antes enseñaba. Porque antes se sabía que si uno moría en pecado mortal iba al Infierno. Hoy directamente dan a entender que no hay Infierno.
- No hay infierno. Es cierto, es contradictorio. En la encíclica Pascendi, es asombroso ver cómo San Pío X se dio cuenta de todo y describió a la perfección el modernismo. Hoy la Iglesia no se da cuenta de cuál es el problema cultural y cómo entra en las filas de la Iglesia, dañando la fe de los pobres, de los simples. Es terrible.
LECTURAS
Monseñor Aguer habla relajado, lejos de la incomodidad inicial que le había causado tener que afrontar otra entrevista. Menciona que está leyendo un volumen que reúne homilías de Benedicto XVI y se refiere a su antigua biblioteca, ahora desarmada, con libros de teología, filosofía, literatura universal y poesía, un género que también dice disfrutar. "Rilke, sobre todo", aclara, para luego anticipar que tiene algo escrito sobre él que va a publicar.
Más adelante comenta, al pasar, que Paul Claudel, de quien tiene la obra completa, escribió en 1936 una oda a los mártires españoles durante la guerra civil y que tiene "una edición castellana traducida por Marechal, lindísima". También dice estar escribiendo actualmente "sobre la mariología en san francisco de Sales".
Pero su rostro se vuelve a ensombrecer un poco cuando recuerda el destino de sus libros, guardados en setenta cajas en La Plata, y que ya dispuso a quien dará en su testamento. "Traje muy pocos libros. Cuando dejé de ser arzobispo quería ir a vivir al seminario de La Plata. Si hubiera ido, los habría llevado allí. Pero mi sucesor no quiso".
Quizás el recuerdo de su testamento lo devuelve a la amargura con el periodismo que había manifestado al inicio de la charla, y parece ganado por el desánimo. "Mi necrológica ya está escrita", asegura con una mezcla de resignación y desdén. "El obispo más discutido, el ultraconservador", dice. Hace una pausa y luego agrega: "Ya está escrito. No lo va a resolver usted". El tiempo se termina. Lo están esperando para otra reunión. La capilla recupera el silencio y la soledad.